La difícil situación del PSOE no engulle las condiciones especiales que atraviesan al PSE. Los nacionalistas arrecian el reproche con el que ya recibieron al nuevo Gobierno por “no ser representativo de la sociedad vasca”, sin hacer hincapié en su legitimidad. Pero ya, reforzado con Bildu, hará bandera de la acusación en lo que reste de legislatura. La paradoja es que el lehendakari jugó buena parte de su capital político al defender la presencia en las urnas de quienes ahora cuestionan su legitimidad.
No se hizo visible en la noche electoral, en la que su partido quedó en un menguado tercer lugar, detrás de Bildu, la segunda fuerza, que desplazó también a los populares a la cuarta, rompiéndose la habitual disputa de los dos lugares (segundo y tercero) entre PSE y PP, en función del tirón nacional. El lehendakari socialista Patxi López sólo habló en twitter para reconocer, en esas tristes horas: “Es evidente que hemos tenido un mal resultado y hay que interpretar bien el mensaje de la sociedad”.
Dos días después, ha sido el primero de los barones socialistas al reclamar un Congreso urgente del PSOE para elegir al “nuevo líder”, porque “el proceso de primarias no es suficiente”. Hay que decidir primero el “qué” (el proyecto) –dice- y luego el “quién” (lo lidera). Dicho en claro, su opción es la de un proceso abreviado, la renovación de un liderazgo sin necesidad de primarias pero, si fuera posible, sin dedazo, como el de Aznar. Lo incierto es cómo quedaría en tal caso un presidente de Gobierno, sin futuro político, despojado también de la Secretaría General.
Con su audaz puesta en escena, el líder socialista vasco desplaza el batacazo propio hacia el fracaso general del PSOE, y es claro que ambos no tienen comparación cuantitativa, pero la papeleta que él asignó a los jueces (“el papelón”) ante la legalización de Bildu, la tiene ahora él. El PSE perdió 65.000 votos respecto a las elecciones municipales de 2007, así como posiciones y votos en las tres capitales vascas, y de las 18 alcaldías puede quedarse con una decena, en función de pactos futuros. Todos quedan algo mermados, también el PNV y el PP con la entrada de Bildu, pero el gobierno de cambio que el PSE preside, en especial. Ha perdido la posición de ofrecer pactos y se ha resentido su liderazgo. Ahora la clave la tiene el PNV y no el PSE.
La difícil situación del PSOE no engulle las condiciones especiales que atraviesan al PSE. Los nacionalistas arrecian el reproche con el que ya recibieron al nuevo Gobierno por “no ser representativo de la sociedad vasca”, sin hacer hincapié en su legitimidad. Pero ya, reforzado con Bildu, hará bandera de la acusación en lo que reste de legislatura. La paradoja es que el lehendakari jugó buena parte de su capital político al defender la presencia en las urnas de quienes ahora cuestionan su legitimidad.
Se imponen las reflexiones, y no sólo sobre la sucesión de Zapatero. El PSE tiene su propia cavilación. Los que nunca creyeron en la alianza con el PP lo achacarán al pacto de gobierno en Euskadi (además de al desgaste general), mientras que otros lo harán a la falta de convicción en su programa de cambio, y al hecho de haber exonerado de la culpa al electorado de Bildu, y no por independentista, como lo es Aralar, sino por la entrada en las instituciones de quienes no han condenado el pasado de ETA ni su pervivencia actual, aunque siga en tregua.
Hay una regla no escrita que aconseja no comparar resultados de elecciones distintas. Aunque no es fácil no tener en cuenta que hace tan sólo dos años el PSE obtuvo en las elecciones autonómicas 318.112 votos, 140.800 más que el 22-M. Patxi López no enarboló en campaña el pacto con el PP, pero sí defendió el cambio político en Ajuriaenea, y el electorado lo escuchó. El socialismo vasco también tendrá que aclarar el qué de su proyecto y explicar cómo aplicará su geografía variable sin resentirse de la apuesta moral.
Chelo Aparicio, LA ESTRELLA DIGITAL, 25/5/2011