ABC-IGNACIO CAMACHO

A nadie sorprenderá que ERC, para mejor defender su causa, haya suscrito una alianza con los albaceas del legado etarra

ESTA semana, dos testigos del juicio del procés en el Supremo pidieron al tribunal que sus rostros no apareciesen en la retransmisión en directo. Algunos defensores de los procesados se opusieron alegando que la medida «criminalizaba a Cataluña» por entero, sinécdoque habitual –el todo por la parte– a la que el separatismo dotó en seguida de fundamento: las redes sociales y la TV3 difundieron imágenes y datos de los declarantes y organizaron contra ellos un acoso abyecto. Los funcionarios, una secretaria judicial y un letrado del Parlamento, tenían motivo sobrado para sentir miedo; llevan más de un año sometidos a asedio. En la angelical revolución de las sonrisas, los disidentes y sus familias corren serios riesgos. Sufren repudio social, pintadas en sus casas, llamadas nocturnas y señalamientos diversos, una atmósfera de rechazo y de hostilidad que ya conocemos porque tomó cuerpo en el País Vasco de los tiempos siniestros. Pero ya se sabe que el nacionalismo catalán no es violento; sólo la expresión de la protesta pacífica de un pueblo oprimido contra el Estado que pisotea sus legítimos derechos.

Esquerra Republicana, partido emblemático de esa Cataluña injustamente criminalizada, firmó ayer un acuerdo preelectoral con una formación hermana para defender mejor su causa. A nadie sorprenderá que ese pariente sea Bildu, albacea testamentario del legado político etarra; Dios los cría y ellos se juntan, dice la vieja paremiología castellana. Por alguna razón inexplicable, o al menos inexplicada, ERC ha ejercicio en los últimos tiempos una fascinación extraña sobre los Gobiernos del PP y del PSOE, que tienden a considerarla una fuerza moderada capaz de entablar con el Estado negociaciones pragmáticas. La historia del conflicto de secesión tiene mucho que ver con este insólito depósito de confianza, una terca actitud voluntarista repetidamente traicionada. No cabe descartar que las ofertas de diálogo se mantengan tras las elecciones con esta flamante alianza que reúne a lo mejorcito de cada casa: Junqueras y Otegui, amigados a partir de su común experiencia carcelaria, parecen los interlocutores mejor perfilados para abordar el futuro de España.

Por supuesto, sólo el pensamiento más cavernario puede sostener alguna reticencia sobre esta confederación del soberanismo acérrimo con los herederos del proyecto de ETA. La ideología independentista cabe en la Constitución y ambas organizaciones están libres de sospecha; cualquier atribución de intenciones aviesas sería una conclusión torticera, una odiosa forma apriorística de criminalizar las ideas. Esta gente nunca ha acosado a nadie, ni ha forzado a ningún ciudadano a abandonar su tierra, ni ha pretendido jamás imponer su designio político mediante ninguna clase de violencia. Y la afinidad entre los CDR y la kale borroka no es más que una repugnante, ominosa conjetura de la derecha.