La parte buena

ABC 17/12/13
JUAN CARLOS GIRAUTA

· Lo cierto es que, a día de hoy, ya se oyen voces que denuncian el nacionalismo y sus tretas sin los rodeos de antaño

Algo bueno tiene esta crisis plural; entonemos un canto de esperanza mientras se derrumban las bóvedas institucionales, rotos los nervios de piedra que debían soportarlas, y caen los dorados angelotes de la política y la labia sobre nosotros quebrándose sus alas. Un contradiós, ya sé, pero vamos a no desesperarnos. No es que se acerque la Navidad; es que no tenemos derecho a la desesperación.
Tomemos el marrón más vistoso, la ofensiva secesionista catalana. Pues lo cierto es que está teniendo felices consecuencias no previstas. Ahí van algunas: por primera vez en muchos años, los dos partidos principales del sistema adoptan una posición común en un asunto de Estado. No lo habían hecho con la lucha contraterrorista ni con la reforma de la educación. En realidad, llevaban lustros exhibiendo posturas tan irreconciliables que parecían no caber en el mismo sistema. Tengo, por supuesto, una opinión sobre la cuota de culpa de cada cual, pero esa no es ahora la cuestión.
El PSC, partiendo de un incomprensible error estratégico, abordó la última campaña catalana imbuido de la visión convergente e hizo suyo el derecho a decidir, convirtiéndolo en el centro de su proyecto. Pero la verdad es que, sea por el precio que pagó en las elecciones, sea por el precio que le anuncian pagará en las próximas, Navarro ha desandado el camino, y aunque no haya llegado a condenar el supuesto derecho que ayer defendió (y eso quizá sea comprensible), sus actos sí vienen haciéndolo. Estos son hechos: no se sumó al Pacto Nacional por el Derecho a Decidir, pidió la disolución del Consejo Asesor para la Transición Nacional, ha condenado la pregunta trampa y, sobre todo, ha dejado claro que el proceso para alcanzar la consulta que él desea sólo puede empezar, sólo puede avanzar y sólo puede culminar con el visto bueno del Gobierno de España.
Otro beneficio de la crisis catalana es que ha fotografiado juntos, por fin, a cuantos, ocupando todos los puntos del eje izquierda-derecha, eran en realidad lo mismo. Los ochenta y siete diputados con que cuentan los firmantes de ese pacto para la pregunta trampa van desde la extrema izquierda antisistema, socia de Otegi, hasta la (teóricamente) pacata democracia cristiana del muy conservador Duran, todavía presidente de la Comisión de Exteriores del Parlamento de España. En medio están los neocomunistas verdes y los convergentes, dueños del cotarro catalán durante un cuarto de siglo. Se diría que no tienen mucho que ver, ¿verdad? Es un efecto visual, resulta de viejas categorías políticas prejuiciosas e inservibles. Tienen todo que ver. Están amontonados en un mismo proyecto de derogación de una Constitución impecablemente democrática en una parte del territorio español sobre la base del viejo clasismo y la xenofobia, que vienen (como siempre, por cierto) revestidos de derechos históricos.
Y lo mejor de todo: la ley acción-reacción. Cuanto más explícito es el desafío nacionalista a la legalidad, cuanto más evidente son las consecuencias perniciosas de esta aventura sobre la economía y sobre la vida de los catalanes, menos proclives son estos a seguir guardando silencio. Lo cierto es que, a día de hoy, ya se oyen voces que denuncian el nacionalismo y sus tretas sin los rodeos de antaño. Los del frente pre ilustrado siguen siendo siendo hegemónicos, cierto es. Pero los constitucionalistas hemos avanzado mucho en poco tiempo. Empezamos a manifestarnos en las calles, nuestros mejores representantes hablan sin complejos en el Parlament. Por fin, quiero creer que en Madrid se ha entendido para siempre que hacer concesiones al nacionalismo se interpreta, indefectiblemente, como una señal para ir más allá.