Alberto Ayala-El Correo
Termina, por fin, la campaña electoral menos edificante que uno recuerda. Y les aseguro que llevo unas cuantas a mis espaldas y que mi memoria aún no flaquea demasiado. Les recuerdo, por si lo habían olvidado, que el 28-M elegimos nuevos ayuntamientos. Que la mayoría de las comunidades –no Euskadi, pero sí Navarra– renuevan los parlamentos, que luego designarán a sus respectivos presidentes. Y otro tanto sucederá en Álava, Bizkaia y Gipuzkoa con los diputados generales.
Por deseo expreso de PSOE y PP, de Sánchez y Núñez Feijóo, el domingo interpretaremos los resultados del 28-M a modo de anticipo de las generales de diciembre. Si Sánchez resiste o si el batacazo socialista suena a preludio de naufragio. Si Feijóo tiene razones para soñar con La Moncloa o Ayuso ve el camino más despejado.
El PSOE se las prometía más o menos feliz con el buen comportamiento de la economía y del empleo, y confiado en seguir captando votantes con el anuncio de nuevas ayudas sociales a cargo del presupuesto de todos. Pero estalló la tormenta de los 44 antiguos etarras, 7 de ellos con delitos de sangre, con las condenas cumplidas, que EH Bildu lleva en sus listas. Y le faltó tiempo al PP para hacer girar casi toda la campaña en torno a ETA y para forzar a Sánchez a posicionarse. El presidente rechazó la decisión de su aliado, pero no mostró intención alguna de romper con Otegi, al menos en Madrid.
Así hasta el escándalo de última hora sobre la presunta compra de votos por correo en Melilla y Mojácar por responsables y candidatos de la izquierdista Coalición por Melilla y del PSOE. Y la escandalera barriobajera que sorpresivamente ha agitado el PNV contra el diputado Oskar Matute por su sueldo y sus propiedades inmobiliarias. Un PNV al que nadie ha perturbado con el ‘caso De Miguel’, pese a que tres de los alderdikides condenados siguen sin entrar en prisión
No parece que lo ocurrido refuerce al PSOE. Veremos si el PP rentabiliza la vergonzosa utilización del terrorismo que ha vuelto a realizar con Aznar y Ayuso compitiendo por la frase de trazo más grueso.
Lo del PNV –que hoy gobierna los tres territorios y las tres capitales, pero que en 2015 ya perdió Donostia y Gipuzkoa– se diría que huele a nerviosismo. ¿Razón? Lo ajustada que, dicen los sondeos, se prevé la pugna en Vitoria –cuyo alcalde saliente accedió al cargo hace ocho años por un regalo de EH Bildu y al que ahora ha defenestrado su partido– y en Gipuzkoa.
Tan ajustada que podría ocurrir que el domingo por la noche no sepamos a ciencia cierta quién gobernará. ¿Se imaginan que EH Bildu se imponga en la capital alavesa y que PNV y PSE no sumen mayoría? ¿Regalaría otro partido su voto a las aspirantes jeltzale o socialista a cambio de nada para impedir que Vitoria tenga por vez primera una alcaldesa de la izquierda abertzale?
En Navarra y Pamplona mejor nos adentramos desde el lunes. Salvo sorpresa, allí los pactos a varias bandas serán, de nuevo, imprescindibles. Y Sánchez tendrá que mojarse.