ABC-IGNACIO CAMACHO

Sánchez aborda su reelección como una cuestión teológica: el santo advenimiento. Pero su socio preferente es ateo

Aestas alturas, ya avanzadas, de la cuestión es menester hacerse la pregunta de si Pedro Sánchez quiere realmente ganar la investidura. No lo parece, al menos en el primer intento, como no hay indicios de que Pablo Iglesias vaya a ceder en su empeño de hacerse con algún ministerio. En descargo del líder de Podemos hay que decir que el presidente no ha hecho hasta ahora ningún esfuerzo, como si los apoyos le tuvieran que caer, por ser vos quien sois, del cielo. A Sánchez, por su parte, es imposible negarle razón en su veto a un dirigente cuya sola presencia desestabilizaría el Gobierno. Pero tampoco ha trabajado su flanco derecho ni ha formulado ninguna propuesta digna de ser tomada en serio. La conclusión es que pretende meter presión a todo el mundo por el método, tan marianista, de quedarse quieto hasta que alguien acepte que la inevitabilidad de su presidencia caiga por su propio peso. Si eso ocurriese, y habida cuenta del gran concepto que tiene de sí mismo, es improbable que agradezca siquiera el gesto. Ha convertido su reelección en un asunto de teología política: la parusía, el santo advenimiento. Sólo que su socio preferente es ateo.

Así las cosas, para evitar las elecciones –si es que se trata de eso, que no está claro–, él o Iglesias han de aparecer como derrotados. Ya no tienen marcha atrás en su pelea de gallos. Han ido tan lejos en el pulso que un acuerdo de última hora representará un fracaso para uno de los dos… o para ambos si improvisan un compromiso forzado con riesgo de que al primer desencuentro salte en pedazos. Esa solución intermedia sólo podría ser la de admitir ministros del partido morado excluyendo a su jefe en todo caso. Pero para llegar ahí no era necesario este tenso sainete que tiene al país entre aburrido y cansado mientras dos líderes narcisistas despliegan sus colas de pavo.

Incluso esa salida es ya difícil después de que Sánchez subiese ayer la apuesta. Si dijo la verdad, cosa de la que siempre hay que dudar, no hará otra oferta. Son lentejas y la alternativa es rechazarlas y votar en contra «con la ultraderecha». Sin embargo, los discursos políticos siempre tienen letra pequeña y bajo sus expresiones duras –«mascarada», «truco», etcétera– se cuidó de dejar una puerta entreabierta. No se fía de la repetición electoral por si esconde alguna sorpresa: la abstención, el previsible desmadejamiento de Vox, la fragmentación que la candidatura de Errejón puede provocar en el voto de izquierdas. Y sabe que el Rey no le hará otro encargo en septiembre si no se presenta con las cuentas hechas. Quizá en el fondo su tono de aspereza sólo esconda el temor a las complicaciones de una segunda vuelta… sin haberse precisamente desvivido por cerrar la primera.

De un modo u otro, el panorama que tan cómodo le parecía se está complicando. Y el tiempo le empieza a mostrar el verdadero valor de sus 123 escaños.