Luis Algorri-Vozpópuli

  • Esta antigualla ideológica es la que ha utilizado el juez Peinado en su auto contra el triministro Bolaños

Al juez Juan Carlos Peinado, a quien Martín González de Cellorigo seguramente habría definido, allá por el siglo XVII, como “home desatinado, fuera del orden natural de las cosas”, le debemos unas cuantas sorpresas, bastantes momentos en los que pensábamos que habíamos bebido demasiado (no era así) y no pocos momentos de sonrojo, pero también le debemos algo que hay que agradecerle: el placer por la arqueología lingüística. Quedan pocos así.

Peinado ha extraído de las abisales profundidades del DRAE (que contiene 93.000 palabras; el Diccionario Collins alberga unas 130.000) un término maravilloso que solo los exquisitos usaban: protervo. Es una de esas expresiones que no dejan lugar a dudas. Si usted le llama protervo a alguien, aunque sea con el tono más cariñoso, lo más probable es que el destinatario se enfade, porque suena fatal. Es como si te dicen que eres un anacoluto, un fosfo o un chulaperas; pues no sabes lo que quiere decir, pero estás seguro de que te están ofendiendo.

Protervo, efectivamente, es algo muy parecido a un insulto. El DRAE lo despacha rápido: “Perverso, obstinado en la maldad”. Nuestros hermanos portugueses, en su propio diccionario, lo tienen también, y tampoco es un dulce. En portugués, un protervo es “alguien que no respeta ciertas restricciones o reglas sociales; alguien que actúa con audacia o osadía”. Y añade: “Brutal, cruel, violento”. El maravilloso adjetivo viene del latín, lengua en la que tiene varios significados y ninguno es agradable: disoluto, calavera y libertino son algunos de ellos. En las últimas décadas, el Vaticano lo ha usado alguna vez; Pío XII, por ejemplo, y desde luego el papa Ratzinger, que estaba muy orgulloso de su dominio de la lengua de Cicerón.

No podía creer lo que estaba viendo, pero eso me suele suceder con los discursos de este hombre. Y lo pensé: este niño de doce años con aspecto de anciano repintado, ¿es protervo?

Esta deliciosa antigualla idiomática es la que ha usado el juez Peinado para describir la actitud del ministro Bolaños durante el interrogatorio a que le sometió su señoría en Moncloa. Interrogatorio que, si repasamos las grabaciones, recuerda bastante a los que solía usar la Guardia Civil de hace sesenta o setenta años con los detenidos. Sobre todo si eran sospechosos. De lo que fuese. ¿Quién es el protervo, señor juez?

Permítanme un exordio. Pensaba en todo esto hace un par de días, pegado a la tele con la misma fascinación con que, de niño, veía la actuación de Gaby, Fofó, Miliki y Fofito. Estaban pasando, en directo y con traducción simultánea, el discurso y la rueda de prensa de Donald Trump al final de la cumbre de la OTAN en La Haya. No podía creer lo que estaba viendo, pero eso me suele suceder con los discursos de este hombre. Y lo pensé: este niño de doce años con aspecto de anciano repintado, ¿es protervo?

Yo creo que no. Creo que, en términos generales, la perversidad, la obstinación en la maldad, necesitan indispensablemente de cierta inteligencia. Es posible ser tonto y a la vez un hijo de perra, pero lo más frecuente es que la perfidia vaya acompañada de un funcionamiento cerebral, digamos, complejo. Al menos más complejo que el que demuestra este individuo. Catilina era un cabrón pero era listo. Lady Macbeth también. Iván el Terrible, Hitler, Fernando VII Putin –este último siendo muy generosos– no estaban faltos de ciertas luces. No es fácil hallar prototipos de la vileza que sean o hayan sido tontos irredimibles. Incluso mi abuela Carolina, una de las personas más deportivamente malas que he conocido, era lista, aunque no tanto como ella creía. Entonces ¿cómo se explica lo de este tío?

Este Trump es el único presidente de la historia que, en las ruedas de prensa, insulta a los periodistas antes de darles la palabra. “A ver tú, el de la CNN, la cadena de las fake news, ya te veo, ¿por qué seguís emitiendo, si no os ve nadie? Venga, qué quieres”. Esto lo dice el mayor mentiroso que ha pisado jamás la Casa Blanca. Y el aludido ¿qué hace? Pues sonríe. Se lo toma a broma. Ya no se ofende ni replica ni se marcha, ¿para qué? Todos los medios saben que Trump “es así”, aunque nadie sea capaz de describir con exactitud qué quiere decir ese “así”. Pero se lo aguantan.

Dicen que quizá el bombardeo no lo destruyó todo, porque (agárrense) asegura que hay gente que ha estado allí, que lo ha visto y que se lo ha contado a él. Eso dijo varias veces. Con un par.

Todos los presentes (y los que lo vemos por la tele) sabemos que se trata de un espectáculo. Un show para la televisión, que es lo único que este patán sabe hacer bien. Y todos los periodistas saben que no hay que hacer caso de lo que dice porque, en el mejor de los casos, son tonterías. Fantasías. Bravuconadas de matoncito de colegio o, si acaso, de película de gánsteres con Joe Pesci mordisqueando un mondadientes. Trump describe el bombardeo de las instalaciones nucleares de Irán con el orgullo del chavalín que presume de haber tirado un petardo en una fiesta callejera. Se ufana de tener los mejores pilotos del mundo, las mejores bombas del mundo, el mejor comercio del mundo, el mejor presidente del mundo (él). Desprecia las informaciones que dicen que quizá el bombardeo no lo destruyó todo, porque (agárrense) asegura que hay gente que ha estado allí, que lo ha visto y que se lo ha contado a él. Eso dijo varias veces. Con un par. Claro, la gente sonreía. Cómo no te vas a divertir.

Yo creo que cuando amenaza a España por no seguir sus órdenes y no dedicar el 5% del PIB a gastos militares, hay que reaccionar igual. Ni caso. No sabe lo que dice. ¿Que vamos a pagar el doble? Se le acaba de ocurrir. Dentro de diez minutos lo habrá olvidado o, como mucho, se reirá al ver las caras de susto que ha provocado, que es exactamente lo que él quería. Es un histrión, un showman que se sigue metiendo con Biden (por ejemplo) como el crío que repite el estribillo de una canción infantil. Las ruedas de prensa de Trump son a las ruedas de prensa de verdad lo mismo que el programa aquel de los payasos de la tele era a los informativos. No tiene nada que ver.

¿Malvado? ¿Protervo? No, no llega a tanto. Es simplemente un gilipollas, dicho sea en el sentido que le da la Real Academia (“Necio, estúpido”) como en el que le atribuye el gran Antonio Gómez Rufo en su monumental novela Madrid, de 2016: un petulante que ya ni se molesta en fingir que se cree las mentiras que dice constantemente.

La protervia o protervidad es otra cosa, como seguramente sabe el juez Peinado. No me resisto a copiarles aquí el ejemplo más glorioso que conozco del uso de esa palabra magnífica. Aparece en un soneto perfecto, pero perfecto, que compuso uno de los mejores escritores satíricos que ha dado la literatura española: Leopoldo Calvo-Sotelo, que fue un espléndido pero breve presidente del Gobierno y que casi malogró su carrera como escritor por culpa de la política y de los hidrocarburos. Pero escribió mucho verso y muy bueno, como comprobará quien tenga la fortuna de leer su recopilatorio Poesía en la tangente (Pigmalión, 2022).

Ministro contigo, y no soy rojo

Este soneto apareció en su primer libro de recuerdos, Memoria viva de la transición, y está dedicado al protervo (este sí) y ambiciosísimo político e “historiador” Ricardo de la Cierva, quien, en los tiempos en que Leopoldo fue presidente, le atizaba cada mañana con toda su furia desde las páginas del diario Ya. Ahí va el soneto, agárrense:

“Ayer, en su cacatio matutina / que tan píos sermones nos reserva, /me dicen que Ricardo de la Cierva / vuelve a insultarme tamquam medicina. /¿Qué tengo yo, que mi persona inclina / pluma tan docta a la pasión proterva? / ¿Qué tengo, que tan lúcida minerva /conmigo disparata y desatina? / Mira, Cierva, que en coplas y sin ganas / correspondo a tus cóleras insanas / y ni te tomo en serio, ni me enojo. / Piensa que de color y de adversario / conmigo te equivocas, por sectario: / fui ministro contigo, y no soy rojo”.

Si alguien, incluido Peinado, sabe de algún ejemplo de más brillante uso del adjetivo “protervo”, que levante la mano, caramba.

Qué escritorazo casi (casi) nos perdimos por culpa de la historia de España…