Oscar Wilde aconsejaba no llegar tarde a las fiestas porque, en ese rato, la gente aprovecha para comentar sobre ti cosas que son completamente… ciertas. Ser ausente en una fiesta tiene ese riesgo, aunque a Pablo Iglesias sin duda le preocupa poco; su baja en los actos institucionales, anunciada con el vedettismo habitual, estaba diseñada para ser protagonista ausente.
Para Pablo Iglesias, el 12 de octubre no es la Fiesta Nacional, sino la Fiesta del Postureo, un maná de gestos sobreactuados. Después de celebrar el Aberri Eguna y de apoyar a Colau en la Diada, el mensaje de Podemos es que no pueden estar en el 12-O, porque #MiPatriaEsLaGente, hashtag de Iglesias, ayer. Se entiende que la patria de los demás líderes españoles son los bancos y los tanques. No hay simpleza que el populismo se vaya a ahorrar.
En víspera de la Fiesta Nacional, para preparar su protagonismo ausente, Iglesias se retrató con Puigdemont. Es la foto de los aliados de Sánchez, ya sin Sánchez. Mientras PSOE y PP comparten el paraguas de la investidura protegiéndose de la que está cayendo en Ferraz y en los banquillos de la Audiencia Nacional, Iglesias prepara su conquista de la izquierda unido al nacionalismo. Además de apoyar el derecho a decidir deshacer el Estado, les da su voto contra el suplicatorio de Homs. Al parecer, Podemos ya no pelea contra los aforamientos; ahora es proaforamiento para proteger a un alto cargo acusado de actuar fuera de la ley. Todo muy Iglesias.
En definitiva, hay algo que une a Podemos y los nacionalistas catalanes: el mantra de no respetar las leyes que le parezcan injustas, que es el barniz retórico de anteponer la ideología al imperio de la ley. Y a cantar «qué bonita es Badalona».
El teleprotagonismo de Iglesias para hacerse presente el 12-O fue, como acostumbra, vía Twitter. Eso sí, nadie se afligió demasiado por las provocaciones de colegio mayor. Es notorio que tiene problemas con España; y no falta hemeroteca suya negando España y sus símbolos. Eso sí, tapándose tras el hashtag populista de #MiPatriaEsLaGente, ayer daba lecciones de hipocresía a la casta. Claro que es una ironía, después de haber visto a Gentemán festejar el patriotismo venezolano de banderas, himnos y altares chavistas. Pero su delicada pituitaria moral le impide la celebración de un genocidio blablablá –ahórrense las simplificaciones marca de la casa, a la altura de la estatua de Colón–, con un entendimiento pueril de la Historia, para ajustar al franquismo aquellas matanzas 500 años antes de Franco.
El 12-O ha proporcionado a Iglesias una plataforma para lanzar su estrategia como líder de la oposición, imponiendo el miedo frente al errejonismo pragmático. La hoja de ruta pasa por un discurso más transgresor y la Fiesta Nacional le proporcionaba un buen escenario para el postureo, como la única voz alternativa en el sistema, aderezada con el buenismo de la bandera indígena y «el orgullo de que podamos mirarnos a los ojos». Al final, Pablo Iglesias sí que acojona, pero no tanto por ser un peligroso antisistema como por ser irreparablemente cursi.