Cristian Campos-El Español
Elisabeth Duval, estandarte de ese triple oxímoron que es el pensamiento joven televisivo, cargaba ayer contra los youtubers andorranos. Lo hacía colgando en su cuenta de Twitter una captura de pantalla del documento del Ministerio de la Seguridad Social que muestra sus bases de cotización de 2020.
El mensaje era, poco más o menos, el mismo que defendería Vox: «Lo de España, para los españoles» (ella lo llamaba Españita para sonar menos fachita, como quien dice bocadillito de morcillita en la creencia de que así engorda menos).
En realidad, y más allá de la Duval, han sido cientos los que durante esta semana le han afeado al Rubius hacer lo que le da la gana con su vida. Sobre todo en las televisiones públicas, que ya tiene delito la cosa.
No es cuestión de lanzarse de forma simétrica a la habitual demagogia de esos Tío Tom de la Hacienda española. Pero hay que recordar, a beneficio de inventario, que bastaría con que el PSOE devolviera los 680 millones robados en el caso de los ERE andaluces para amortizar este año la huida de 340 Rubius del infierno fiscal español.
De hecho, voto por que los rubius se conviertan en la unidad de medida de lo afanado por el PSOE y sus socios nacionalistas a lo largo de la historia, de la misma manera que los zendales se han convertido en la unidad de medida del despilfarro del Gobierno de coalición de PSOE y Podemos en sus chiringuitos de la Pachamama woke, con el del Ministerio de Igualdad a la cabeza y el de Consumo a los pies.
Pero no caigamos en lo facilón y vayamos a lo mollar. Que es ese entrañable intento de que el hombre nuevo viva desligado de cualquier vínculo emocional o intelectual con su sexo biológico, su familia, su nación, su religión o su cultura, pero sienta en cambio una rocosa lealtad, una fidelidad casi perruna, una poderosa conexión telúrica con el programa PADRE de la Agencia Tributaria.
Por qué el Rubius va a sentirse obligado a darle el 50% de sus ingresos a un país del que se ha negado su existencia histórica, del que se ha dicho que alberga al menos a diez millones de fascistas o que se pretende demoler para construir uno nuevo sobre cimientos más amorosos y chachi pirulis es uno de esos arcanos que requerirían para su desentrañamiento de un especial de La Resistencia con todos los intelectuales de guardia del régimen pergeñando teorías al alimón.
Buena suerte en el empeño. Sobre todo si el único arma con el que cuenta uno para convencer al Rubius es llamarle Españita a España, amenazar con decapitarle (una de esas hipérboles que sólo parecen simpáticas en boca de un progresista) o recordarle su obligación de sentirse emocionalmente vinculado a gente que, por pura probabilidad estadística, tiene un 50% de posibilidades de votar mal.
La realidad es que el Rubius, como otros cientos de miles de españoles que no ganan cuatro millones de euros al año como él, no necesita para nada vivir en España para desarrollar su trabajo. Con una conexión wifi decente le basta y le sobra.
El único, y digo bien, el único vínculo que podría mantenerle ligado a suelo español es el que mucho fascista mantiene con todos esos valores carcamales, puramente prehistóricos, que la izquierda ha ridiculizado hasta inflarle las pelotas al más pintado: sus padres, sus amigos, su novia, su pueblo, su país, sus costumbres, su cultura. Su puta tribu, en definitiva. Ese no se qué que a lo largo de la historia se ha plasmado simbólicamente en un trozo de tela pintado con colores y llamado bandera.
Sin todos o al menos alguno de esos vínculos a cuestas, ¿qué cojones hace usted en España? ¿O es usted un alcornoque, que morirá en el mismo exacto lugar en el que ha nacido porque así lo ha dispuesto Dios? ¿Qué le mantiene a usted ligado a este cacho de tierra que limita al norte con Francia y al oeste con Portugal si sus vínculos con la realidad son mudables, inciertos y tan fluidos como la baba de un caracol?
Y no me diga «la patria» cuando a usted la relación con la patria le sale a ingresar y de quien está hablando en realidad es de Hacienda.
«La patria son los hospitales y las escuelas» dicen estos peterpanes de marca blanca recién llegados a la vida intelectual adulta. No, mira, chaval: yo te lo explico. Los hospitales y las escuelas son un servicio como otro cualquiera y los hay en todos los países occidentales. Públicos y privados. Buenos y malos. Caros y baratos.
El Rubius, en cambio, es un activo. Y los que le dicen que se quede en España para darle a ellos la mitad de sus ingresos, sólo un pasivo. Es decir, una obligación de pago. Como dice Rafa Latorre en El Mundo, sería preferible que ellos dejaran de cobrar a que el Rubius dejara de pagar. De esa patria sí que no me echarían a mí ni con agua caliente.