Antonio Rivera-El Correo

La preocupación por los servicios públicos distingue a nacionalistas y no nacionalistas. No es que a unos preocupen y a otros no, sino que se disponen ante ellos de manera distinta. Unos convierten la gestión en trascendente, de tal suerte que organizarlos eficazmente confirma que hay una manera diferenciada de hacerlo, una razón para que nos gobiernen los nuestros; un excel sería un instrumento de construcción nacional. Los no nacionalistas creen que la eficiencia gestora desactiva esa épica y lleva las cosas al terreno universal, a la administración cabal de lo común sin fanfarrias que la distorsionen.

En esta edición la gestión de las cosas ha desplazado a la cosa nacional, el estar se ha impuesto al ser. Ello se debe al deterioro de nuestro Estado de bienestar. Al cabo de cuarenta años de gestionarnos nosotros mismos hemos demostrado que somos igual de capaces que el resto. La pandemia ha equiparado la mediocridad: todos lo hemos hecho igual de bien o de mal, al margen de los procedimientos. Nuestra sanidad y nuestra educación, nuestro sistema de protección o el de seguridad, se parecen en sus males al español (o al del mundo mundial), lo que ha encendido las alarmas nacionalistas y ha proporcionado argumentos a los que no lo son. La patria se refugia en los servicios, y, dicho así, no suena mal.

Otra cosa es que lo sea. Los que siempre hablan sobre todo de eso han seguido haciéndolo. Los magnos gestores del país han tratado de poner a salvo su trayectoria prometiendo otra nueva, no diferente. Los que se pretenden nuevos tratan de establecer un nexo entre la protesta por su deficiente funcionamiento y su supuesta capacidad para hacerlo mejor. Los unos confían en el que sabe del gobierno más que en el que sabe sobre el gobierno; los segundos piden su oportunidad, para ahora mismo o para el futuro. Malo conocido, bueno por conocer.

Y la patria en bambalinas; o peor, en los servicios. Apariencias. Para los ultranacionalistas es la forma de desbordar el límite de su clientela tradicional, apelando a otra hasta ahora ajena; para los tradicionales, la de reclamar un último voto de confianza tras de tantos errores. Pero ambos sacarán de la chistera el conejo nacional cuando ese pragmatismo se acabe, haya que insuflar entusiasmo sustitutivo o cambiar la agenda por agotamiento de los temas ciudadanos o de lo que se puede hacer con ellos. La patria regresará entonces de los servicios al salón principal, evacuadas las urgencias. Por eso han apelado en campaña a creer en ellos por lo que han hecho siempre en el pasado o por lo que prometen hacer siempre en el futuro, en las cuestiones de que se trate, y no por las capacidades demostradas o recetas a aplicar en el presente. Volveremos a la patria, sin duda, porque es lo que básicamente conocen los que hacen causa principal de ella. Lo de ahora era simple entretenimiento necesario.