Kepa Aulestia, EL CORREO, 15/10/11
La puja de Aiete tenderá a incrementar el precio del final de ETA y a depreciar la democracia existente
La Conferencia Internacional para promover la resolución del conflicto en el País Vasco, auspiciada por Lokarri con la colaboración de otras organizaciones y fundaciones afines, ofrecerá en el palacio de Aiete y fuera de él una nueva muestra de las posturas que vienen reiterándose en torno a la paz. El argumento principal para su celebración, y para apuntarse a los tres minutos de intervención que el evento permitirá a los participantes, es hacer irreversible el proceso. En otras palabras, se trata de asegurar que la izquierda abertzale, representada ya en las instituciones y en una coalición legal, se haga fuerte definitivamente frente a la eventualidad de que en el seno de ETA se diera alguna tentación involucionista.
Aunque también podría entenderse que la irreversibilidad del proceso es el chantaje de fondo que la banda terrorista ejerce para que, bajo su atenta mirada, se consagre un procedimiento exculpatorio en relación a su responsabilidad histórica y a la conducta de cada uno de sus activistas. Tal procedimiento se presenta, por parte de quienes auspician el encuentro de Aiete, como el modo más eficaz de anestesiar a los etarras para que asuman su desaparición sin que ello les provoque un trauma que pudiera hacerles reaccionar violentamente en el último momento. Claro que la operación tiene un precio desde el mismo momento en que se celebra la conferencia. Un precio que deberán abonar la democracia, en tanto que se pondrá en cuestión su existencia y su legitimidad, y las víctimas del terrorismo etarra, dado que su memoria y su dignidad quedarán supeditadas al logro de ese bien superior que sería precisamente la irreversibilidad del proceso.
¿Era imprescindible la llamada ‘conferencia de paz’ para que ésta se abriera paso? Nadie podría demostrar tal cosa, pero desde el momento en que se echa a rodar la iniciativa acaba formando parte de la cadena de acontecimientos que jalonan el camino que ha encontrado la izquierda abertzale para zafarse, airosa, de sus dificultades. Para ella es el colofón de «los pasos dados en las últimas semanas», que comenzando por la adhesión del colectivo de presos al Acuerdo de Gernika, siguiendo con la formalización de la Comisión Internacional de Verificación, y por el comunicado de ETA comprometiéndose con la misma, describen algo demasiado parecido a un diseño de pizarra. Es pronto para saber qué alcance tendrá el eco de la conferencia del lunes. Pero desde el momento en que la izquierda abertzale inscribe el acontecimiento en el tránsito de la «unilateralidad» encarnada por la tregua de ETA y por su propio impulso redentor a la búsqueda de una «solución integral», el foro adquiere todas las connotaciones de una subasta. La subasta de la paz.
Las voces que participen en la puja tenderán a incrementar el precio de la paz y lo harán además sin tener que demostrar previamente su solvencia. Será interesante ver cuántas de ellas se dirigen explícitamente y sin equívocos a ETA para demandar su final y cuántas evocan la existencia de un contencioso irresuelto ante el que el Estado español debe responder sin dilaciones. Porque de eso se trata el lunes, de perfilar un guión de conclusiones que comprometa tanto a la banda terrorista como al Gobierno. Pero si ya el paralelismo escoraría la conferencia del lado contrario al Estado constitucional, qué decir en el caso de que sus intérpretes eludan exigir a ETA su inmediata disolución. Alguien hablará con acento francés para recordar que París también está implicada en el conflicto. Alguien evocará el sufrimiento que comparten quienes no han mostrado deseo alguno de compartirlo. Y siempre habrá quien reclame actitudes valientes dando por sentado que éstas se refieren a la resolución del conflicto que subyace bajo la persistencia de la amenaza etarra.
La subasta se celebrará además en período electoral y con un ritual que diluirá tanto la representatividad democrática como la existencia misma de poderes legitimados para verificar, juzgar y legislar. Todo lo cual resulta acorde con que la izquierda abertzale trate de establecer «un terreno de juego para una democracia plena». ¿Quién dijo que no había que hacerles la campaña? Aunque suene excesiva hasta el ridículo la valoración de Bildu al proclamar que «demuestra que el conflicto político vasco está en la agenda internacional», Amaiur ya ha obtenido un triunfo por adelantado. Esta misma semana hemos descubierto hasta qué punto resulta críptico el lenguaje que la izquierda abertzale emplea para aturdir a sus interlocutores extranjeros. «Ha llegado la hora de avanzar en el proceso y para ello todos los agentes han de adoptar compromisos para la construcción de soluciones democráticas integrales, actuando de forma responsable y constructiva», les decía Gorka Elejabarrieta a un grupo de parlamentarios británicos.
El hecho de que el lunes el palacio en el que Franco disfrutaba del veraneo donostiarra acoja no ya una conferencia de paz sino una «para promover la resolución del conflicto» puede animar a los anfitriones a transmitir a los invitados extranjeros el mensaje de que con su presencia están sepultando definitivamente la dictadura. Si Aiete forma parte del patrimonio municipal y hace muchos años que se utiliza para celebrar todo tipo de eventos, será porque la sombra de su antiguo morador se desvaneció con la democracia. Por favor, no les cuenten a los verificadores historias que provocan sonrojo en una ciudad cuyos habitantes disfrutan de una calidad de vida incompatible con el dramatismo. La llamada ‘conferencia de paz’ es otro de los lujos que nos podemos permitir en esta sociedad del bienestar: la convención del ‘bienquedismo’.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 15/10/11