Mikel Álvarez Yeregi-El Correo

  • La guerra es un problema de salud pública que generamos los hombres

Así se titula el artículo que recientemente ha publicado el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, en el ‘British Medical Journal’. Como bien dice: la guerra y la enfermedad son viejas amigas.

Mi maestro, el Dr. Rojo, decía con cierta socarronería que la derrota de Napoleón en la invasión de Rusia se debía más a las diarreas que al general invierno o a la belicosidad de los rusos. De hecho, en el total de las guerras napoleónicas y en la guerra civil estadounidense murieron más soldados por enfermedades que en combate. Tampoco será una casualidad que la gripe pandémica de 1918 estallara durante la Primera Guerra Mundial.

En el año 2024 el mundo ha sufrido más de 120 conflictos armados. Las guerras de Israel con Hamás (con los palestinos) y Hezbolá han tenido consecuencias devastadoras para la salud de la población de Gaza y Líbano. El número de muertos se aproxima a los 45.000, con 10.000 personas desaparecidas y más de 102.000 heridas. Cada día hay más informes de inseguridad alimentaria y desnutrición infantil, de enfermedades diarreicas, del deterioro de la salud materno-infantil y de otras muchas patologías. Los daños a la salud mental y al futuro de las personas que viven en esas zonas serán difícilmente reparables y lamentablemente perdurarán durante todas sus vidas.

Si el 40% de la población de Gaza es menor de 15 años, ¿cuánto dolor irreparable está provocando esta política bélica? Se afirma que 1,2 millones de niños necesitan apoyo psicosocial y de salud mental para la depresión, la ansiedad y los pensamientos suicidas. Y para colmo de males, en este momento tan dramático para todo el Oriente Medio, Israel ha prohibido la actividad de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA). Como bien dice Tedros Adhanom, esta decisión no hará que el pueblo de Israel esté más seguro; solo profundizará el sufrimiento del pueblo de Gaza.

La situación se agrava por los daños, intencionados o no, a las infraestructuras sanitarias y sus trabajadores. Según un informe de ‘Safeguarding Health in Conflict Coalition’, la violencia contra la atención sanitaria en 2023 produjo 487 muertes de trabajadores sanitarios y hubo casi 700 arrestados y encarcelados. Estas cifras triplican las de 2019. La mitad de los fallecidos son en la guerra de Gaza (147) y en la de Ucrania (109). Pero 2024 ha sido incluso peor porque se han documentado 716 muertos. La OMS comenzó a monitorizar los ataques a la atención médica en 2018 y desde entonces se han verificado 7.400, con 2.400 muertos y 5.000 heridos.

De acuerdo con el Derecho Internacional Humanitario la atención sanitaria debe ser protegida y no militarizada. Pero cuando se despierta el jinete de la guerra no se respetan los servicios humanitarios ni se distingue entre civiles y combatientes. La Asamblea General de la OMS de 2024 vuelve a hacer un llamamiento a la importancia de la Iniciativa Mundial de Salud y Paz, pero no parece que algunos gobiernos hagan caso a estas iniciativas cuando, por ejemplo, Israel bombardea hospitales de manera sistemática e incluso el aeropuerto de Saná, en Yemen, en el mismo momento en que el director de la OMS y su equipo están a punto de coger un avión tras haber negociado la liberación de personal de Naciones Unidas.

Mientras, el gasto militar aumentó en 2023 por noveno año consecutivo hasta el nivel más alto de la historia. Ese año creció un 6,8% y ya representa el 2,3% del PIB mundial. En Europa, la OTAN fijó en 2014 un objetivo de gasto del 2% del PIB, pero recientemente su secretario general, Mark Rutte, ha afirmado que ese objetivo es insuficiente y que puede ser necesario un 4%. Rutte está cada vez más cerca de la opinión de Trump, que pide un gasto militar del 5% sobre PIB. Esta lógica desquiciada no hace más que aplicar el viejo aforismo «si quieres la paz, prepara la guerra». Un aforismo que también siguieron los políticos, generales y conspiradores que, como tan magníficamente describió Margaret Tuchman en su libro ‘Los cañones de agosto’, empujaron al siglo XX a varias guerras de las que aún no nos hemos librado. Nada nuevo en la necedad de los hombres.

La guerra es un problema de salud pública que generamos los hombres. En este contexto, la Asociación Italiana de Epidemiología ha hecho un llamamiento a todas las asociaciones científicas italianas para que redacten una declaración conjunta contra la guerra y el militarismo: «Como personas y asociaciones comprometidas con la investigación biomédica y la protección y promoción de la salud, creemos que es nuestro deber profesional hacer oír nuestra voz, pública y conjuntamente, a favor de la paz, del alto el fuego, de la reducción de los gastos militares y del respeto del derecho internacional humanitario y contra la guerra y el militarismo en todas sus formas y en todas las áreas del planeta».

Como acertadamente afirmó Benjamin Franklin: «Nunca ha habido una buena guerra ni una mala paz».