Editorial-El Correo

La suspensión del encuentro del miércoles en Londres entre EE UU, Ucrania, Francia y Reino Unido deparó sin embargo un intercambio de documentos: uno de la parte estadounidense y otro de ucranianos y europeos. La novedosa aceptación por Kiev y sus aliados de la UE de negociaciones territoriales con Rusia solo se haría efectiva después de logrado un alto el fuego incondicional en la guerra que devasta el país invadido desde hace más de tres años; una tregua completa y verificable que Moscú ha rechazado hasta ahora, consciente de que el nuevo poder en la Casa Blanca abraza y defiende sus intereses, hasta el punto de facilitar que Vladímir Putin acabe vendiendo como un éxito una agresión ilegal y criminal. Con la frase «Crimea se queda en Rusia», Donald Trump bendice la apropiación de la península y del resto de superficie salvajemente arrebatada. Si es caso, Volodímir Zelenski recuperará a decenas de miles de niños robados y a prisioneros maltratados. Cabe preguntarse si seguirá siendo presidente para verlo. Movimientos como el del alcalde Vitali Klitschkó rompen la unidad política interna y abonan el sueño de Putin de convertir Ucrania en otro títere como Bielorrusia.