Ángeles Escrivá, EL MUNDO, 2/10/11
Lo que es seguro es que los etarras son maestros en el arte de la escenificación y extraen como nadie los mayores réditos de cada uno de los movimientos que hacen. Un día dan un paso los presos, dos días después se traen unos verificadores internacionales encantados con su labor, aunque reconocen no tener ni idea del «problema vasco»; al tercero deslizan el anuncio de que Ekin, la estructura política de ETA, se ha disuelto y horas después anuncian que van a colaborar con los expertos en conflictos que exigieron en enero. Y, a estas alturas, después de tanta historia, la única pregunta a la que no responden es la siguiente: si de nuevo esta vez es la buena, si quieren dejarlo, ¿por qué puñetas no se disuelven y demuestran sus buenas intenciones a todo el orbe?
Pues porque no quieren disolverse sin obtener nada a cambio. Es la única explicación. Constatado que han sido derrotados, han llegado a la conclusión de que han de intentar obtener una buena parte de aquello por lo que han estado matando, por dejar de hacerlo. Y la batalla de la opinión pública no les está yendo tan mal.
En la negociación de 2006, el Gobierno cometió el error de ir a remolque de ETA. Pero la banda perpetró el atentado de la T-4 y hasta los suyos le reprocharon que hubiera roto la negociación más provechosa de toda su historia. La situación ha vuelto a cambiar. Ahora, una parte de la opinión pública vasca cree que ETA está avanzando y que es el Gobierno al que toca hacer gestos.
Ekin ha sido una red encargada de guardar la ortodoxia de ETA en los aparatos que de ella dependen, como Batasuna, Askatasuna y Segi. Las operaciones policiales acabaron con su estructura central y provocaron la transformación de las organizaciones que eran su objetivo. La banda, por su parte, hace tiempo que tiene dificultades para organizar nada demasiado complicado y sus enviados no eran muy bien recibidos, también es cierto, en algunos de los ámbitos que antes se empeñaban en controlar.
De modo que ETA ha decidido cambiar la estructura de una red que estaba siendo inoperante.
Qué curioso resulta recordar que algo parecido ocurrió con KAS. Cuando prácticamente había sido desarticulado y sus miembros iban a ser sometidos a juicio, ETA lo disolvió, casualmente hace 11 años, en otra tregua. Fue sustituido por Ekin. Otra cosa es que las circunstancias no sean las mismas. Por cierto, ¿signica esto que ETA se queda sin aparato político? Según todos los expertos, no. Quienes ocupan esta función en el Comité Ejecutivo seguirán funcionando por su cuenta y enviando directrices a través de nuevos enlaces.
Y qué paradójico resulta que lo estén vendiendo como un paso que pone la pelota en el tejado de los gobiernos central y vasco, cuando fueron las Fuerzas de Seguridad las que detuvieron a los más duros facilitando el trabajo de los batasunos más moderados.
Que sí, que son pasos: en elecciones y en plena aspiración de contraprestaciones.
Aunque el Gobierno parece satisfecho de estar jugando al balón después de haber aceptado las reglas de ese partido. El viernes el lehendakari presentó su pacto por la Convivencia. Al margen de los presos y de la petición de legalizaciones, hubo otros gestos que llamaron la atención: admitió que en la democracia había habido tortura, juntó atentados de ETA con los de los GRAPO, habló de grupos que habían respaldado el terrorismo cuidándose de llamarlos por su nombre: Batasuna, EH… Fue su forma de pasar página. Cumplió con su parte con el objetivo de, sin olvidar el pasado, poder centrarse en el futuro.
Pero la izquierda abertzale rechazó su plan, se negó a pedir la disolución de ETA que estaba entre las condiciones de López y le respondió con chulería que iba en el buen camino pero no era suficiente. Sigo preguntándome qué hacen en las instituciones unos tipos que se resisten a pedir la disolución de una banda asesina, pero, constatada la realidad, estaría bien tener la seguridad de que su reacción fue un farol sin más respuesta, y que el Gobierno no va a aceptar que la verificación sea hecha por alguien distinto a la policía. A menos que ETA emplee a los verificadores para decir adiós.
Ángeles Escrivá, EL MUNDO, 2/10/11