Ramón Pérez-Maura-El debate
  • Nuestro simpar Napoleonchu tiene dedicados a los embajadores casi a tiempo completo a buscar el reconocimiento como lenguas oficiales de la UE del catalán, el vascuence y el gallego

España vive su peor momento ante el mundo. El peso que tuvo en la escena internacional durante el reinado de Don Juan Carlos con González y Aznar como presidentes es inimaginable hoy. La próxima semana, el 12 de junio, se cumple el 40 aniversario del ingreso de España y Portugal en las Comunidades Europeas. Recuerdo la emoción con la que vi por televisión, desde el salón del Colegio Mayor Belagua, Torre I el acto de la firma en el Palacio Real de Madrid. Felipe González gobernaba con mayoría absoluta, pero no pretendía imponer sectarismo alguno en esa materia a la oposición que encabezaba Manuel Fraga. Al que nunca le pidieron que suplicara perdón por venir de donde venía: de ser ministro de Franco.

Aquella España era admirada en Europa por haber sabido cerrar su pasado y mirar juntos al futuro. Quién iba a decir a nuestros socios europeos que ese partido de Felipe González iba a abrazar el sectarismo y a denunciar todo lo que ellos mismos habían hecho en ese tiempo.

La política exterior de la España actual ya no tiene una visión de Estado. Ahora tenemos dos características principales: alinearnos con las tiranías y promover las lenguas regionales españolas como si fueran el idioma de un Estado soberano. Nuestro simpar Napoleonchu tiene dedicados a los embajadores casi a tiempo completo a buscar el reconocimiento como lenguas oficiales de la UE del catalán, el vascuence y el gallego. Hasta el punto de que en las reuniones multilaterales nuestros embajadores buscan concertar reuniones bilaterales para negociar las lenguas. Conviene tener en cuenta que esto es más grave de lo que parece. Porque el número de reuniones bilaterales que se puede tener es limitado. Y, por ejemplo, si hay una reunión bilateral para hablar del catalán en las instituciones europeas, igual no hay una segunda ocasión para hablar de las exportaciones de trigo o de las barreras que se pone a las empresas españolas en Italia. Por decir algo. Esta es la España que estamos vendiendo allende nuestras fronteras. La peor España.

Piénsese, además, el interés que hay por el español en otros países de Europa. En lugar de apostar por ese poder blando, estamos con el catalán. En toda Europa Central hay un inmenso interés en la lengua castellana como lo demuestra el número de matriculados en los institutos Cervantes. Pero en lugar de fomentar eso, vamos a promover las lenguas regionales en las instituciones europeas. Y lo siguiente será despilfarrar el dinero montando institutos para la promoción de esas ‘lenguas oficiales’ en otros países. A ver cuántos alemanes escogen el catalán antes que el español.

Napoleonchu está metido de hoz y coz en este proyecto sectario que le permite recurrir con frecuencia al maltrato de los miembros de la carrera diplomática. Es maestro en poner en evidencia a la gente y hacerlo casi siempre en público. Uno de los términos más habituales de su lenguaje es «te ceso». Aunque luego no cumpla su amenaza. Nada más propio de un verdadero Napoleonchu. Pero, además, se ha visto llorar a una directora general al bajarse del avión en el que había volado con él y otros ejemplos de humillación.

Es tal el complejo de inferioridad que tiene Napoleonchu —por razones de estatura o vaya usted a saber cuáles— que no permite que nadie de su ministerio hable con un diplomático extranjero de superior escalafón. Así, si el secretario de Estado de Cooperación hace un viaje a Hispanoamérica, donde la cooperación española es de una enorme trascendencia, y un ministro del país receptor quiere recibirlo, el secretario de Estado debe declinar la entrevista, aunque sea para darnos las gracias. Sólo puede ver a su equivalente en aquel Gobierno. Por esta vía, hemos conseguido perder mucho peso en nuestro continente hermano donde las cumbres iberoamericanas fueron la gran exaltación de la Hispanidad con el Rey de España a la cabeza. A la última no fue ni Pedro Sánchez. Y en este momento hemos hecho un binomio insuperable: estamos enfrentados simultáneamente con México y Argentina. No paramos de mejorar.

La jerarquía en Exteriores era casi como la de los militares. Antes, los directores generales despachaban con el secretario de Estado. Napoleonchu no lo consiente y ahora despachan con el jefe de gabinete del ministro que es lo más cerca que quiere tenerlos. No se permite que los embajadores de España en sus destinos hablen con periodistas. Sólo el ministro puede hacerlo. Y la red consular española está catatónica. Se ha triplicado el número de españoles fuera y la red está igual. Algunos consulados incluso con menos personal porque los sueldos para pagar a empleados locales no son competitivos. Se ha llegado a situaciones tan patéticas como que durante la Presidencia española de la UE hubo embajadas a las que no se les permitió contratar un cocinero y consumieron los gastos de representación del semestre en cuatro o cinco almuerzos en restaurantes donde no se podía ni pedir vino español por falta de presupuesto. Ésta es la peor imagen de España ante el mundo.

Sí. Sí. Bastante peor que con Francisco Franco.