Mariano Rajoy lanzó su oferta el pasado mes de diciembre, justo después de que las urnas pusieran sobre la mesa un puzle parlamentario de encaje imposible. El líder del PP planteó la idea de la gran coalición a la alemana entre las dos fuerzas del bipartidismo, el PP y el PSOE, y siempre se mostró partidario de hacer un hueco en la misma a Ciudadanos, un partido con el que los populares comparten puntos ideológicos importantes, especialmente en el terreno económico y, por supuesto, frente al desafío secesionista. En definitiva, su plan era trabar un gran pacto entre constitucionalistas.
Sin embargo, la oferta tenía una condición imprescindible: la anuencia de los socialistas. Fue a ellos a quien Rajoy hizo el llamamiento, primero por un deseo claro de apuntalar el bipartidismo y, segundo, porque únicamente con el PSOE se garantizaba un Gobierno de amplísima mayoría respaldado por más de 200 escaños. Los socialistas rechazaron la idea y, aunque Rajoy insistió, las posibilidades de la fórmula se extinguieron.
Nunca llegó a proponerse, al menos públicamente y con claridad, la idea de suscribir un acuerdo similar sólo con Ciudadanos, ni siquiera cuando el pasado mes de agosto los dos partidos negociaron un pacto de 150 puntos en virtud del cual los de Rivera se comprometían a sumar sus 32 escaños a los 137 del PP para facilitar la investidura de Rajoy.
Ni tras el 20-D ni tras el 26-J, un pacto en el que las dos fuerzas compartieran los asientos del Consejo de Ministros habría bastado para, por sí solo, abrir las puertas de la gobernabilidad del país. Sumar 169 diputados (más uno de Coalición Canaria) era mucho, pero no alcanzaba.
Más aún, Albert Rivera siempre se mostró contrario a una solución de este tipo, aunque sólo se presentara como hipótesis. Para el líder de la formación naranja resultaba imprescindible apartar de su partido la etiqueta de marca blanca del PP que la izquierda le había adjudicado. Aceptar entonces una coalición habría sido la ruta más recta hacia la fagocitación por parte de los populares.
Ahora, una vez que Rajoy ha conseguido la confianza de la Cámara y se dispone a formar Gobierno, surgen voces en el partido de Rivera que lamentan no haber reclamado alguna silla en el Consejo de Ministros. Y es tarde. Pudo hacerse cuando se negoció el pacto, pero ese tiempo pasó. Rajoy, como anunció en el debate de investidura, está decidido a hacer un Gobierno que responda a una sola orientación. Cumplirá lo pactado con C’s, aunque todo el mundo sabe que muchos de los puntos necesitan del voto a favor de más fuerzas, pero no aceptará «un Gobierno que sea gobernado».
En el Consejo de Ministros se sentarán los suyos y, a lo sumo, hará guiños al partido que más claramente le ha facilitado un nuevo mandato nombrando ministro a algún independiente que le complazca. Rajoy ni tan siquiera consultará con Rivera los nombres que mañana expondrá al Rey y posteriormente hará públicos. Ello no será obstáculo, explican en Moncloa, para una legislatura de contacto estrecho y fluido entre los dos partidos.
LAS GUÍAS DEL NUEVO GOBIERNO
Más político y más social.
El Ejecutivo que dará a conocer mañana Rajoy afronta una etapa muy diferente a la del primer mandato. Estar en minoría exige un Gabinete más político, más abierto, capaz de acordar y de ceder. En el PP se da por hecho que Rajoy reforzará el área social para recuperar el vínculo con los ciudadanos.
Comunicación y Parlamento.
Son dos terrenos que cobrarán protagonismo en la nueva legislatura. El Gobierno debe subsanar carencias a la hora de explicar sus decisiones y reforzar su relación con el Parlamento porque de ello dependerá la estabilidad.