CARLOS IGUALADA TOLOSA-EL MUNDO
Con motivo del segundo aniversario de los atentados en Barcelona y Cambrils, el autor explica la constante mutación del yihadismo. Y analiza la apreciación de este fenómeno en la opinión pública occidental hoy.
Los atentados de Cataluña, de los que hoy se cumple el segundo aniversario, son hasta el momento el último ataque de carácter yihadista perpetrado por una célula terrorista en suelo europeo. Desde entonces, Occidente ha sufrido de forma esporádica distintas acciones terroristas de menor envergadura llevadas a cabo por individuos que deciden pasar a la acción, en la inmensa mayoría de los casos, de forma autónoma tras haber sido radicalizados a través del uso de las nuevas tecnologías y mediante el consumo del contenido propagandístico difundido en redes sociales y foros yihadistas por miembros de organizaciones terroristas como el Estado Islámico o personas que simpatizan con los planteamientos radicales de su ideología.
La sombra de la amenaza yihadista que planea sobre Europa en la actualidad no se encuentra en los mismos niveles de alerta que se daban en 2015, 2016 y 2017, años en los que se sufrió una oleada de atentados sin precedentes con ataques cometidos sobre algunas de las capitales europeas más importantes como son París, Londres, Bruselas o Berlín. Sin embargo, esto en ningún caso quiere decir que haya desaparecido el riesgo de sufrir atentados, dado que las condiciones actuales del paradigma en el que nos encontramos y el acceso a distintas herramientas, que facilitan y acortan en el tiempo tanto los procesos de radicalización como la adquisición de todo aquello necesario para perpetrar un ataque, permiten en gran medida mantener un perfil bajo a aquellos terroristas dispuestos a atentar, consiguiendo así pasar desapercibidos para las autoridades. Aun así, siempre es necesario reconocer el trabajo que realizan las fuerzas de seguridad en materia antiterrorista, quienes, pese a estas mayores dificultades, frecuentemente realizan operaciones que se saldan con la detención de presuntos yihadistas que tienen planes inmediatos para pasar a la acción. No olvidemos que, sin el trabajo, el esfuerzo y la dedicación que ponen los distintos cuerpos policiales, con toda seguridad tanto en España como en el resto de Europa el número de atentados sufridos sería considerablemente superior al actual.
Lo comentado es una muestra más de la forma en la que el terrorismo de corte yihadista se presenta como un fenómeno en constante mutación y en función de la asiduidad con la que se materializa a través de los atentados acaba por influir directamente en la percepción que tiene la sociedad sobre la amenaza que representa. En Occidente, esta percepción suele manifestarse de forma sesgada y desvirtuada respecto a la realidad, dado que se tiende a enfocar el encuadre desde una óptica localizada que no tiene en consideración que el yihadismo es un fenómeno mucho más complejo y global que trasciende más allá de nuestras propias fronteras. De hecho, y aunque pueda resultar sorprendente, la sociedad occidental en términos estadísticos es la menos afectada por la violencia ejercida por las organizaciones yihadistas.
En lo que llevamos de 2019 se podrían atribuir en Europa tres ataques terroristas inspirados por la ideología yihadista, dos en Francia y uno en Noruega. Entre todos ellos se ha producido una víctima, la cual parecía ser la cómplice del preso radicalizado en prisión que intentó apuñalar mediante un arma blanca en marzo a varios funcionarios en la cárcel de Condé sur Sarthe, en el oeste del país galo. Las otras dos acciones fueron llevadas a cabo también por individuos que procedieron por cuenta propia. El primero actuó a mediados de enero en Oslo tras conseguir apuñalar a una mujer que resultó herida en un supermercado, mientras que la segunda acción fue obra de un joven en Lyon –quien dijo actuar en nombre del Estado Islámico tras su detención–, que en el mes de marzo lanzó desde una bicicleta una mochila que contenía un explosivo de escasa potencia sobre una calle peatonal.
Ahora bien, si este enfoque eurocentrista lo ampliamos a escala mundial, observamos que en el primer semestre de 2019 se han producido al menos 757 atentados yihadistas que han provocado la muerte de 5.199 personas, de acuerdo al informe que publicamos recientemente en el Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET). Es más, los cinco países en los que más víctimas se han producido en lo que llevamos de año –Afganistán, Siria, Nigeria, Irak y Sri Lanka– reúnen el 67% del total de los fallecidos. Con estos datos podría interpretarse como una contradicción y un oxímoron la percepción que se tiene sobre la situación actual en Irak, donde se celebra que a estas alturas del año el número de víctimas sea de tres centenares, dado que en los años anteriores los fallecidos se contaban por millares.
Por otro lado, y centrando la atención en nuestro país, una encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en septiembre de 2017, justamente pocas semanas después de los atentados de Cataluña, concluía que para el 15,6% de los ciudadanos, el terrorismo internacional era una de las tres principales preocupaciones. Un mes después, este porcentaje era del 3,7% y cuatro meses más tarde, del 1%. Cifras similares a estas dos últimas eran las que fluctuaban en esta misma encuesta durante los meses anteriores a los ataques de Barcelona y Cambrils, cuando ya se estaban produciendo desde dos años atrás diversos atentados de alta letalidad en distintas ciudades europeas.
ESTAS CIFRASresultan tan ilustrativas como útiles a la hora de hacer especial hincapié en la forma en la que la sociedad mundial percibe la amenaza que representa el terrorismo en función de unos prismas y unos criterios espaciotemporales que resultan tan volátiles como es el propio dinamismo con el que evoluciona el fenómeno yihadista. Esta realidad se magnifica todavía más en el caso de la sociedad occidental, donde sólo acaparan parte de nuestra atención aquellos atentados que ocurren en nuestro más inmediato entorno, pasando por alto que precisamente en no pocos países de mayoría musulmana se están cometiendo atentados yihadistas diariamente que, salvo contadas excepciones –como pueden ser aquellos ataques en los que se producen centenares de víctimas, así como otros en los que se ven afectados nuestros intereses turísticos o nos sentimos identificados cultural o religiosamente con los fallecidos– no reciben ninguna atención por nuestra parte.
Resulta fundamental que tanto los especialistas en la materia como la opinión pública a través de los medios de comunicación hagamos un esfuerzo por comprender la visión internacional del desafío que presenta el terrorismo yihadista y sepamos explicarlo de forma adecuada al conjunto de la ciudadanía, para que ésta sea capaz de comprender la dimensión real y conozca de forma panorámica el propio fenómeno. Sólo así conseguiremos que no se produzca una sobredimensión de la amenaza real que representa el yihadismo cada vez que se produce un atentado en el interior de nuestras fronteras y evitaremos a su vez la proliferación de los discursos islamófobos que tanto peso está ganando durante los últimos años en una parte de la sociedad.
Carlos Igualada Tolosa es director del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET).