Manuel Marín-Vozpópuli

  • La Vieja Europa de estadistas, convertida hoy en un puñado de legisladores del pasteleo y farsantes del currículum, siempre termina de perfil

Imaginemos un juicio por agresión sexual. La mujer se sienta junto al estrado con la cara desencajada, le piden que identifique al agresor y, después, que relate su tormento con detalle y toda la capacidad probatoria posible. La mujer describe cómo fue brutalmente violada, aporta informes médicos y dictámenes psicológicos de su estado. Su vida ha cambiado. La ha cambiado un monstruo y está destrozada. Tiene miedo, no sale de casa, no come, no duerme. Testifican los peritos, hacen un balance de todo tipo de daños físicos y psíquicos, y el juicio queda visto para sentencia. En su alegación final con el derecho a la última palabra, dice el acusado que la agresión estaba plenamente justificada, que sentía la necesidad y la ambición íntima de poseer a la mujer por la fuerza, y que debería ser absuelto porque a fin de cuentas la considera de su propiedad y hay que fomentar la convivencia en paz. Días después, la sentencia absuelve al individuo y sale del juzgado con una palmada en la espalda previo compromiso de no volver a delinquir. ¿Impunidad del árbitro? No. Es solo el mal menor para no enquistar más las cosas, que a fin de cuentas hay un bien mayor que proteger.

Ucrania fue violada por Rusia. Invadida en su territorio de un modo cruel, con armamento de guerra, con ataques inmisericordes a población civil, con bombardeos a hospitales y con fosas comunes en plena calle. Rusia alegó que el Dombás le pertenece, del mismo modo que nuestra agredida sexual pertenecía a su violador. El afán expansionista de un imperialismo dictatorial, el uso de una fuerza superior a la de la víctima, la variabilidad oportunista de eso que se llama la geoestrategia mundial, los intereses de la ‘realpolitik’ y un determinado orden para los intereses comerciales son ya hoy la coartada perfecta para que Occidente renuncie a ser Occidente y entregue a Putin a su violada… y que vuelva a hacer con ella lo que le venga en gana.

No es racional. Europa, ese adalid de las democracias liberales, ha quedado expuesta a sus propias contradicciones y sometida a su acreditada cobardía frente a la resolución de los conflictos. La Vieja Europa de estadistas, reconvertida hoy a un puñado de legisladores del pasteleo y farsantes del currículum, siempre termina poniéndose de perfil. Sentarse en la Casa Blanca, aceptar como base para un “acuerdo de paz” la violación ilegal de un territorio, y justificar que una democracia pueda ver amputada su soberanía nacional como un mal menor, es sencillamente renunciar a los principios con los que crecieron esas democracias liberales surgidas tras la Segunda Guerra Mundial. Los cimientos del orden internacional instaurado desde la legitimidad de los Parlamentos nacionales tras esa guerra están siendo bombardeados en nombre de una pretendida pacificación de Ucrania.
Para resolver una guerra de modo pactado, cada parte implicada termina cediendo algo esencial. Forma parte de la enseñanza de la historia y de la lógica geopolítica y diplomática. Pero ensañarse con la mujer agredida, abroncarla en la Casa Blanca en público, hurgar en su patrimonio para apropiarte de parte de él, vulnerar su espacio vital, desapoderarla de dignidad hasta humillarla, no debería jamás ser el precio a pagar. Y menos aún si además el agresor sale triunfante con su derecho de pernada asegurado.

Donald Trump y Vladimir Putin han tendido una trampa a Europa, que con su mansedumbre tradicional ha aceptado de buena gana y con el cinismo argumental de querer contribuir a hallar soluciones útiles. Pero solo es maquillaje dialéctico con palabras tan agradables como baratas y vaciadas. Paz, acuerdo, alto el fuego, diálogo… ¿Quién podría oponerse? El destrozo causado a Ucrania queda así justificado y los tratados internacionales que garantizan la soberanía de las naciones y la integridad de sus territorios son arrumbados como papel mojado… Además quieren convencernos de que es inevitable claudicar como única solución pragmática. Nos convencen de que conviene mirar a otro lado mientras se ”legaliza” una invasión militar injustificable aun a riesgo de que el depredador siga activo. No será un mérito reunir a Zelenski y a Putin. Será una rendición de algo tan esencial como los principios y la letra de memorandos internacionales tatuados en el ideario colectivo de las democracias occidentales desde hace 75 años.

Europa está aceptando con una sumisión alarmante la renuncia a su propia personalidad, consciente de que su peso político en el planeta es prácticamente nulo, su densidad comercial frente a China o Estados Unidos empieza a ser irrelevante, y su capacidad de autodefensa es paupérrima. Alguien está traicionando a alguien, y hay antecedentes de ello. En realidad, Trump o Europa no hacen hoy nada diferente a lo que ocurrió cuando Putin decidió tomar la península de Crimea. Entonces, Barack Obama y la Comisión Europea hicieron muchos aspavientos, redactaron resoluciones de condena, derrocharon parafernalia de dignidad y acordaron sanciones. Putin quedó tan extraordinariamente noqueado y circunspecto (entiéndase la ironía, por favor), que decidió invadir Ucrania para anexionarse una parte crucial de su tierra porque en realidad Rusia no iba a ser penalizada. Preocupado debe estar Putin… Suele acuñarse aquello de que Rusia nunca pierde guerras. Es falso. Pero siempre logra forzar a esa ficción rimbombante que llamamos “la comunidad internacional” para que se muestre comprensiva, flexible y cercana con el agresor. Ya que te van a violar, mujer, déjate y acéptalo, sufrirás menos.

No es lo óptimo simplificar la complejidad de las relaciones internacionales ni de esa ‘realpolitik’ que todo lo justifica, aunque sea una injusticia y suponga una quiebra de los principios establecidos. Sin embargo, Estados Unidos y la Unión Europea se han empezado a comportar con Ucrania como esos estafadores del amor, atentos y ebrios de buenas palabras, que pretenden embelesarte con promesas mientras te clavan un cuchillo por la espalda. Europa Estados Unidos están prostituyendo su propio espíritu dejando a su suerte a un pueblo que lee con desesperanza y resignación la sentencia de absolución de su violador. Porque como en la otra sentencia, esta sí real, basta con que el violador te dé un vaso de agua después de su hazaña y mitigue así su conciencia. El mundo avanza hacia un orden internacional en el que las democracias van a quedar irreversiblemente debilitadas si el fin último, la “paz”, es la excusa para pervertir la soberanía nacional como moneda de cambio. Eso no se llama negociar. Se llama arrodillarse ante el chantajista que te anula. Humillarte ante el violador que te penetra.