Félix Madero-Vozpópuli

  • Que haya sido esta señora la que se haya puesto a defender a un falsificador de títulos universitarios es de aurora boreal

No seré yo quien le discuta a la ministra de Ciencia, Innovación y Universidades su formación académica. Es ingeniera de Telecomunicaciones -eso dice su ficha- una carrera técnica que no está al alcance de cualquiera. Algún amigo tengo ingeniero que, en el bar de la Facultad de Ciencias de la Información, decía eso de que el que vale, vale, y el que no a Periodismo. O a Derecho. Había una cierta distancia, un mirar por encima del hombro a los que cursábamos letras, pero ya no sucede. De un tiempo a esta parte todo parece distinto. Todo se iguala, pero por abajo. Uno tiene la impresión de que los ingenieros navales, los de caminos, los industriales y los arquitectos han perdido hoy el prestigio y distancia que mantenían con otras profesiones tiempo ha.

En la mía, el cambio ha sido tan sustancial que no puedo llamar periodismo a lo que muchas veces no es más que un corta y pega, sacar un tramo de una entrevista o esperar delante de la pantalla del ordenador a no se sabe qué advenimiento. Da hasta vergüenza reconocer que hubo un tiempo, y no tan lejano, en el que las noticias se publicaban después de ser confirmadas en tres fuentes distintas. Vergüenza ver las raquíticas redacciones en las que el silencio es tan conventual como en una abadía: nadie habla, no se discute, ni se grita o blasfema con gracia y verdadera obsesión por los protagonistas de la información del día.

-Menuda ostia le voy a dar a menganito, por gilipollas y mentiroso. Y el caso es que menganito la encajaba sin rechistar. O rechistando, pero daba igual, porque el atrevido periodista siempre tenía a uno por encima capaz de defenderle. ¡Tempus fugit!

Tiempos recios en el periodismo

Les cuento un sucedido. Hace ya mucho tiempo irrumpió en la redacción de una cadena de radio un periodista, todavía activo, que sigue dando gratis clases a los jóvenes periodistas. Bueno, se las da a aquellos que las quieren recibir y reconocer cuando este grande del oficio habla y pregunta.

-¡Conozco a varios compañeros que se van a jubilar sin haber dado una noticia en su vida!, nos decía, pero él, muy educado, no nos daba nombres.

Dentro de la redacción, y como si fuera un orador de un club liberal de esos que Galdós saca en su novela La Fontana de oro, a voz en grito nos acusaba a los que estábamos frente a aquellas románticas olivettis:

-¿Se puede saber qué cojones hacéis aquí toda la tarde sentados? ¿Pero quién os ha contado el cuento de que los periodistas tenéis que estar en una redacción? Idos todos a tomar vientos de aquí…¿Dónde os han dicho que están las noticias? ¡Aquí no, coño! Venga todo el mundo fuera y a buscar noticias en la calle, en las iglesias, en los bares y lupanares; en los estadios y billares. Aquí cerca, en la Ballesta -legendaria calle madrileña dedicada al putiferio barato- hay más noticias que en estas cuatro paredes de mierda. Fin de la magistral clase que ya nunca olvidé, ni me enseñaron, claro está en la Facultad de Ciencias de la Información.

En fin, que, en palabras de don Quijote, hubo un tiempo en que algunos periodistas eran felizmente el gato, el rato y el bellaco. Pero siempre con una noticia en la cartera. O dos. Han cambiado las profesiones, las técnicas y las que llaman de humanidades. En la de Periodismo dan clases profesores que no han pisado una redacción, y no parece que nadie se escandalice. Uno quiere pensar que eso no puede pasar en la escuela de Ingenieros en la que terminó sus estudios nuestra ministra de Universidades, fiel epítome del sanchismo femenino, y últimamente más perdida que un torero en el telón de acero, que diría Joaquín Sabina.

Morant flotador de Mazón

Nada es como antes, y no seré yo el que sostenga que cualquier tiempo pasado fue mejor porque eso es mentira. Cualquier tiempo pasado fue…anterior. Y sin embargo hemos de reconocer que, en lo tocante a los ministros, se rompe el molde del refrán. De un tiempo a esta parte hay que hacer algunos esfuerzos para reconocer que alguien es ministro o ministra del Gobierno de España. Empecé a notarlo cuando dejé de memorizar sus nombres, algo que nunca me había pasado. El de Diana Morant es uno de ellos.

Ahora se dispone a pasar a la historia de la política valenciana como salvavidas del pobre Mazón, y en ese movimiento circular la titular, la ingeniera disparata con declarada potencia. No tiene ningún sentido preguntarse cómo ha llegado a sentarse en el Consejo de ministros. Ni siquiera tiene que hacerlo con Sánchez, alguien que está ahí sin ganar unas elecciones. Pero sí lo tiene el de imaginarla como candidata a la presidencia del Gobierno de Valencia. Que haya sido esta señora, la ministra de Universidades, -digámoslo así, por favor: U-NI-VER-SI-DA-DES- la que se haya puesto a defender a un falsificador de títulos universitarios es de aurora boreal.

Sirve para ese otro que con una tesis copiada -o sea, falsa- tardó en ir a la zona devastada, y cuando fue, salió de najas entre escoltas y seguratas dejando a los reyes solos, debajo de un paraguas.

Diana Morant, sin necesidad de leerlo, hace caso a lo que escribió Stendhal, que la única manera de ser original es ser uno mismo. Ella es así, torpe y atrevida. Y se ha retratado apoyando al tal José María Ángel, presidente de PSPV-PSOE, a esta hora ex comisionado del Gobierno para la reconstrucción tras la Dana del 29 de octubre pasado.

El razonamiento de la ministra de Universidades es el siguiente: Se puede tener un título académico y estar de parranda mientras la gente se está muriendo. No le hemos pedido la dimisión (al falsificador, se entiende). Y va más lejos aún. «Ayer mismo se han pisoteado las garantías para su defensa y la de su mujer”. Bien ministra, lo que vale cuando habla de Mazón vale también para mí. Y sirve para ese otro que con una tesis copiada -o sea, falsa- tardó en ir a la zona devastada, y cuando fue, salió de najas entre escoltas y seguratas dejando a los reyes solos, debajo de un paraguas.

Y como diría el gran periodista del que antes les hablaba -y que no es otro que Miguel Ángel Aguilar– no hay necesidad de dar nombres, que es de mala educación. Pero eso sí, ha de saber el maestro Aguilar que, con ministras como esta señora los periodistas, no necesitan salir a las calles. Cada vez que abre la boca da un titular. La señora en cuestión quiere ser presidenta de Valencia. Y yo, Dios mediante, del Real Madrid.