Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
  • Me pregunto si un gran medio actual entrevistaría hoy a alguien como Einstein; incluso si una revista importante le publicaría sus papers revolucionarios, o si le darían el Nobel

Cuenta la leyenda moderna que en una de sus infinitas entrevistas preguntaron a Albert Einstein por lo más raro del universo. “Las ideas”, contestó el gran sabio desmelenado, “las ideas son lo más raro. A mí sólo se me han ocurrido una o dos…” Sea la anécdota cierta o apócrifa, como suelen ser las de esta clase, está bien traída: si non è vero, è ben trovato que dicen en italiano. Las ideas originales grandes y buenas son realmente muy raras, tanto que un diccionario dedicado exclusivamente a ellas apenas contendría unas cuantas docenas. Y en muchos campos vivimos de rentas en materia de ideas importantes, con la excepción de las ciencias de la naturaleza (y no del todo, porque el conformismo también se ha ido extendiendo en ellas: la posibilidad de publicar un paper en una revista científica importante ya es proporcional a su falta de originalidad o conformismo).

Me pregunto si un gran medio actual entrevistaría hoy a alguien como Einstein; incluso si una revista importante le publicaría sus papers revolucionarios, o si le darían el Nobel, o un banco un gran premio. Si entrevistan a alguien que intente hablar de grandes ideas y no de opiniones personales o naderías narcisistas. Vivimos en la era del clickbait, ese titular sensacionalista, o escandaloso, o ambiguo, a veces copiado de otro medio -ni siquiera plagiado, a lo Sánchez- y a menudo seguido por la nada haciendo de contenido, porque eso es lo que funciona. Nos hemos o nos han convertido en consumidores ansiosos de clickbait, porque dan dinero (poco) a los medios de comunicación y porque eso es lo que la gente demanda, en un típico círculo vicioso.

El mismo que te anuncia una sequía apocalíptica se refiere ese mismo día a cualquier atisbo de lluvia como nuevo diluvio digno de Noé

El clickbait está matando la conversación pública sobre ideas, y por tanto a las ideas mismas, porque el ecosistema de las ideas es la discusión libre con reglas y la reflexión sin prisas. Casi ha matado las noticias, como sabe cualquier lector habitual de medios: el mismo que te anuncia una sequía apocalíptica se refiere ese mismo día a cualquier atisbo de lluvia como nuevo diluvio digno de Noé. Lo que está claro es que ha matado las noticias sobre ideas (y la idea de ciencia: la meteorología ha sido desplazada por las hormigas de un chaval de Burgos, ungido por ciertos medios máximo experto en precipitaciones).

Por ejemplo, esta semana se ha anunciado el último número de Claves de Razón Práctica, una de las raras revistas de ideas abierta, libre de constricciones académicas, que dirigía en solitario Fernando Savater desde la muerte del cofundador Javier Pradera. ¿Cuántas noticias has leído sobre esto? ¿Cuántas revistas de ese estilo sobreviven o han muerto en los últimos años? ¿Es posible publicar y leer algo fuera de la máquina universitaria de hacer currículos por la insensata regla “publica o muere”, que falsea la investigación, convertida en negocio oligopólico?

Gigantes cancelados por ofender

En los campos de la política, la ética y la estética, es decir, del cómo vivir juntos, de cómo vivir uno mismo y de cómo experimentar la belleza del mundo, la práctica totalidad de las ideas importantes se formularon hace ya 2.500 años. Han llegado hasta nosotros gracias a la conversación pública mantenida a lo largo de la historia, es decir, el debate sobre lo que dicen y significan esas ideas, cómo llevarlas a la práctica y qué podemos añadir o quitar. Me refiero, naturalmente, a ideas como libertad, justicia, bien, belleza y las relacionadas con ellas, tales como derecho, gobierno, ciencia o artes.

La gran conversación milenaria está muriendo a manos del clickbait, más el conformismo y la polarización ideológica vinculados con él, causa de aberraciones como la cultura de la cancelación. Aunque preferimos pensar que es un problema de Estados Unidos, donde las bibliotecas públicas prohíben libros a petición de los lectores ofendidos, y universidades y escuelas despiden a docentes por opiniones incómodas o actos obscenos tales como enseñar a sus alumnos de historia del arte el David de Miguel Ángel, lo cierto es que el hábito de cancelar se ha extendido por todo occidente. Lo grave no es solo que atenta contra la libertad de expresión y de pensamiento, es que además las buenas ideas siempre son ofensivas para alguien; si no, no son realmente buenas.

Incluso en China pixelan populares vídeos de cocina para que los occidentales no reaccionen pidiendo a Youtube su cancelación por enseñar que los patos y pollos que van a ser cocinados tienen cabeza

La defensa del derecho a ofender -que no es lo mismo que a insultar- se ha hecho vital, porque la supresión de la ofensa matará nuestra cultura de la libertad. Barbaridades como prohibir el inocente espectáculo del Bombero Torero porque hay quien se ofende viendo a hombres de escasa estatura (no se puede decir “enanos”) jugando con toros es más que una simple anécdota, es un síntoma del avance de la estupidez y el infantilismo, no del espectáculo sino de la prohibición. Incluso en China pixelan populares vídeos de cocina para que los occidentales no reaccionen pidiendo a Youtube su cancelación por enseñar que los patos y pollos que van a ser cocinados tienen cabeza, es decir, vivieron su vida de aves antes de ir a la perola.

Cancelar no solo es prohibir, también es romper la discusión constructiva negándote a escuchar y a hablar con quien tenga una opinión diferente o defienda otra idea, y si está en minoría arrojándole a las tinieblas del silencio, la inexistencia y muerte civil. En España comenzó en el País Vasco y Cataluña por obra del nacionalismo, cortejado por la derecha y la izquierda, pero maestro en la destrucción y persecución de ideas grandes. Después se ha ido extendiendo por el resto del país de la mano de la polarización ideológica que divide al mundo en fachas y rojos.

Esa grotesca caricatura es un típico producto de las ideologías, que François Revel definió como “emociones fuertes con ideas débiles”, y que cuanto más fuertes son emocionalmente, más débiles resultan como ideas. Consecuencia: las ideologías agresivas matan las buenas ideas. O al menos las persiguen e intentan erradicarlas, como hace su cultura de la cancelación prohibiendo ofender y debatir. Necesitamos salvar la conversación pública sobre ideas, devolverla a la comunicación, la ciencia y la educación, o nuestra forma de vivir morirá con ella y solo seremos un clickbait en medios de alguna autocracia. Ni siquiera polvo o ceniza.