José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • En las semanas centrales de agosto y con las fiestas populares regresa al País Vasco la violencia de baja intensidad ante la mirada complacida de Bildu y el silencio del Gobierno

Esta es la crónica de los hechos (‘El Correo’ de 6 de agosto): 

«Es el segundo ataque grave en menos de un año que sufre Mikel Iturgaiz, de 25 años. El hijo del presidente del PP vasco se encontraba en una ‘txosna’ de Romo en la madrugada del viernes (5 de agosto) cuando fue rodeado por una decena de radicales con insultos y amenazas. Los agresores se encararon también con la pareja que le acompañaba y abofetearon a la mujer». 

«Mikel Iturgaiz, hijo del presidente del PP vasco, sufrió la madrugada del pasado viernes un nuevo episodio de acoso por motivos ideológicos. Es el segundo ataque grave que padece en apenas un año, pero la presión radical se está convirtiendo en una constante para el chaval, que tiene 25 años, por el simple hecho de quién es su padre: ‘Basura del PP, vete de aquí pero ya'».

«El nivel de hostigamiento se disparó en ese momento. ‘¿Tú qué haces aquí pepero de mierda?’. Otra joven le identificó en voz alta como el hijo de Carlos Iturgaiz y al menos otra decena de jóvenes cercaron al chaval y a sus amigos. Arreciaron los insultos y hubo empujones. La Policía autonómica confirmó que una chica de la cuadrilla recibió ‘un manotazo en la cara’ al intentar defender al resto. La presión no aflojó durante varios minutos, hasta que el grupo optó por marcharse para evitar males mayores. Alguno de los afectados tuvo que ser atendido por los servicios sanitarios tras sufrir un ataque de ansiedad». 

Esos acontecimientos fueron llevados al plenario del Ayuntamiento de Getxo y condenados. Naturalmente con la brutal abstención de Bildu que, además, tildó a la víctima de «provocador». Tampoco condenaron los exetarras el apaleamiento del joven popular de 18 años, David Chamorro, a manos de encapuchados al grito de «español de mierda»; ni el acoso al concejal del PP de Vitoria, Iñaki García Calvo, mientras tomaba una consumición en una terraza, ni el atentado al también popular Ander García Oñate, al que estamparon su vehículo contra una señal de tráfico y después le echaron a empellones de una discoteca.

«El nivel de hostigamiento se disparó en ese momento. ‘¿Qué haces aquí pepero de mierda?'» 

En estas semanas centrales del mes de agosto se celebran las fiestas populares en todo el País Vasco, terreno abonado para que la violencia de baja intensidad se ejerza clandestinamente, pero con absoluta impunidad contra los «españoles de mierda», contra «los fascistas» y contra los «cipayos» que así son insultados también los miembros de la policía vasca. Pues bien: el partido con el que el Gobierno urde estrategias parlamentarias —EH Bildu— es el que no condena, ni rechaza ya siquiera, estos atentados sin que, desde la Moncloa, desde el grupo parlamentario socialista o desde Ferraz, se alce la voz para recriminar este ruinoso comportamiento moral. 

El caso de Mikel Iturgaiz sirve para explicar dos variables fundamentales en el País Vasco: 1) ETA dejó de matar en 2011 y dijo disolverse, pero la semilla del mal sigue arraigada en aquella tierra porque Bildu, y otros, continúan considerando que lo que practicó la banda no fue terrorismo sino la «expresión armada de un conflicto» y 2) Los transterrados vascos —del orden de 250.000— no regresan a su tierra porque se exponen al acoso y porque ni son reclamados por el nacionalismo gobernante ni acogidos con la más mínima sensibilidad. Quienes en buena medida manejan esas dos variables son los dirigentes de EH Bildu, aliados en el Congreso del Gobierno de Sánchez y amigos de Podemos, amparados por la indiferencia de la sociedad vasca en general y del nacionalismo en particular.

El ensayista, teólogo y filósofo Luis Haranburu Altuna en su libro ‘Odiar para ser. Nacionalismo vasco, resentimiento e identidad’ (Editorial Almuzara 2021) escribe lo siguiente:

«El nacionalismo vasco siempre ha tenido en gran estima a los vascos que en épocas pasadas se vieron forzados a emigrar por razones económicas y laborales. Este exilio económico y sus herederos, que hoy pueblan muchos ‘Euskal Etxea’, de Hispanoamérica, merecen la atención especial de las autoridades nacionalistas que prodigan gestos, subvenciones y visitas a ultramar. Esta actitud, sin embargo, contrasta con la frialdad institucional del nacionalismo vasco al abordar el tema del exilio provocado por la limpieza ideológica llevada a cabo en las últimas cuatro décadas.

Es evidente que el exilio forzado de muchos vascos ha tenido y tiene también sus consecuencias en el censo poblacional de Euskadi y, consecuentemente, en la realidad electoral y sus resultados. Es esta una cuestión sobre la que pesa una losa que los nacionalistas vascos no se ven estimulados a levantar. ¿Por qué habrían de hacerlo si el censo electoral actual favorece su hegemonía?». 

Bastaría esta cita y el acoso al hijo del presidente del PP vasco para hacerse una composición de lugar de la realidad ambiental en Euskadi, pero no sin antes leer el libro ‘Todos los futuros perdidos’ (Plaza & Janés 2021), de Eduardo Madina (PSOE) y Borja Semper (PP), dos vascos en Madrid, y repasar algunos de los ensayos incluidos en ‘Transterrados. Dejar Euskadi por el terrorismo’ (Editorial Catarata 2022). Por parte del resto de España, incluido el Gobierno, y respecto de estos hechos, se está produciendo una clamorosa omisión de socorro.