Mikel Buesa-La Razón

  • La zona gris permaneció incólume y cuando acabó el terrorismo configuró esa masa de gente que prefirió olvidar su propia cobardía y tirar para adelante

La pregunta quedó en el aire. Se celebraba un debate sobre la presencia de las víctimas de ETA en la filmografía española de ficción. Los cineastas se cuestionaban sobre las dificultades a las que se enfrentaban sus producciones, especialmente por el rechazo del público vascongado a verse reflejado en las pantallas. Recordé entonces el estudio que publicaron en 2017 Francisco Llera y Rafael Leonisio acerca las actitudes de los vascos ante la memoria de aquellas. Su investigación no daba lugar a dudas: la mayoría –seis de cada diez– se adscribían a ese grupo que, ante las acciones de ETA, se limitaba a mirar para otra parte como si el asunto no fuera con ellos; eran los que se justificaban diciendo «algo habrá hecho», como si la organización terrorista fuera la intérprete de la justicia popular. Fueron indudablemente colaboradores del terrorismo por cobardía y, por ello, integrantes de esa zona gris que, como señaló Primo Levi, se requería para afianzar el proyecto totalitario. Claro que también hubo un seis por ciento de vascos que apoyaron entusiásticamente a la banda armada, acudiendo a las manifestaciones que la legitimaban y, en más de un caso, convirtiéndose en los chivatos imprescindibles de sus atentados. Eran, afortunadamente, unos pocos menos que ese siete por ciento que se movilizó contra ETA apoyando al minúsculo grupo de ciudadanos que desde el Foro Ermua, Basta ya o la Fundación para la Libertad articularon la resistencia de la sociedad civil frente al terrorismo.

¿Qué queda hoy de esos 125.000 vascos que sí respondieron ante ETA? Seguramente bastante poco. Unos se dispersaron, otros se vieron frustrados por el colaboracionismo de los socialistas con la izquierda abertzale cuando Zapatero se empeñó en negociar con ETA, y unos cuantos se embarcaron en la acción política con UPyD o Ciudadanos. Pero la zona gris permaneció incólume y cuando acabó el terrorismo configuró esa masa de gente que prefirió olvidar su propia cobardía y tirar para adelante. Incluso hubo quienes, como los empresarios de Confebask, se reivindicaron a sí mismos como víctimas cuando jamás se pronunciaron contra ETA. A nadie sorprenderá entonces que haya tan poco público para el cine comprometido con las víctimas. Éstas acabaron fastidiándose; y los cineastas también.