MIKEL BADIOLA-EL CORREO
 

Constituye una evidencia el ascenso de la extrema derecha en toda Europa. Se apunta como causa la crisis de la democracia, pero no se habla de las circunstancias específicas que la provocan. En mi opinión, en lo que se refiere a España, la clave radica en el modo en que se ejerce la política, porque adolece de determinadas anomalías que constituyen una perversión de la democracia. La defensa de ésta exige erradicarlas ya.

Se dice que la democracia es el «gobierno del pueblo» (el mejor sistema, o el menos malo, para la organización política de la sociedad). Por ello, la democracia tiene la legitimidad social necesaria para adoptar todas las decisiones tendentes a resolver los problemas de la convivencia, y la fuerza jurídica suficiente para imponerlas, todo ello de acuerdo con la ley.

Sin embargo, se observa que las decisiones públicas se adoptan, cada vez más, mirando a los intereses electorales de sus autores. Por eso, la ciudadanía va viendo que los tiempos preelectorales son los más idóneos para resolver sus problemas. De este modo, en el funcionamiento de las instituciones públicas se está sustituyendo el principio de ‘legalidad’ (adecuación a la ley de las decisiones públicas), por el principio de ‘electoralidad’ (incidencia electoral de las decisiones públicas), y eso es una importante perversión de la democracia.

Uno de los problemas más importantes de la sociedad actual (sin perjuicio de otros que tenemos) es la grave crisis migratoria, que no es un fenómeno puntual, sino un proceso continuo y creciente, que ha venido para quedarse mucho tiempo. Es fundamental una política que mire al día después de la entrada, en beneficio de los inmigrantes y de la sociedad acogedora. El mero buenismo en la entrada, sin ninguna perspectiva de futuro, da lugar paradójicamente a un aumento de la xenofobia, máxime si se producen agravios con los miembros de la sociedad que los acoge. El tema no es fácil, pero no afrontarlo denota falta de interés o de capacidad, y ambos son peligrosísimas vías de agua para la democracia.

Otro problema muy grave en la sociedad es la corrupción y los escandalazos que, un día sí y otro también, aparecen en los medios de comunicación social, con participación de importantes personajes de la vida política, administrativa, económica y social. Es notorio que degradan de forma muy notable la idea de la ciudadanía sobre el funcionamiento de la sociedad y, por tanto, sobre la democracia.

Tampoco se pueden obviar las incoherencias y contradicciones existentes en la dinámica política. Vemos a políticos/as decir y hacer en el Gobierno del que forman parte lo contrario de lo que decían y hacían cuando estaban en la oposición. Y viceversa, vemos que dicen y hacen en la oposición lo contrario de lo que decían y hacían cuando estaban en el Ejecutivo. Sin que se les mueva un solo músculo de la cara. Ante eso, la gente piensa que la política es un cachondeo, y, por ello, la democracia también.

Por otro lado, los partidos políticos son cada vez más endogámicos. La calle ve en ellos una tendencia creciente a ensalzar a sus afiliados/as y a ignorar a quienes no lo son, salvo que sumarse al carro de éstos les proporcione utilidad. Se olfatean pactos subterráneos en entidades cuyo objeto es ajeno a la política. Todo esto genera muy malas sensaciones, y propicia la existencia de una brecha entre la ciudadanía afiliada y la que no lo es, que se siente como un atentado a la igualdad, inherente a la democracia.

Pero la democracia es el medio para alcanzar el poder. Por ello, en las elecciones, las fuerzas políticas se dirigen a toda la ciudadanía, y lo hacen con técnicas de publicidad y de marketing (y, dentro de poco, con algoritmos), similares a las de las empresas ofreciendo sus productos en el mercado. Los programas y estrategias electorales parecen concebidos más para captar votos que para hacer propuestas sobre resolución de problemas sociales (se ha llegado a hablar de «caladeros de votos»). Así, se muestran como máquinas de poder y, en democracia, el poder se utiliza para servir no para dominar. Además, se desdibuja el pensamiento de cada fuerza política, que es lo que le caracteriza y diferencia en la sociedad y se sustituyen las ideologías por las etiquetas.

Con este escenario no es de extrañar que exista una importante desafección social hacia la política, y aparezca el voto a la extrema derecha, que no es voto por ideología, sino por puro escapismo de los políticos/as actuales. Pero va a haber siempre políticos/as de un tipo o de otro, porque ello es connatural a una sociedad organizada; y la sociedad debe saber que, hasta ahora, la extrema derecha ha creado más problemas que los que se trataba de resolver.

Las fuerzas políticas democráticas han de ser conscientes de que su gestión, y el ascenso de la extrema derecha, son vasos comunicantes. Y han de asumir que la democracia no es sólo votar cada cuatro años. Esa es la democracia formal. Pero la democracia material tiene como eje el respeto a la persona y el servicio a la sociedad, lo que exige abandonar las malas prácticas expuestas. Parafraseando una frase célebre podríamos decir que «la democracia es como un jardín, que hay que regarlo todos los días».