Ignacio Sánchez Cámara-El Debate
  • Ya no se trata solo de que haya un partido «bisagra» que se aproveche de esa situación. Es que un grupo de partidos de ideologías y propuestas incompatibles entre sí y con el partido gobernante se erige en minoría extorsionadora

La sustitución de Mazón al frente del PP en la Comunidad Valenciana ha mostrado un ejemplo más del extravío del parlamentarismo español. Me parece un despropósito que la elección del sustituto se esté negociando con Vox. Un partido elige a su candidato y aprueba su programa. Lo normal sería que el nuevo presidente siguiera en general el programa de su predecesor, ya que no ha habido elecciones ni nuevas propuestas, y eso facilitaría de paso el acuerdo con Vox. Cabrá un Gobierno de coalición en el que se pacte un programa común o un Gobierno del PP con el apoyo parlamentario de Vox. El problema es que se trata de todo un síntoma de cómo se entiende la naturaleza del sistema parlamentario en España.

El abuso de las minorías constituye una forma de adulterar el parlamentarismo. Terminan por detentar un poder muy superior al que corresponde al apoyo de los electores. La actual legislatura es un ejemplo perfecto de esta perversión. Ya no se trata solo de que haya un partido «bisagra» que se aproveche de esa situación. Es que un grupo de partidos de ideologías y propuestas incompatibles entre sí y con el partido gobernante se erige en minoría extorsionadora. Y encima incluye a partidos separatistas, de extrema izquierda e incluso uno heredero del terrorismo etarra. Y esta es la actual forma de gobierno en España: el imperio de las oligarquías. El que pierde las elecciones, si se vende a las minorías, gana. Y el que las gana, si no se vende o no le compran, pierde. Es cierto que la ley, al menos formalmente, lo permite. Otra cosa es que sea legítimo.

Acometemos ahora un nuevo capítulo de la destrucción del parlamentarismo. El Gobierno ya no tiene los apoyos, por lo demás muy endebles, para aprobar en las Cortes sus proyectos de ley. Pero no le importa. Anuncia que va a seguir. Sin el Parlamento. ¿Para qué? ¿Es posible gobernar así? ¿Al menos, democráticamente? Las Cortes Generales ya se habían convertido en una especie de mercado de apoyos políticos y las minorías imponían sus precios abusivos. Ahora a gobernar sin Parlamento, sin presupuesto y sin apoyos. El Ejecutivo, si sigue con su propósito, habrá acabado con la exigua legitimidad que le pudiera quedar, si es que le quedaba alguna. Un Gobierno decente disolvería las Cámaras y convocaría elecciones. También es cierto que algunos grupos de la oposición deberían dejar de amagar y presentar ya una moción de censura. El poder del Gobierno emana del Parlamento. Un parlamentarismo sin Parlamento constituiría no ya una extravagancia, sino la defunción de nuestro sistema político.

Pienso que el parlamentarismo no conduce necesariamente a esta extorsión de las minorías, pero es cierto que puede conducir a ella. El proceso tiene que contar con la ambición, la irresponsabilidad y la ausencia de patriotismo y de sentido de Estado de algunos dirigentes políticos. Los distritos uninominales, como en el Reino Unido, dificultan la partitocracia y la extorsión de las minorías. Contemplando el desastre, es fácil preferir la elección directa del presidente del Gobierno. Se acabaría con la compraventa y la extorsión, aumentaría la independencia entre el poder legislativo y el ejecutivo y, con ella, el control parlamentario del Gobierno y, probablemente, sería más democrático. Esta solución no es incompatible con la existencia de la Corona. Sí lo es con la existencia de un régimen parlamentario y requeriría una reforma constitucional. Evidentemente es incompatible con el parlamentarismo, pero en esta legislatura, y más aún a partir de ahora, no vivimos sino su agonía y corrupción. Un Gobierno de Sánchez sería probablemente siempre un desastre, pero uno sometido a la extorsión de separatistas y la extrema izquierda es insoportable.