Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 21/11/11
Cuando los resultados de unas elecciones son tan contundentes como los de las que ayer se celebraron, no hay mucha necesidad de explayarse en el análisis: el PSOE ha pagado, con su debacle clamorosa, los gravísimos errores de una legislatura -y, aun más allá, de un período de gobierno- en su conjunto desastrosa, que ha convertido a Zapatero, a juicio de millones de españoles, en el peor presidente de nuestra democracia. Sin duda, la crisis económica ha contribuido a acrecentar el cataclismo del PSOE, pero ya los primeros sondeos de opinión publicados en España tras las generales del 2008 pusieron de relieve que el PP lo aventajaba, ventaja que no haría otra cosa que ir creciendo hasta desembocar en el auténtico hundimiento socialista que ayer tuvo lugar.
El PP ha sabido, por su parte, aprovecharse a fondo de los muchos y muy graves errores de sus torpes adversarios, y, dirigido por un Rajoy por el que nadie daba un duro hace casi cuatro años, ha logrado aparecer como una fuerza unida y una alternativa al desgobierno que ha presidido Zapatero, quien es, mucho más que Rubalcaba, el auténtico perdedor del 20-N.
Tiempo habrá de desmenuzar este o aquel aspecto del resultado electoral, pero la situación excepcional en que se han producido estos comicios -con el país atravesando una crisis descomunal que, entre otros muchos trágicos efectos, ha dejado sin trabajo a más de tres millones de personas- exige que hoy mismo, día 21, cuando los dos partidos no han salido aún de la lógica resaca de su victoria o su derrota, dejemos de hablar ya de elecciones (pasadas o futuras) y comencemos a hacerlo de España y de la mejor forma de gobernarla para echar a andar de una vez por el camino que nos permita ir saliendo de la crisis.
Desde este punto de vista, que nos interesa a todos mucho más que seguir enzarzados en una interminable riña electoral, estoy persuadido de que el futuro presidente -que debería ser nombrado en cuanto legalmente sea posible- tendría que dirigir una gran parte de su esfuerzo a huir de dos de los extravíos esenciales que han llevado a Zapatero a su desgracia (y, con él, a su partido) y a España a una auténtica catástrofe: el primero, el de la total falta de rigor y realismo en sus proyectos, resultado final de una frivolidad increíble en un presidente del Gobierno; el segundo, la voluntad de ir por su cuenta sin buscar más apoyos que los que en cada caso necesitaba para no ser derrotado en el Congreso, prueba de un sectarismo inaceptable en quien gobierna en medio de una crisis tan grave como la que a los españoles nos afecta.
Frente a esa falta de realismo y de rigor (con docenas de planes sucesivos que no han servido para nada) y frente a ese sectarismo, que llevó incluso a Zapatero a cesar a sus ministros más valiosos porque no eran, como los de ahora, de esos que siempre dicen «sí señor», hay que esperar y desear que Rajoy hará justamente lo contrario: pensar las cosas antes de echarse a lo loco a decidir y contar con todos, pues todos somos necesarios para la titánica labor que tenemos por delante. Rajoy ya ha conseguido su sueño: llegar a presidente. Su gran reto será ahora evitar que ese sueño termine para él como ha acabado el de Zapatero: como una verdadera pesadilla.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 21/11/11