Miquel Escudero-El Correo
La raza no es una realidad humana, sino estrictamente animal. Más allá de las muchas diferencias que hay entre los seres humanos, solo hay una raza y consiste en compartir la condición de persona. Sin embargo, este concepto se usa en contra de la igualdad y para marcar superioridad y rechazo. Hablemos de negros y blancos.
Se cumple ahora un siglo del nacimiento del escritor James Baldwin, quien afirmó que ser negro en Estados Unidos y ser consciente supone «tener rabia» de continuo. En 1963 decía que los negros miraban hacia arriba o hacia abajo, pero no se miraban entre sí, y los blancos, sobre todo, miraban para otro lado. Ser negro allí significaba ser descendiente de esclavos en un país blanco y protestante. Unos y otros se vieron empujados a creer que los negros eran inferiores a los blancos. Hay que cambiar radicalmente este marco de referencia.
En su libro ‘La próxima vez el fuego’, Baldwin contaba que lo peor es creerse a pies juntillas los insultos racistas de los blancos, asustarse y sentirse culpables. Y evocaba que cuando tenía unos diez años dos policías le pararon, le cachearon y, entre risotadas, se burlaron de su ascendencia y su probable vigor sexual. Aterradora y cruel experiencia.
Una cosa es exacerbar el odio y descontento social, y otra es negar el derecho a expresar rabia por todo ello y a ser validados. No hay porvenir sin aceptar el pasado, por supuesto sin odiar y sin que te odien. Baldwin tenía claro que blancos y negros se necesitaban «muchísimo los unos a los otros» para desarrollar una nación.
Los pueblos no se consolidan en términos raciales, sino en naciones de ciudadanos que se sienten en casa.