ISABEL SAN SEBASTIÁN – ABC – 18/04/16
· El PP se descompone, se acuchilla, se destroza a dentelladas, se deshace en banderías ávidas de venganza.
La España del marianismo agonizante se parece cada vez más a esa «columna o pilón que había en las entradas de los pueblos, donde se exponía a los reos a la vergüenza, o se ponían las cabezas de los que habían sido ejecutados, para que sirviesen de escarmiento». O sea, a una gigantesca picota. En la pugna a última sangre por la sucesión de Rajoy no es que se borre de la foto al que osa obstaculizar los planes de la favorita; es que se le fusila al amanecer, con focos, altavoz y claque vociferante.
El PP se descompone, se acuchilla, se destroza a dentelladas, se deshace en banderías ávidas de venganza para mayor gloria de quienes aspiran a destruir todo lo que llegaron a simbolizar ideológicamente esas siglas. Sus verdaderos enemigos, beneficiarios de la quema, ansiosos por acabar con la libertad y la Nación tal como las conocemos.
Claro que la corrupción sistémica e impune ha creado el caldo de cultivo perfecto para dar barra libre a esta brutal caza de brujas. Claro que la crisis ha azuzado los deseos de linchar de una sociedad empobrecida, literalmente machacada a impuestos, harta de abusos de los poderosos e inerme ante la incapacidad de los partidos políticos para pensar en el bien común en vez de empantanarse en sus mezquinas cuitas internas. Claro que sobran ejemplos de miseria personal y moral, de fraude, delincuencia de guante blanco y burla a la legalidad. Lo malo es que se mezcla todo, en aras de crear confusión, hasta el punto de reproducir un contexto muy similar al del tiempo de la Inquisición o el largo brazo de la Stasi, cuando bastaba una denuncia anónima para arrojar sobre alguien la presunción de culpabilidad, a menos que fuese capaz de demostrar su inocencia.
Incluso hay medios de comunicación que animan a sus lectores a «colaborar en la investigación» de cierto escándalo, proporcionándoles herramientas destinadas a garantizar su anonimato; o sea, incitándoles a la delación. Nada que no haya hecho antes un organismo oficial como la Agencia Tributaria, convertida en auténtico «martillo de herejes» encargado de golpear sin piedad a cualquiera que desafíe la ortodoxia oficial y tenga la más mínima tacha en su expediente fiscal. Sin ir más lejos, Aznar. ¿Confidencialidad, intimidad, protección de datos, derechos del ciudadano reconocidos en la Constitución? ¡Pamplinas! En esta guerra no hay prisioneros. Al que molesta se le ejecuta sin juicio previo ni defensa ni explicaciones ni garantías. O se le tiende una trampa proporcionándole la cuerda para que se ahorque él solo, como ha hecho el ya ex ministro Soria con prontitud y eficacia. ¡Más madera!
El ambiente ha alcanzado tal grado de toxicidad que asociaciones como Manos Limpias y su alter ego, Ausbanc, se dedicaban al chantaje, según la investigación de la Audiencia Nacional, valiéndose de la mera amenaza: «O me pagas, o te denuncio. Y aunque la demanda no vaya a ninguna parte en términos judiciales, te garantizo un paseíllo por todos los telediarios que dejará tu nombre y el de tu empresa definitivamente manchados». Muchos pagaban.
Otros nos vemos obligados a pagar abogados y procuradores para limpiar nuestro honor de repugnantes calumnias contenidas en presuntos «informes policiales» de cloaca, porque no existe otro modo de defenderlo frente las insidias. Basta un señalamiento, una mención, una mentira o media verdad vertida en los oídos adecuados para consumar el asesinato civil de la víctima escogida. En este totum revolutum todo es posible. Incluso que los perseguidos acaben uniendo fuerzas con tal de sobrevivir, y veamos al león peleando junto a la gacela.
ISABEL SAN SEBASTIÁN – ABC – 18/04/16