Iñaki Ezkerra-El Correo
Los que se desvelan porque un cenutrio les ha llamado «fachas», que se retiren
Una de las razones por las que el nacionalismo ha campado a sus anchas en Cataluña durante tantos años sin hallar una eficaz respuesta está en que la oposición a éste tiene una piel demasiado fina para encajar los insultos, especialmente los que le relacionan con la extrema derecha. Es una razón que va más allá de la política y que se suele obviar, pero que tiene más peso del que parece. Llamo «piel fina» a la enfermiza vulnerabilidad que esa oposición padece ante la acusación -muchas veces infantil, burda, ridícula- de carca, de franquista, de «facha» para entendernos.
En la política, esa finura epidérmica podía apreciarse hasta físicamente en el rostro hervido de Josep Piqué. Al único al que he visto que de verdad le resbalaba ese sobado sambenito es a Vidal-Quadras porque tiene mas conchas que un quelonio, más escamas que una merluza, más costras que un leproso. En cuanto a la gente de la cultura, la cosa excede lo patológico. Conozco a varios escritores catalanes a los que les llaman «fachas» un día y esa noche no duermen. Si juntan dos palabras contra el secesionismo es con mucho cuidado de que no se piense mal de ellos y de no quedarse sin silla en ese ñoño ‘juego de la izquierdita’ que obliga a sentarse de pronto y por sorpresa como el del corro de la patata.
En este sentido, creo que hemos estado algo más curtidos los autores vascos no nacionalistas. Lo digo sin ninguna arrogancia. Quizá porque en nuestra tierra no había ‘gauche divine’, sino hoscas individualidades. Quizá porque éramos más brutos, menos florentinos, y no nos preocupaba tanto la imagen. Quizá porque el hombre de letras lo que tenía en esta parte del planeta era mala imagen social. Y quizá, sobre todo, porque en el País Vasco se asesinaba. El insulto, la etiqueta, el estigma de ‘fachas’ no nos hacía mella viniendo encima de quien venía: de los matarifes, los jevos y quienes encarnaban lo más genuino del racismo, la xenofobia y la carcundia peninsulares. Era, en fin, demasiado grave y obvio el horror como para andarse con esa clase de remilgos.
Creo que esa experiencia nos inmunizó a algunos de ese jueguecito tontorrón de «facha el que no se siente» o «facha el que no bote» al que quiere jugar ahora Sánchez para blindar a su Gobierno friki de toda crítica. Sánchez quiere extender a escala nacional ese miedo supersticioso al estigma de franquista que ha cuajado en Cataluña como en ningún otro sitio. Es por eso por lo que tienen razón quienes en estos días dicen que la derecha democrática debe templar su discurso y buscar el matiz. Debe incluso buscar el matiz entre los que dan ese consejo por templados y los que lo dan porque padecen la citada debilidad cutánea. Porque haga lo que haga esa derecha va a ser tachada de extrema en esta legislatura. Los que se desvelan porque un cenutrio les ha llamado «fachas», que se retiren. Esto no es para finolis.