La piel gruesa

LIBERTAD DIGITAL 05/09/14
JOSÉ MARÍA ALBERT DE PACO

Preguntado en la emisora RAC1 por el modo como despiertan en Cardedeu a los regidores del PP, el jefe de fusileros del lugar rezongó: «És que aquests del PP tenen la pell molt fina». En catalán, decir de un individuo que tiene la pell fina (piel fina) equivale a calificarlo de susceptible o, más precisamente, de picajoso. El entrevistador, en desenvuelta conchabanza con el trabuquero, dijo de la «prensa española» que había puesto el grito en el cielo y describió el suceso como un «incidente». Al punto, y convencido de que la palabra incidente tenía demasiada extensión para designar lo que, a su juicio, era una minucia, puntualizó: «Bueno, incidente por llamarlo de alguna forma».

La anécdota ilustra a las claras el fastidio con que el nacionalismo sobrelleva lo que, con arreglo al principio de ciudadanía, no son sino denuncias legítimas. Una cuadrilla de nativos disfrazados de carlistas se detiene frente a la casa de un cargo electo y teatraliza su ejecución, pero el escándalo (¡la prensa española!) no es culpa de los bravíos matasietes venidos del siglo XIX, sino del irascible político que habita el XXI.

Por descontado, lo que sirve para este representante de la voluntad popular también hace al caso para esos padres que, amparándose en la ley, vienen reclamando que a sus hijos les sean impartidas en castellano la mitad de las asignaturas. Sin duda, individuos afectados por una patológica renuencia a «entender a los catalanes» (expresión, por cierto, que empieza a guardar un vinagroso parecido con esa otra, tan propia de los westerns, de «a ver si te vas enterando de cómo hacemos aquí las cosas»),

En cierto modo, no importa si un guionista televisivo tirotea una fotografía de Juan Carlos I en TV3, o si esa misma televisión pública actúa de vocera del Llamado Proceso (cuando no de promotora del mismo), o si un actorcillo escupe en Twitter no sé qué de un bukake catalán a la vicepresidenta Soraya, o si una señora le suelta un tortazo en plena calle al secretario general de los socialistas catalanes… Para los soberanistas, se trata exclusivamente de lances del juego y, como es sabido, lo que pasa en el campo se queda en el campo.

El déficit democrático que lastra al nacionalismo, a cualquier nacionalismo, tiene que ver, precisamente, con la justificación reiterada de lo que, en puridad, no son más que quebrantamientos de la ley o, cuando menos, improperios de toda laya cuyo objeto es el menoscabo de la convivencia. Por lo común, el homo patrio da su brazo a torcer y admite que sí, que tal vez ha habido un error en las formas o una insuficiente contextualización que ha dificultado la comprensión del chiste, del puyazo, de la parodia. Sin embargo, a continuación no puede reprimir un «Ahora bien, no me negarás que tenéis la piel muy fina». Las reglas del juego, así, quedan reducidas a un trámite más o menos engorroso, a un irritante ceremonial que no se distingue en exceso del protocolo que se estila en la recepción en una embajada. Una pauta para redichos con la que uno tiene que cumplir, sí, pero sin el menor entusiasmo. No en vano, qué mejor que un pelotón carlista que muestre de verdad cómo somos, que se quiten las florituras. Ya lo decía una pintada falangista en la barcelonesa calle Lérida, a mediados de los setenta: «Sólo los hombres dicen no a la Constitución».

Volviendo a los despertares de Cardedeu, habría de bastar, para desmentir que todo fuera un divertimento de carácter folclórico, la evidencia de que el concejal Jaime Gelada no iba disfrazado de nada.

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