Agustín Valladolid-Vozpópuli

PSOE y Vox parecen sentirse muy cómodos compartiendo prioridad: condicionar al máximo un futuro proceso de alternancia en el poder

Enero de 1995. Es jueves y hay sesión de control al Gobierno. La legislatura es un infierno. En todos los frentes, parlamentario, judicial, mediático, la batalla es cruenta. El líder de la Oposición, José María Aznar, y Julio Anguita, coordinador general de Izquierda Unida, conversan amigablemente en la cafetería del Congreso, ajenos a la sorpresa que despierta su encuentro entre diputados y periodistas. La charla se alarga casi media hora. Están escenificando la buena sintonía que había entre ellos. Están oficializando la “pinza”.

“No había nada que ocultar”, declaró años después Aznar: “Todas las conversaciones se hacían con total transparencia”. Pese a la coincidencia en el diagnóstico (“La situación de deterioro no se podía prolongar, era una agonía en perjuicio de los intereses del país”), no hubo acuerdo para presentar una moción de censura. Anguita: “Si hubiésemos querido, Felipe se va a la puñetera calle”. No quisieron. No quiso Anguita, para ser exactos, pero un año después un González acorralado, y sin el apoyo de los nacionalistas catalanes, se vio obligado a adelantar las elecciones.

¿Es comparable aquella situación a la que hoy estamos viviendo? Sin duda hay evidentes diferencias, pero también innegables similitudes. La principal es el callejón sin salida en el que, en buena parte como consecuencia del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, está metido el presidente del Gobierno. ¿Qué hacer? Se supone que hay que elegir entre los socios europeos, que reclaman la solidaridad de España en lo que se refiere al incremento del gasto en Defensa, o los de dentro, que de ningún modo están dispuestos a aceptar una mayor inversión en esa partida. Solución momentánea: patada a seguir.

Sánchez está en una situación límite y lo sabe. Sabe que si no convence a la Unión Europea de que nos financie como si fueran vacunas los misiles que necesitamos para persuadir a Putin, la cosa puede ponerse bastante peor

Pedro Sánchez es un libro abierto. Su pretensión es repetir la “Operación pandemia”, esto es, que Europa nos preste de un modo u otro el dinero necesario para incrementar nuestra inversión en Defensa -que probablemente acabará siendo mayor de ese 2% del PIB que repite el presidente-, sin tocar el gasto social. Antes de la cumbre de la OTAN, del 24 al 26 de junio, sabremos si su legendaria capacidad de seducción en los pasillos de la Comisión ha dado sus frutos. No parece fácil. Parece que Europa ya le ha tomado la matrícula al presidente español. Esta vez no va a haber tanta magnanimidad con los países del sur. Menos aún tras comprobar cómo se han gestionado en nuestro país los fondos Next Generation. En el ámbito laboral, por ejemplo.

Sánchez está en una situación límite y lo sabe. Sabe que si no convence a la Unión Europea de que nos financie como si fueran vacunas los misiles que necesitamos para persuadir a Putin, la cosa puede ponerse bastante peor. Sin la pasta de Europa el castillo de naipes se puede venir abajo. Porque la película de ficción que nos vendió el presidente en el Parlamento (una economía saneada que puede asumir sin despeinarse el incremento del gasto militar), no hay por donde cogerla, como apuntan la mayoría de servicios de estudios y observadores independientes (incluso algunos no tan independientes).

De ahí que vuelva a estar sobre la mesa la idea de un posible adelanto electoral. Con Sumar boqueando y Podemos echado al monte, y apostando por un cambio de ciclo y por un gobierno del Partido Popular contra el que movilizar la calle, desenganchándose del complejo de haber sido copartícipes de las decisiones del Ejecutivo, quizá sea mejor dejar de jugar a la ruleta rusa y asegurarse una vida confortable fuera del banco azul.

Abascal y la equidistancia

Y aquí es donde viene a cuento lo de la pinza. La nueva pinza. No queda otra que mentalizarse para asumir que lo que espera detrás de la esquina es una nueva temporada en la Oposición. Pero mejor una Oposición que tenga enfrente a un gobierno radicalizado, maniatado, como este de ahora, pero de derechas. Un gobierno con un Alberto Núñez Feijóo demasiado colgado de la soga de Vox. Y lo que vimos el miércoles en el Congreso encaja a la perfección con esa hipótesis, improbable hasta hace poco, no descartable desde que Trump entró en escena.

El miércoles asistimos a la confirmación de la pinza entre PSOE y Vox. No escrita, no asumida como tal, clandestina. Lo que ustedes quieran. Pero pinza que conviene a los dos. Veamos. No es nuevo que Santiago Abascal aproveche sus alegatos parlamentarios para criticar al Partido Popular y a Feijóo. Tal costumbre, eminentemente táctica, dejó de practicarse en algunas etapas, como la inaugurada con los acuerdos autonómicos entre ambos partidos. Tras romper Vox estos pactos, el PP volvió a ser diana de los reproches de Abascal y sus lugartenientes. Pero nunca con la agresividad de los de esta semana.

Durante su intervención en el Congreso de los Diputados, el líder del partido derechista hizo algo que no a todos ha pasado desapercibido: situó en el mismo plano a Pedro Sánchez y a Feijóo, tanto en lo concerniente al tiempo dedicado a cada uno como a la dureza de las descalificaciones elegidas. Se vio claramente que Abascal subió a la tribuna con la intención de hacer visible esa equidistancia. Y llamó la atención de los más atentos porque su amonestación igualitaria se producía después de que Feijóo hubiera trabado uno de los discursos contra el Gobierno más compactos y severos que se le han escuchado en la Carrera de San Jerónimo.

El parecido trato que los dirigentes de Vox emplean para reprender a PSOE y PP era, es, claramente premeditado. ¿Estamos ante un pulso coyuntural o es una apuesta estratégica? ¿Se trata solo de eso o hay algo más? Desde luego, los 44 minutos que Sánchez dedicó en su réplica a Núñez Feijóo, y la condescendencia con la que despachó en mucho menos a Abascal, ofrecen alguna pista de lo que puede esconderse detrás del proscenio. Los contactos entre personajes cercanos al líder de la derecha radical y miembros del Gobierno hace tiempo que dejaron de ser rumores de pasillo. Ni a unos ni a otros les interesa un Feijóo con margen de maniobra suficiente; ni un Partido Popular que alcance en unas próximas elecciones un número de escaños que en solitario supere a todos los de la izquierda.

Sánchez se revuelve con renovado ímpetu contra Abascal porque ese ardor es doblemente rentable. Gana él y refuerza a Vox frente al PP. A Abascal le reprende. A Feijóo lo humilla. O pretende humillarle

En su comparecencia del miércoles Sánchez dedicó 40 minutos largos de la réplica a maltratar a Feijóo. Chulesco, grosero, insultante en algún pasaje. A Santiago Abascal, sin embargo, le dio cuatro capotazos en la cuarta parte de ese tiempo. Y un aviso: “Usted está aquí por la pasta, señor Abascal”, una variable del “mejor no nos hagamos daño”. Muy llamativo. El presidente, cierto, amonestó con severidad al líder de Vox. Hubiera podido simplemente despreciarlo, como hace cuando le excluye de sus rondas con otros dirigentes políticos. Pero una cosa es la foto inoportuna de un forzado apretón de manos y otra muy distinta dejar pasar la ocasión de lucir perfil antifascista.

Sánchez se revuelve con renovado ímpetu contra Abascal porque ese ardor es doblemente rentable. Gana él y refuerza a Vox frente al PP. A Abascal le reprende. A Feijóo lo humilla. O pretende humillarle. El objetivo sigue siendo, siempre ha sido, desacreditar al gallego como dirigente político fiable. Y por partida doble: ante los votantes más conservadores y también ante los más centrados. Si volver a ganar parece descartado, hay que impedir que lo haga con holgura una alternativa de centro-derecha. Una interesante confluencia de intereses entre un PSOE en respiración asistida y el Vox más arriscado, y cuestionado, que se recuerda.

Hay que sostener a Vox y Vox se deja. Una extraña pinza. Ya no se trata de echar al que está, sino de condicionar cuanto se pueda la viabilidad de una futura alternancia. Poco nos pasa.