Nada haría más daño a los terroristas, ha afirmado Ibarretxe, que un debate tranquilo sobre la propuesta del PNV de reforma constitucional y estatutaria. Sin embargo, nunca la actividad sangrienta de la banda fue más alta que en aquellos años de la transición, de profunda transformación democratizadora y descentralizadora, concretados en la elaboración y aprobación de la Constitución de 1978.
El lehendakari insiste en estos días navideños de paz y serenidad que ETA, por cierto, pretendía adornar con una masacre en la estación de Chamartín, en su teoría de que su famoso plan representa la solución al problema de la violencia en el País Vasco. Nada haría más daño a los terroristas, ha afirmado, que un debate tranquilo sobre la propuesta del PNV de reforma constitucional y estatutaria. Es decir, que en la medida en que nos pongamos a analizar en un clima relajado los pros y los contras de la fragmentación de la caja única de la Seguridad Social, de la liquidación de la unidad jurisdiccional y de la atribución de la representación exterior de España a entidades subestatales, la organización criminal ultranacionalista dejará de matar y extorsionar. Cuando uno escucha a Ibarretxe emitir semejantes opiniones con esa cara de buen chico y ese tono de voz tranquilizador a medio camino entre el monitor de campamento juvenil y el psicólogo familiar, mientras a su alrededor todos los diputados y concejales de la oposición, jueces, fiscales y funcionarios en general de la Administración periférica del Estado en la Comunidad que él gobierna circulan debidamente escoltados para que, si hay suerte, no les asesinen, cabe preguntarse si el inquilino de Ajuria Enea cree de verdad en las cosas que proclama o ha alcanzado un nivel de cinismo inédito incluso en su insólito país.
Su argumento sobre las supuestas virtudes balsámicas del plan que lleva su nombre se cae a poco que se le someta a un análisis histórico mínimamente racional. El mayor cambio cualitativo y cuantitativo jamás registrado en la distribución territorial del poder en España tuvo lugar durante la transición y se concretó en la elaboración y aprobación de la Constitución de 1978. Los vascos pasaron de estar sometidos, al igual que el resto de sus compatriotas españoles, a una dictadura centralista, a una situación en la que disponían de Parlamento y Gobierno propios, cooficialidad del euskera, un grado de autogobierno amplísimo en términos de derecho comparado, concierto económico, bandera, himno, respetuoso reconocimiento de sus símbolos y de su personalidad colectiva diferenciada y, por supuesto, democracia, establecimiento de libertades civiles y políticas y plena garantía de derechos fundamentales. Siguiendo el planteamiento que ahora Ibarretxe nos intenta colocar, una mutación de este alcance debiera haber calmado las ansias reivindicativas de ETA hasta el punto de llevarla a cesar en sus atrocidades. Pues bien, nunca la actividad sangrienta de la banda fue más alta que en aquellos años de profunda transformación democratizadora y descentralizadora.
El lehendakari gusta de recordar el dicho de su tierra que recomienda andar por donde pisa el buey. Por desgracia para todos, él y los suyos no han optado por tan prudente camino, sino por cabalgar un tigre enloquecido.
Aleix Vidal-Quadras, LA RAZÓN, 2/1/2004