Tonia Etxarri-El Correo
Los pactos territoriales con nacionalistas y populistas alejan del centro al líder del PSOE
Podrá enzarzarse el PSOE, esta vez con EH Bildu en Navarra, en un pulso dialéctico de desmentidos y filtraciones como le ocurrió con Podemos en el fragor de la investidura fallida. Pero los hechos son lo que cuentan. Pedro Sánchez busca un gobierno (imposible) en solitario, como el que presidió después de la moción de censura. Y no se encuentra incómodo con populistas y secesionistas siempre que le apoyen desde fuera. En el caso de Navarra, si Chivite resulta finalmente elegida presidenta de la comunidad foral será gracias a EH Bildu. Y a Sánchez le ha parecido la mejor opción.
Las elecciones las ganó Javier Esparza de la mano de Navarra Suma. Ese «artefacto», como lo denominó Sánchez en sede parlamentaria, ganó con gran margen de diferencia sobre la segunda fuerza. Y ofreció al PSN un gobierno de coalición. Pero los socialistas ya han repetido hasta la saciedad que sus adversarios son los partidos de derechas. En cualquier circunstancia. Con ellos, ni a heredar. Sin embargo con la izquierda abertzale, que mantiene viva la llama de esa Batasuna que jaleó los crímenes de ETA y ahora se muestra orgullosa de ese legado, Sánchez tan solo mantiene «serias discrepancias del pasado».
No los desprecia, como al centro derecha. Al contrario, los respeta. Eso dijo en la sesión de investidura. ¿Cuáles son los hechos? Que al día siguiente de la fracasada investidura de Sánchez, se anunciaba el pacto en Navarra. La socialista María Chivite con Geroa Bai, Podemos y Ezkerra. Para ganarse la presidencia necesitará la aquiescencia del grupo de Otegi. Sin problema. Salvo sorpresas, se abstendrán. Esa es al menos la intención que se desprende de su comunicación a la militancia, en donde se autoproclaman como los «interlocutores prioritarios» del próximo gobierno navarro. Un gobierno que ha adquirido el compromiso de «mantener relaciones continuadas con nosotros». El compromiso. Eso dice EH Bildu, mientras los socialistas navarros aseguran que no han hablado con la nueva Batasuna. Pero ya se sabe que, a través de contactos interpuestos, se pueden sellar grandes acuerdos. Y EH Bildu ha hecho cálculos. No va a tener mejor presidenta que la socialista Chivite, que ya ha cedido la promoción del euskera a Geroa Bai, para aplicar la política de reunificación de Euskal Herria que tanto anhelan el PNV y la izquierda abertzale.
Lejos quedan ya los primeros mensajes de Ábalos descartando dejarse apoyar por EH Bildu en Navarra. Esa reclamación de que gobierne quien ha ganado (defendida por Idoia Mendia para Irún o el propio Sánchez en el Congreso) no les sirve para la comunidad foral. Entre los constitucionalistas que ganaron las elecciones en Navarra y los nacionalistas, Sánchez ha elegido. Necesita contentar al PNV (que fue quien impuso la presencia de EH Bildu en la Mesa del Parlamento foral). Donde las urnas no les han colocado ya les ubica el socialismo.
Los giros de mensaje en el PSOE han sido constantes. Volantazos continuos. Del gobierno monocolor al gobierno de cooperación pasando por el de coalición. De decir que, una vez fracasada la investidura, ya no habría segunda vuelta a estar trabajándose ya otra oportunidad. Sánchez sabe que sus alianzas acordadas con populistas y nacionalistas le impiden reclamar el apoyo al centro derecha, tantas veces insultado. Por mucho que Casado empiece a tener presiones del ‘fuego amigo’ y Rivera se vea cada vez más cuestionado después del goteo de sonoras dimisiones en su equipo fundacional.
Pedro Sánchez consiguió reducir a los críticos de su partido hasta anularlos. Ha noqueado a Podemos. Y aspira a tener entre las cuerdas a un Rivera desdibujado. Pero los pactos territoriales con nacionalistas y populistas no le ubican en el centro. Al contrario. Recuperar la centralidad implicaría un gobierno de gran coalición trasversal. Una fórmula adoptada en más de quince países de la Unión Europea. Pero Sánchez se manifiesta genéticamente incompatible con el centro derecha. Se estrenó como secretario general ordenando a los eurodiputados de su partido votar en contra del candidato del PPE a la presidencia de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, aunque la mayoría de los socialdemócratas de la Unión habían acordado votarlo. ¿ Tendrá que llevarnos de nuevo a las urnas? Seguir con un gobierno en funciones y sin control parlamentario, además de suponer una paralización en buena parte de la gestión, no deja de ser un fraude constitucional.