Nacho Cardero-El Confidencial
- Lo de sacar los tanques contra Guindos no es sino postureo, una forma de meter al Partido Popular en medio de la polémica, caña al mono —esto es, a Feijóo— que es de goma
De los mismos autores de «volvería a hacerlo», palabras pronunciadas por el presidente del Gobierno después de que el Tribunal Constitucional tumbara los estados de alarma, llega ahora «vamos a seguir adelante», frase lapidaria de Sánchez tras conocer el dictamen del BCE en el que cuestiona la idoneidad del impuesto a la banca.
¿Para qué hacerse con el control del CGPJ y el TC si después, cuando llega la hora de aplicarlas, se pasan las sentencias por el arco del triunfo? Les sobra la escandalera tanto como promover a Pepiño Blanco para la presidencia del BCE en sustitución de Lagarde. Con unos tapones de cera para hacer caso omiso de los fallos de la autoridad competente, basta y sobra.
Aunque siempre hemos dicho que la capacidad de hacer del mal de los gobiernos está limitada por la Santísima Trinidad europea, esto es, Bruselas, Fráncfort y Estrasburgo, que marcan, con carácter normativo, las líneas a seguir por los países miembros, la autoridad de estas instituciones parece estar siendo erosionada por la pulsión soberanista que recorre el continente.
Tan preocupante parece esta indolencia institucional como el hecho de que el discurso haya sido naturalizado, e incluso jaleado, por los entornos. Un discurso demagogo y populista que resulta sintomático del contexto actual, con una sociedad altamente polarizada y unos países sometidos a un lento pero progresivo deterioro del Estado de derecho.
Para dar carnaza a los suyos, que es lo que toca en un ejercicio eminentemente electoral, el Gobierno ha arremetido duramente contra Luis de Guindos, cuya mano ven detrás del dictamen contra el impuesto a la banca, un señor de puro y mantel de restaurante de lujo que se pasea por Fráncfort como Pedro por su casa en calidad de vicepresidente del BCE.
«El Gobierno ha arremetido duramente contra Luis de Guindos, cuya mano ven detrás del dictamen contra el impuesto a la banca»
El primero en lanzar la piedra fue el ministro Escrivá, que tildó de «sorprendente» el dictamen del instituto emisor: «No es la primera vez que publica un informe de estas características. Lo deben tener de copia y pega de otros momentos, en contextos distintos (…). Será un tipo de informe normalizado que tienen de otras veces que han contestado a esto y lo han puesto ahí, sin tener en cuenta que, vista la coyuntura actual, resulta un poco sorprendente esa afirmación».
Luego le tocó turno al propio Sánchez, que se refirió a Guindos como ese economista «bien conocido por la política española», exministro del Gobierno del PP, artífice del rescate al sector financiero y mandamás de Lehman Brothers; ya saben, ese banco que quebró y se convirtió en la espoleta de la crisis subprime y la posterior Gran Recesión.
Lo de sacar los tanques contra Guindos no es sino postureo, una forma de meter al Partido Popular en medio de la polémica, caña al mono —esto es, a Feijóo— que es de goma. Resulta a todas luces incoherente que salga Escrivá diciendo que el informe es un bluf, un cortapega del que se hizo para Lituania en 2019, y unas horas más tarde llegue Sánchez señalando a Guindos como la mano que mece la cuna. Aclárense señores: estamos a setas o estamos a Rolex.
Esta forma acelerada de hacer crítica está relacionada con el nerviosismo que se instaló en el Ejecutivo a finales del verano al calor de unas encuestas que situaban al PSOE muy lejos de salir victorioso en las generales. Pusieron la máquina del agitprop a todo trapo y es ahora, en los estertores de 2022, cuando empiezan a visualizarse los primeros resultados.
La estrategia de la Moncloa resultaba tan burda como eficaz. Por un lado, recuperar un discurso con un marcado carácter ideológico, el de un Maverick, un outsider frente al sistema, en palabras de Iván Redondo. La factoría de artefactos de la Moncloa se puso a trabajar y sacó del magín el impuesto a la banca para el debate sobre el estado de la nación. De esta forma, el presidente tenía la piedra sobre la que fundar la iglesia del giro a la izquierda, donde ahora escurre sus plegarias.
Lo único que ha hecho el BCE es señalar la pésima calidad normativa de un impuesto que se creó en los cenáculos monclovitas y se llevó al Congreso en forma de proposición para evitar todos los informes previos. Como bien es sabido, este Gobierno es de los que primero disparan y luego preguntan.
«La factoría de artefactos de la Moncloa se puso a trabajar y sacó del magín el impuesto a la banca para el debate sobre el estado de la nación»
El dictamen del BCE habla, en concreto, de los efectos contraproducentes que puede tener el gravamen sobre la generación de nuevo crédito, la estabilidad financiera y el crecimiento económico del país, y considera que las entidades deben trasladar el coste a los nuevos préstamos, todo lo contrario de lo que pretende el Ejecutivo. Además, la institución presidida por Lagarde insiste en que el dinero recaudado no se destine a cubrir otros gastos de los presupuestos, sino a un fondo específico ligado a la banca.
El otro objetivo de la campaña iniciada por el Ejecutivo tras el periodo estival se centra en el Partido Popular, como no podía ser de otra forma. Consiste en, uno, desinflar la burbuja de Feijóo destacando, e incluso inventando, sus inconsistencias; dos, quemar a sus posibles futuros ministros (como sería el caso de Guindos), y, tres, arremeter contra todos los que critican la política económica del Gobierno, a la sazón submarinos de Feijóo, aunque no lo sean, como ocurre con el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, de un nivel intelectual a prueba de bombas. Ya se sabe: estás conmigo o contra mí. Es la consigna, el sempiterno pecado patrio.