Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- La resistencia de los sindicatos a admitir el control de las mutuas no favorece la solución del problema
El absentismo no es una simple y benigna enfermedad social, el volumen alcanzado ha adoptado la forma y el tamaño de una auténtica epidemia laboral. Unos pocos datos lo demuestran: el desembolso total, pagado con las cotizaciones de las empresas y las contingencias comunes que corren a cargo de la Tesorería General de la Seguridad Social ha aumentado un 74% hasta los 25.300 millones de euros. El total acumulado de los últimos cinco años se eleva por encima de los 114.000 millones. Esos números suponen que 1,4 millones de trabajadores no acuden cada día a trabajar a causa de una enfermedad común, nada menos que un 7% del total de ocupados. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a este punto?
Son muchas las razones que han influido en ello. La primera, quizá, el sinsentido que supone el hecho de que sean unas entidades quienes dan las bajas (aquí por ejemplo, en Euskadi, las da Osakidetza que como sabe depende del Gobierno vasco) mientras que su costo lo cubren otros, en concreto las empresas (paganas silenciosas) y la Tesorería General de la Seguridad Social que depende del Gobierno central, en Madrid (una pagana demasiado lejana).
¿Qué interés tiene esforzarse en evitar los abusos cuando no se apechuga con su costo y sí con las responsabilidades que se pueda derivar de un fallo de diagnóstico médico? Si usted se viera en la tesitura, preferiría cubrirse de ellas, aun a riesgo de conceder una baja fraudulenta. La resistencia de los sindicatos a admitir el control de las mutuas no favorece la solución del problema.
No hay conciencia individual del hecho y de reproche social alguno
La segunda, que es peor, es la ausencia de una conciencia individual del hecho y de reproche social alguno. No serán muchos los trabajadores que consideran que fingir una enfermedad sea un robo a la empresa que le paga y al Estado (en sus distintas esferas) que sufraga los cuidados sanitarios de todos. Me recuerda a lo que pasaba hace años con los deberes fiscales, cuando se hablaba sin recato del engaño a las Haciendas y había incluso quien se vanagloriaba de ello. Más que un apestado, el defraudador era considerado el listo de la clase.
A base de campañas publicitarias de concienciación y, no lo olvidemos, a base de un severo endurecimiento de las penas que perseguían las ocultaciones, las cosas han cambiado radicalmente y hoy el fraude se ha reducido muchísimo y los defraudadores han dejado de ser unos avispados para convertirse en unos ‘jetas’.
Y la peor de todas las razones es que los sindicatos no terminan de involucrarse en la solución al absentismo, probablemente para no aparecer ante sus partícipes como unos represores de conductas que hoy por hoy son demasiado frecuentes, y no lo harán mientras éstas carezcan de reproche social.
Porque lo único que es evidente es que el absentismo cobija entre nosotros un fraude de tamaño considerable. Si nos referimos al País Vasco, no puede ser que teniendo los mejores niveles sanitarios y el mayor gasto per çápita, tengamos la peor salud. Por mucho que la vicelehendakari se empeñe no hay razón para pensar que sea verdad eso de que «en Euskadi se enferma más». Mejor lo dejamos en que en Euskadi se cogen más bajas.
Además, desde 2017, se han duplicado las bajas por contingencias comunes, no ligadas a accidentes laborales, una cifra que resulta imposible de explicar únicamente por causas médicas. Hay en curso una mesa específica, dentro de la Mesa del Diálogo social (últimamente, esto de las mesas hace furor en la Administración) que trata de analizar la cuestión y desentrañar los motivos reales. Cuando emitan sus conclusiones, sabremos más y mejor de las razones de esta inexplicable y costosa anomalía.