Pedro Ugarte, EL PAÍS, 25/2/12
A la ingenuidad de intentar planificar el futuro, se le añade ahora una nueva ocurrencia: la planificación del pasado. La inminente conclusión en Euskadi de un largo periodo de violencia ha llevado la contienda a un nuevo campo de juego: el de la legitimación histórica, eso que se llama “el relato”. Los partidos compiten por oficializar su descripción del pasado, grabarla con caracteres inalterables y difundirla, en régimen de monopolio, a través de los medios de comunicación, el Parlamento y (esto es fundamental) la escuela.
El pasado es lo que ya no existe. Y la historia no es la verdad: es una aproximación a la verdad. En contra de lo que dictan los planificadores, la lealtad a la verdad histórica no se garantiza con la promulgación de una versión oficial, sino mediante la multiplicación de las versiones. La confluencia de esas versiones, a través de la libertad de expresión y de opinión, la libertad de cátedra, la investigación académica y la aportación de pruebas, testimonios, reflexiones y documentos, no nos lleva a la verdad histórica absoluta (¿Quién podría encontrarla?), pero sí a un mínimo común denominador que se asienta en la conciencia colectiva. En esa aproximación a la verdad el progreso no es constante, incluso se producen demoras o retrocesos, pero, si se garantiza la libre concurrencia de opiniones, la metódica construcción de una mentira está condenada al fracaso.
La derrota de ETA y de su mundo es evidente. A pesar de todo, hay políticos e intelectuales que pretenden hacer ley de su particular versión de los hechos, negando la historia de los dos últimos siglos, los conflictos culturales, los demonios familiares que creó el franquismo o la raíz política de la sangrante división entre los vascos. La búsqueda de la verdad y la búsqueda de la venganza no solo son actividades distintas: también son incompatibles.
La verdad histórica no se fija por decreto: es el resultado de la libre concurrencia de recuerdos, testimonios y voluntades. En vano el franquismo quiso establecer una versión inmutable de la guerra civil y de sí mismo, pero estaba tan alejada de la realidad que surgió un “mercado negro” de opiniones contrarias, opiniones que prevalecieron, a la postre, sobre la verdad oficial. En economía, todo mercado negro es la repuesta popular a una planificación utópica e irreal. Y esto se puede aplicar a los planificadores de la historia. Ojalá los políticos no cometan el error también ahora de buscar una versión oficial. Ojalá confíen, por una vez, en las personas y permitan que entre todos reconstruyamos el pasado, porque el terrorismo ya está en el pozo de la historia pero nadie puede exigir que el debate acerca de lo que pasó quede proscrito. Y la confluencia de versiones, además, facilita la reconciliación, incluso por parte de quienes sobrellevan la mayor responsabilidad de la tragedia.
Pedro Ugarte, EL PAÍS, 25/2/12