Los más veteranos recordarán al mítico dúo Sacapuntas y aquel gag en el que uno le decía al otro, ambos vestidos de torero, “Niño, ¿Cómo estaba la plaza?” y el otro contestaba con entusiasmo “¡Abarrotá!”. Pues eso es lo que justamente ha sucedido en toda España este domingo. Las plazas y calles de nuestras ciudades y pueblos se han visto llenas de esa fiel infantería que constituyen los españolitos de a pie, los que no cobran subvención ni piden paguita, los que con sus impuestos pagan la enorme y macabra broma privada del gobierno y sus adláteres.
Puedo hablar por lo que he visto en la plaza San Jaime de mi Barcelona natal. No es que sea un lugar muy grande, la cuestión radica en que es un lugar emblemático. Por un lado, el edificio del ayuntamiento donde hemos llegado a ver enormidades de todo tipo, y pongo como ejemplo cómo se impedía a mi buen amigo Alberto Fernández Díaz colgar una enseña nacional en el balcón – casi lo tiran – ante la sonrisa cómplice y sicaria de Colau y Collboni; en el otro lado, el Palau de la generalidad, con un balcón que lo ha aguantado todo, desde el “El gobierno ha hecho una jugada indigna” de aquel Pujol atado a Banca Catalana que los socialistas optaron por esconder debajo de la alfombra hasta las barbaridades dichas y hechas por Mas, por Torra, por Puigdemont, por las pancartas insultantes, por, en fin, la retórica hueca y supremacista del régimen lazi.
Las plazas y calles de nuestras ciudades y pueblos se han visto llenas de esa fiel infantería que constituyen los españolitos de a pie, los que no cobran subvención ni piden paguita
Pero este domingo, lo que son las cosas, la plaza estaba repleta de banderas españolas y catalanas, de gente que al finalizar el acto no se fue a romper cristales de comercios, cajeros de banco o a incendiar contenedores; eran familias que aplaudieron a su paso por Jefatura a la policía nacional, era la ciudadanía, el país real que diría Maurras, que decía con su presencia y su palabra a Sánchez que de amnistía, ná de ná, que no íbamos a pasar por eso, que ya es hora de volver a la sensatez y de que esta auténtica banda – profética definición de Albert Rivera – se vaya a su casa o a la cárcel, dónde mejor entiendan y dicten los jueces.
Tuve el honor de dirigirme a aquella masa compacta, casi sólida, en cuerpos y espíritus. Me dicen que la megafonía no era del todo buena, pero se nos entendía todo. Era la Nación con mayúsculas la que estaba ahí reclamando su protagonismo en la historia de España, su cualidad indispensable, palpable y real. Difícilmente olvidaremos esta mañana de domingo todos los que acudimos a la convocatoria de Cataluña Suma y tropecientas más que se habían adherido.
Era la Nación con mayúsculas la que estaba ahí reclamando su protagonismo en la historia de España, su cualidad indispensable, palpable y real
En paralelo – separemos para y lelo y se apreciará mejor el asunto – los cinco ex primeros secretarios del PSC firmaban un artículo común en la revista del partido. Bajo el título de “La hora de las soluciones”, en catalán, claro, Raimon Obiols, Narcís Serra, José Montilla, Pere Navarro y Miquel Iceta venían a prestar su apoyo a la amnistía sanchista diciendo que era la única solución dialogada al “problema catalán” echándole la culpa a Rajoy y Puigdemont, el mismo gañán con el que acaban de darse un beso a tornillo con sustracción de apéndice. Ah, pero aseguran que la convivencia ha mejorado, que las derechas dividen a Cataluña y a España, que PP y VOX dividen al sano pueblo catalán y que son formaciones que representan el autoritarismo. Lo de siempre, el doberman y Franco.
Pero mientras esos exquisitos pergeñan tamañas boludeces cogiendo la tacita del té levantando el meñique, en la calle, en San Jaime, atronaba el himno nacional y un mar de rojigualdas presagiaba la tremenda ola que ha de llevarse por delante toda esta palabrería que solo pretende esconder la verdad: con tal de continuar mandando, a los socialistas les importa un adarve pactar con golpistas, defensores de asesinos o delincuentes. Esa ola, por cierto, se llama España.