Miquel Giménez-Vozpópuli.

Dice Pere Aragonés que prevé manifestaciones masivas cuando empiece el juicio el 1-O. O sea, que la plaza estará abarrotá.

La credulidad, por llamarla de alguna manera, de estos chicos de la estelada es similar a la de los que creen que en Gran Hermano no existe guion. Produce, debo confesarlo, mucha ternura ver al autodenominado Presidente custodio, al fugado, a su corte de los milagros y a todo el universo separatista proclamar a los cuatro vientos su esperanza en la capacidad de movilización del proceso, augurando calles repletas de probos republicanos catalanes exigiendo proclamaciones de independencia, liberaciones de presos milagrosas y portentos de todo signo. También podría no ser exactamente la fe de un niño inocente, claro, y alguien estaría tentado de opinar que lo que hay es mucha jeta, pero, en fin, no hay que escarbar en según qué tipo de eriales.

Aragonés es uno de los mejores especialistas en el escamoteo separatista de la moneda, como saben quiénes entienden de micro magia convergente. Sabe quedarse el dinero que llega puntualmente de España para, a renglón seguido, subirse al pedestal de héroe separata y hacer el exordio diario. Lo justo para que no le tilden desde Waterloo de botifler o, mucho peor, de romper la unidad independentista, otro mito que se empeñan en mantener a costa de sacrificar la verdad. No vendrá de un unicornio rosa. Está Cataluña repleta de ellos.

Puedo llegar a comprender que Aragonés tiene la siempre ingrata tarea de pagar a proveedores, que no le corten la luz ni el agua al Govern y que el del bar de la esquina no se le insolente porque se le adeudan varios meses de consumiciones. Hecha esta confesión, entiendan que me resulta ingrato devolverle a la realidad. Él habla de manifestaciones masivas, al igual que Torra lo hace de insubordinaciones. Todo aprovecha y sirve para echarse a la olla. Claro que el segundo lo dice porque vive en una ínsula de Barataria de la que se cree el mandatario, mientras que el primero lo dice por aquello tan catalán de mantener las apariencias.

 Ambos, sin embargo, mienten más que hablan. Porque en mi tierra lo de sacar a los dos millones que votan la cosa del lazo amarillo está en franca decadencia. Vean ustedes como, ante la llamada patriótica a que todos los catalanes independentistas pongan diez euritos en esa martingala del Consell de la República, ha respondido solo un parco y mísero 0’68 por ciento. No llegan ni al uno. Estas cosas pasan por tener a la gente durante años con la botella de cava a punto de descorcharla, atendiendo a si va a haber o no va a haber república catalana.

La gente se cansa, naturalmente, por eso cada vez las manifestaciones de la Diada se hacen en lugares fácilmente manipulables desde el punto de vista de las cifras como son el Paseo de Gracia o la Avenida Diagonal. Se trata de mantener la ilusión óptica de que todo el pueblo ha salido a la calle, de la misma forma con que se intenta sostener la falacia de que el 1-O fue un referéndum válido del que se desprende un mandato legal. Puro ilusionismo, más por lo que tiene de ilusión que de truco de mago con chistera avejentada, que también.

No crea Aragonés que verá millones de personas por las calles, pues su cruel despertar será épico. Verá, eso sí, a los CDR hacer barbaridades como la barrera de Alcarrás, abuelitas de clase alta gritando poseídas de furores que no sería elegante describir aquí, verá jóvenes indocumentados proclamar consignas inconcebibles, verá a los de siempre mientras duren sus canonjías, pero nada más. Ese tiempo ha pasado y ahora hay que lidiar con los restos del naufragio que el mismo, entre muchos otros, organizaron.

Visto lo cual, sugeriría que Torra y el hicieran un remedo del Dúo Sacapuntas y, cuando le pregunten como estaba la plaza, responda “Abarrotá”. Ya puestos, en lugar de terminar con “Veintidós, veintidós, veintidós”, diga “ciento cincuenta y cinco”. No le sugiero el ciento dieciséis, porque no es deseo de este cronista producir un cólico miserere en nadie, líbreme el Señor.