- Irene Montero ha inaugurado una nueva formulación en la teoría general del Estado. La teta, es ella
La frase L’Etat c’est moi que dijo aquel gallo empingorotado que fuera Luis XIV ha quedado superada por la vicepresidenta Irene Montero. Lo ha sentenciado en frase lapidaria: «¿Por qué -a los hombres- les dan tanto miedo nuestras tetas?». La vicepresidenta eleva a la categoría de axioma que todos los hombres sin excepción sentimos un pánico cerval ante las glándulas mamarias de las féminas llámense tetas, perolas, peras, melones o, más finamente, senos, busto, ubres o mamas. Se comprende que esta cosificación constante de su propio cuerpo es a fin de bien y está completamente alejada de la lascivia machirula y playboyera. Por eso no se privan de exhibirlas a la que se les presenta la ocasión. En iglesias, capillas o ermitas, en el Congreso, en manifestaciones, ante la policía, ante políticos y, si a mano viene, ante un señor de Cuenca despistado. Evidentemente, se trata de una provocación pero, ¡ay!, del mismo calibre que las grageas de menta para la tos. A estas alturas nadie se asombra por ver una teta o dos o varias, Irene. Pero las pseudo feministas creen que eso es lo más de lo más. «Mira, tía, qué fuerte, tía, le he enseñado las tetas a un antidisturbios». Patio de parvulitas. No recuerdo haber visto enseñando la poitrine a Federica Montseny, La Pasionaria, Victoria Kent, María Aurelia Capmany y ya no digamos a mi admirada Lidia Falcón. Ni a Simone de Beauvoir, Gloria Fuertes o ya, en el otro campo, Angela Merkel, Golda Meir o Margaret Thatcher. No les hacía falta.
Señora Montero, las tetas son suyas y puede usted hacer con ellas lo que le convenga. Es mayor de edad, dignidad y gobierno, pero no nos mezcle con bobadas de pre escolar
Señora Montero, las tetas son suyas y puede usted hacer con ellas lo que le convenga. Es mayor de edad, dignidad y gobierno, pero no nos mezcle con bobadas de pre escolar. ¿Sabe cuál es su error? Ustedes creen que, antes de su llegada, nadie había visto una teta, ninguna mujer había tenido un orgasmo, nadie se salía del misionero y los cinturones de castidad se vendían como pan caliente en las rebajas. Han vivido ustedes poco y mal, de ahí esa visión sesgada en la que el hombre es enemigo por naturaleza, depredador, violador, culpable. No se equivoque: servidor es un entusiasta de las tesis del Partido Feminista, siempre he defendido que violadores y gentuza de ese tipo deberían estar de por vida en la cárcel previo lanzamiento de la llave a la alcantarilla; que, a igual trabajo, igual salario; que cada uno debe ejercer su identidad sexual como le apetezca. Para eso, servidor aplaudía a rabiar a Ocaña, que en paz descanse, por las Ramblas cuando los bien pensantes de la época se escandalizaban. Quien esto suscribe, vicepresidenta, viene de los tiempos de la Anarcoma del gran Nazario, de las Jornadas Libertarias del Parque Güell, del Frente de Liberación Gay y de no haberle preguntado jamás a sus amigos con quién deshacían las sábanas. ¿Qué me está contando?
Lo suyo no es feminismo, es otra cosa. Cuando desde esa falsa ideología de género, que perjudica a las mujeres al negárseles su existencia como sexo, diluyéndola en una pléyade de sinsustancias, lo único que puede hacerse es reír por no llorar. Ustedes no están por la igualdad, están por barbaridades como que los hombres deberíamos experimentar la penetración anal. Hipócritas. Acusan sin pruebas, pero callan antes casos como el de la chica violada de Igualada, las menores de Mallorca o Valencia.
Y ahora resulta que los hombres tenemos miedo a las tetas de las mujeres. ¿No será que las que les tienen miedo son ustedes, que se tienen que pasar el día hablando de ellas, enseñándolas y usándolas como ariete? A lo mejor es que con lo de la teta pretenden ustedes equiparar de una puñetera vez los salarios entre mujeres y hombres, o el cese del infame acoso en el trabajo o la universidad, o los ascensos vía cama y yo no lo sé ver. Podría razonárselo con ejemplos, pero creo que nos entendemos.