Ramón González Férriz-El Confidencial

  • Deberíamos tener claro que, cuando la política se centra en buena medida en generar polarización emocional, tenemos la opción de denunciar que ese espectáculo es muy malo

En su novela ‘ Ravelstein ‘, el premio Nobel de literatura Saul Bellow afirmaba que “si alguien quiere gobernar [América] tiene la obligación de entretenerla”. Aunque los ‘benefactores de la humanidad’ rara vez fueran gente divertida, decía Bellow, los políticos estadounidenses tenían que contar chistes —parece que los de Abraham Lincoln eran particularmente malos— y el ingenio y las bromas acerca de uno mismo eran parte de la esencia de la democracia. 

Hoy en día, sin embargo, la afirmación de Bellow ha dado un giro: los políticos, los estadounidenses y los demás, han decidido que la mejor manera de entretenernos no es contarnos chistes, sino polarizarnos. Ese parece haber sido el rasgo principal del curso político que ahora se cierra. No la discrepancia legítima, la contraposición de ideas, el mero partidismo o hasta la bronca interesada. Ni siquiera la demagogia electoralista. Una parte relevante de nuestra política, empezando por muchas iniciativas propuestas directamente por el presidente, ha consistido en detectar en qué podrían estar en desacuerdo los ciudadanos e intentar convertir ese desacuerdo en una confrontación.

En muchos casos, este enfrentamiento buscado ha tenido que ver con el gran tema de nuestro tiempo: la transición energética y el cambio climático. Es normal que, a pesar de que haya consenso científico sobre lo que está sucediendo, existan posiciones políticas enfrentadas acerca de las medidas a tomar, y el ritmo al que hacerlo, para que nuestro país siga siendo habitable y más o menos sostenible. 

Pero nuestro debate ha tendido a poner los elementos de confrontación fáciles y sin muchos argumentos científicos por encima de los relevantes y, naturalmente, más complejos. Puede que llevar corbata o dejar de hacerlo, encender o apagar las luces de un escaparate unas horas y subir o bajar un par de grados el aire acondicionado tengan un impacto en el consumo de energía si se llevan a cabo de manera agregada (yo creo que son medidas fácilmente asumibles en general), pero son en cierta medida gestos morales —“yo hago lo correcto, si resulta inútil es solo porque los demás no hacen como yo”— más que medidas trascendentales. Pero la oposición frontal a ellos es aún más estéril: a fin de cuentas, son los propios conservadores quienes últimamente tienden a ignorar las medidas de carácter técnico y a insistir en las razones morales de sus decisiones.

Es como si Pedro Sánchez y la autoerigida jefa de la oposición, Isabel Díaz Ayuso, hubieran decidido que su trabajo no es gestionar lo público, sino ejercer de directores de una tertulia: proponer temas secundarios, pero polarizantes, y, en cuanto decae el espectáculo, arrojar un poco de carnaza para ver si los tertulianos —nosotros— se animan. En una muestra de su enorme talento para azuzar debates infructuosos, el Gobierno madrileño consiguió vincular la cuestión del ahorro energético a otro de los temas polarizantes por definición, el feminismo, al afirmar que la medida de apagar las luces ponía en riesgo la seguridad de las mujeres. Vox culpó a los ecologistas de los incendios en Castilla y León. En realidad, ya existe incluso una fuerte polarización dentro del movimiento verde, entre los colapsistas marxistas y los simples ecosocialistas.

No son solo las medidas en torno a la energía y el clima las que han utilizado varios de nuestros cargos públicos para ahondar en una polarización que es real, pero que no sería tan profunda sin su entusiasta colaboración. Véase, por ejemplo, la elevada polémica sobre la espada de Bolívar y la postura de Felipe VI. Pero es sobre todo el climático, el tema más importante de las próximas décadas, el que han tomado como preferido. Si una parte relevante de la actividad política del pasado curso ha consistido en generar una polarización afectiva, es, en parte, porque esta funciona y se convierte en una especie de círculo vicioso: “Para apelar a una sociedad más polarizada”, dice el periodista Ezra Klein en su libro ‘ Por qué estamos polarizados ‘, los “políticos se comportan de manera más polarizada”.

A medida que los políticos se polarizan más, polarizan todavía más a los ciudadanos, y así sucesivamente. “Esto pone en marcha un ciclo de retroalimentación: para apelar a una ciudadanía aún más polarizada, las instituciones públicas se deben polarizar aún más”. En el caso español, ni siquiera se trata de una polarización nítidamente ideológica —el hecho de que dos grupos de personas tengan ideas completamente diferentes sobre un mismo asunto—, sino de un mecanismo sectario o partidista que provoca el apego absoluto a los partidos, los ciudadanos y los medios con los que uno se identifica y una hostilidad extraordinaria hacia los que no: “No se trata de una separación ideológica —dice Luis Miller, uno de los mayores especialistas en polarización en España— sino de una separación emocional que no apela a la racionalidad, sino a nuestros sentimientos y emociones”. 

Es decir, no se trata solo de que tengamos ideas distintas sobre las medidas a adoptar para ralentizar el cambio climático, es que vamos a estar a favor de la postura de nuestros políticos y medios preferidos si la consideramos un ataque y una afrenta para nuestros adversarios. No va de corbatas ni de escaparates: va de tener la sensación de que los nuestros están movilizados y el adversario acorralado. 

Vamos a estar a favor de la postura de nuestros políticos y medios preferidos si la consideramos una afrenta para nuestros adversarios 

Los incentivos que tienen los políticos para intentar polarizar a la sociedad son reales, pero perversos. Es más fácil buscar cuñas separadoras que demostrar que tu gestión es más eficiente, tienes mejores ideas que tu adversario o, incluso, eres más honrado que él. Eso es particularmente claro en una crisis de la magnitud del cambio climático: las consecuencias de lo que se haga ahora tardarán tanto en llegar que los políticos quieren rentabilizar ya sus posiciones sin necesidad de esperar.

 

Los ciudadanos deben controlar la actividad política para intentar que no se degrade. Los medios tendríamos que ayudarles, aunque no siempre lo hagamos. Pero unos y otros deberíamos tener claro que, cuando la política se centra en buena medida en generar polarización emocional, tenemos la opción de denunciar que ese espectáculo es muy malo y pasar un poco de él.