IGNACIO CAMACHO-ABC
- El atentado eslovaco ha provocado en la clase política un debate muy ponderado sobre la crispación… de los adversarios
Un exaltado disparó la semana pasada contra el primer ministro eslovaco y todos los líderes europeos salieron a manifestar en tono muy contrito su honda preocupación por la tensión política en la UE y la necesidad de hacer un esfuerzo para rebajarla. (Digresión: cuando un dirigente se declara ‘deeply concerned’ por un problema quiere decir que su voluntad de resolverlo empieza y termina en esa manida expresión de desvelo). A continuación, y casi sin excepciones, le echaron la culpa de dicha crispación al adversario porque quienes polarizan siempre son los demás, como el infierno son los otros según la célebre sentencia de Sartre. El competidor, el antagonista, deviene así en responsable mediato o remoto de la calentura moral que ha armado la mano del extremista de turno, agresor convertido en víctima de una atmósfera civil de radicalización insoportable.
Si en España ocurriese ahora un atentado, el Gobierno responsabilizaría a la oposición y la oposición al Gobierno. Cambiando España por Italia, esta frase la escribió Oriana Fallaci tras el derribo de las Torres Gemelas, profetizando sin saberlo lo que ocurriría en Madrid tres años más tarde. Si no hemos oído aquí reproches extrapolados de la tentativa magnicida en Eslovaquia es porque resulta difícil discernir la relación entre la ideología del autor, un fanático prorruso, y el motivo del ataque contra un gobernante de su misma cuerda, de modo que la confusión impide trasladar conclusiones de brocha gorda a nuestra dialéctica interna. La cosa ha quedado en señalamientos abstractos y acusaciones genéricas en las que cada bando apunta al oponente como potencial instigador indirecto de hipotéticas reacciones violentas. Ello no ha impedido a los agentes públicos ponerse estupendos en sus llamamientos a bajar el diapasón de la crítica, dirigidos naturalmente al rival bajo ese lenguaje ponderado que envuelve la impostura de una actitud constructiva.
Apenas unas horas después, la campaña electoral llenaba el debate de hipérboles incriminatorias surgidas de los laboratorios de consignas, con la ‘máquina del fango’ a la cabeza del argumentario. El populismo, el odio y el bulo, apóstrofes de moda, también son los otros, extendida la otredad al periodismo independiente, al que la izquierda en el poder –orgullosa repartidora de «jarabe democrático» y divulgadora de divisas como «habrá como mucho uno o dos casos», «la amnistía no cabe en la Constitución» o «no pactaremos con Bildu»– pretende maniatar en su noble empeño por distender el enrarecido clima político. Por la otra acera se oyen gritos de «felón», «perro», «psicópata», «culo roto» y lindezas similares. Poco nos pasa y suerte tenemos de que la tópica trifulca goyesca a garrotazos se haya transformado en escaramuzas de palabra. Pero siempre habrá un ‘otro’ al que culpar si un mal día algún tarado se levanta con la sesera recalentada.