Ignacio Camacho-ABC
- En política abundan los autómatas sin pensamiento abstracto, programados para consignas de consumo rápido
En la nueva clase política española menudea el fenotipo de dirigente recitador de consignas de laboratorio. Se trata de un sujeto, hombre o mujer, desprovisto de pensamiento abstracto y programado para hablar en forma de ‘tuits’, expresiones cortas de palabras y de ideas concebidas para su fácil reproducción en las redes sociales, el ámbito en el que estos especímenes consideran que reside ese ente democrático llamado opinión pública. Gente que va por los medios de comunicación repitiendo como autómatas argumentos simples fabricados por sus gabinetes para el consumo rápido de militantes, activistas, tertulianos de cabecera y demás terminales acríticas cuya característica común es una soberbia sin base intelectual que les empuja a considerar idiotas a unos ciudadanos reducidos al papel de receptores pasivos de mensajes de recorrido efímero. Este modelo de político bidimensional, sin profundidad ni relieve, es parte del fenómeno posmoderno que ha convertido la actividad pública en un ejercicio hueco, en una cháchara insustancial que emite a cualquier hora ráfagas de significantes vacíos de conceptos dirigidos a audiencias sin autonomía de criterio.
Inés Arrimadas, que es brillante en el Parlamento, deja cuando habla fuera del ambón esa impresión de discurso espeso, hierático, incapaz de salirse de un esquema programado. Ayer se pasó el día aferrada desde bien temprano -con Herrera- a una explicación intragable: la de que la moción de censura de Murcia era un movimiento encapsulado en esa región y motivado por un asunto de vacunaciones privilegiadas que englobó en el vago cajón de sastre de la corrupción. No debe de quedar nadie en su partido capaz de hacerle ver la falta de respeto que ese género de justificaciones supone para la inteligencia normal de un adulto medianamente informado. La líder de Cs tiene todo el derecho a emprender la estrategia que considere más conveniente y correr sus riesgos, pero si aspira a un mínimo de crédito no puede contradecir con lemas de repertorio las evidencias que certifican los hechos. En la operación que tiene en marcha ha cometido, a priori, varios errores; los principales el de fiarse de Sánchez y el de minusvalorar a Ayuso. Eso es cosa suya y las consecuencias se verán más tarde o más pronto. Ha de saber, sin embargo, que más allá de su cada vez más reducido séquito de forofos hay muchos españoles -la mayoría, si contamos los votos- susceptibles de disgustarse cuando los toman por tontos.
Haga pues Arrimadas lo que desee, incluso defraudar las expectativas de muchos simpatizantes, pero arrostrando sus responsabilidades con valentía, sin recurrir a torpes excusas circunstanciales. Si quiere pactar con el PSOE, adelante; ella sabrá lo que hace. Quizá así su flamante socio Sánchez pueda enseñarle que el cinismo en política es un arte para el que hay que traer de casa ciertas cualidades.