- Europa es hoy un gran espacio de libertad y derechos, pero también un gigante desarmado.
La invasión masiva de Ucrania por parte de Rusia con la consiguiente quiebra del orden europeo posterior a la guerra fría supuso lo que el canciller Olaf Scholz llamó Zeitenwende o cambio de época.
Todavía sin concluir la digestión de este cambio tectónico, la reciente llegada de Trump a la Casa Blanca y su ruptura con Europa ha añadido más incertidumbre e inseguridad.
La situación que vivimos de algún modo recuerda las palabras con las que Stefan Zweig comenzaba su fascinante El Mundo de ayer:
«Si deseara hallar una fórmula cómoda para describir la época anterior a la primera guerra mundial, época en que me eduqué, creería expresarme del modo más conciso diciendo que fue la edad dorada de la seguridad. Todo lo que parecía sólido y eterno en aquella monarquía multisecular se vino abajo: faltando la tierra bajo los pies, hubo que aprender a vivir sin patria, sin derecho, sin libertad y sin seguridad».
Hay, claro está, diferencias abismales entre la situación anímica de Stefan Zweig y la nuestra.
La obra de aquel, como la de buena parte de la literatura centroeuropea de su tiempo, era una apasionada elegía por una Europa idealizada pero ya arrasada por las sacudidas sísmicas que asolaron buena parte del siglo XX. Stefan Zweig hablaba desde la pérdida de Europa. Nosotros hablamos desde el miedo a perderla.
La Unión Europea se creó como solución frente a la destrucción que el nacionalismo y las guerras habían sembrado durante el siglo XX. La fórmula ha sido exitosa: Europa es hoy un espacio de libertad, cultura, progreso y derecho.
Pero descuidó su seguridad y defensa. No quiso hacerse eco de las primeras propuestas de un grupo de los mejores intelectuales europeos, quienes el 25 de marzo de 1944 aprobaron en el exilio un Proyecto de Constitución de los Estados Unidos de Europa.
Habían sufrido en sus carnes el drama de la persecución y la guerra en el continente y en los artículos 46 y 47 de aquel Proyecto proponían que los futuros Estados Unidos de Europa tuvieran el poder de tomar todas las medidas necesarias para asegurar la paz y la integridad de sus fronteras.
Y para proteger el territorio de la Unión contra eventuales agresiones proponían la creación, incluso, de un ejército europeo.
Aquellas propuestas eran demasiado ambiciosas entonces. Eran una utopía; una verdad todavía prematura. Tal vez hoy todavía lo son. Pero es cierto que primero la CEE y más tarde el propio Tratado de la Unión terminaron por considerar la defensa una competencia de los Estados miembros y no de la Unión.
Es así como desde el final de la II Guerra Mundial, la defensa y seguridad de cada Estado ha sido una cuestión nacional y la de Europa ha sido proporcionada en buena parte por los Estados Unidos a través de la OTAN.
«Europa, ese gran espacio de libertad y derechos, es hoy por hoy un gigante desarmado»
Pero los beneficios de esta paz a bajo precio de la que hemos disfrutado han terminado y somos ya conscientes de los errores cometidos.
No podemos hoy por hoy defender solos las fronteras de la Unión, ni garantizar plenamente el acceso a los llamados bienes públicos globales (mar, espacio aéreo, medicamentos, seguridad, paz y otros recursos básicos), ni asegurar la estabilidad de nuestros vecinos y aliados.
Europa, ese gran espacio de libertad y derechos, es hoy por hoy un gigante desarmado.
También España desde su ingreso en la CEE ha actuado siguiendo el modelo del free rider del hablaba entre otros Mancur Olson: hemos disfrutado de los beneficios de seguridad y defensa que proporciona la OTAN y los Estados Unidos sin participar suficientemente en los costos de su financiación.
Siendo España la cuarta economía de Europa y habiendo sido una de las grandes beneficiadas de las políticas comunitarias, su aportación a la defensa es la más baja de todos los miembros de la Unión.
Mancur Olson podría habernos puesto como ejemplo de lo que es un free rider, un viajero sin billete; o al menos, con billete subvencionado.
Pues bien, cuando España se ve apremiada dentro de la Unión a incrementar su esfuerzo en materia de defensa, aparecen nuestros particulares free rider. Son aquellos partidos o grupos, muchos de los cuales conforman la actual mayoría (Podemos, EH Bildu, ERC, Junts, Sumar), que, bajo capa de pacifismo, se niegan a pagar lo que nos corresponde en la defensa o proponen sin más salirnos de la OTAN.
No será con estos partidos con quienes podrá el presidente presentarse ante el resto de los países de la Unión con los deberes hechos. No son la mejor compañía para afrontar este momento histórico de Europa: las propuestas de sus socios volverían a arrojarnos al rincón de la historia europea del que tanto ha costado salir.
El presidente, al que acusa alguno de sus socios de ser «señor de la guerra», ha insinuado que es posible cumplir los compromisos con la Unión recurriendo al Fondo de Contingencia previsto en la prórroga de la prórroga de los Presupuestos del Estado. Son argucias contables de discutible legalidad y nula transparencia.
Pero el problema de fondo no es sólo si el Gobierno tiene para ello recursos en el presupuesto doblemente prorrogado, sino si se pueden tomar este tipo de decisiones capitales al margen del Parlamento.
Y no se pueden tomar así las decisiones en nuestra democracia parlamentaria.
«Resolver estas cuestiones con luz y taquígrafos es también una muestra de respeto a los ciudadanos que nos sentimos inseguros ante este cambio de época»
Decidir la política de defensa al margen del Parlamento sería incompatible con los valores de la propia Unión; sería ahondar más en el deterioro de las instituciones a la vez que es la demostración más palmaria de la debilidad del Gobierno. Bien está hablar y seguir hablando con los grupos políticos si estas conversaciones terminan con la elaboración de una propuesta que el presidente somete a la consideración y votación del Congreso de los Diputados.
Para eso existe, está ahí y tiene que estar el Parlamento.
Resolver estas cuestiones con luz y taquígrafos es también una muestra de respeto a los ciudadanos que nos sentimos inseguros ante este cambio de época. Tenemos derecho a conocer; es el right to know de ciudadanía. Más que nunca se precisa ahora que la política sea también pedagogía.
Para ello es preciso que los partidos, empezando por el Gobierno, expliquen cómo afecta a nuestra seguridad tanto la guerra en las fronteras de la Unión como los cambios de posición de los Estados Unidos; que justifiquen por qué hay o por qué no hay que incrementar el gasto en defensa; cuánto nos pueden costar dichos cambios y cómo (aumento de impuestos, reducción de gasto, apelación a la deuda) se van a financiar no sólo en este año, sino en los ejercicios futuros.
Hacer esta obligada pedagogía en materia de defensa es también una forma de tomar en serio los sentimientos de incertidumbre e inseguridad que están generando la guerra de Rusia contra Ucrania y la actuación de Trump y de Putin, dos líderes mundiales desatados, a legibus soluti, que menosprecian la voz y los intereses de Europa y un mundo sometido a reglas.
*** Virgilio Zapatero es rector emérito de la Universidad de Alcalá.