Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
- Europa se convertirá en una fortaleza verde atada por su proteccionismo climático en detrimento de la prosperidad y la calidad de vida de sus ciudadanos
En el discurso pronunciado por Santiago Abascal con ocasión de su fallida moción de censura al Gobierno, alguien -es dudoso que fuera el propio orador- incluyó un párrafo desafortunado en el que aparecían en confuso apilamiento China, George Soros y la asimilación de la Unión Europea a la extinta URSS. Este fragmento de la intervención del líder de Vox causó desconcierto por lo extemporáneo y suscitó duros comentarios, entre ellas los míos. Mi desaprobación de aquellos excesos me ganó, espero que no para siempre, la enemistad del ardoroso speech writer, sobre cuya identidad no tengo la certeza, aunque si abrigo sospechas bien orientadas.
Dejando aparte los turbios manejos del magnate húngaro, némesis de Víktor Orban, y la amenaza geoestratégica que sin duda representa la superpotencia asiática, la homologación de la UE con la monstruosidad marxista-leninista-estalinista sonó como un verdadero dislate en el atónito hemiciclo. Sin embargo, sí hay una política comunitaria concreta en la que asoman resabios del totalitarismo ruso del siglo pasado. Si Abascal se hubiera referido específicamente a esta área de la estrategia de Bruselas, habría realizado una crítica con fundamento. En cambio, la identificación completa de las dos entidades fue un notable resbalón porque las diferencias son muy superiores a las similitudes, afortunadamente.
Veamos las razones por las que la política del clima de la UE obedece a una planificación centralizada de opresiva rigidez y, tal como sucedía con los siniestros planes quinquenales, sus efectos pueden ser altamente contraproducentes. Hay que destacar que el impulsor de esta campaña desaforada es el vicepresidente socialista de la Comisión, Frans Timmermans, lo que explica la naturaleza y el alcance de sus propuestas, que el resto del Ejecutivo europeo con su presidenta al frente, parece haber aceptado sin discutirlas a fondo.
A partir de 2035 no se fabricarán vehículos con motor de combustión interna, que quedarán a extinguir, y sólo se comercializarán vehículos eléctricos de baterías o de pilas de hidrógeno, ojo, de hidrógeno a su vez “verde”
El conjunto de medidas que configuran la línea de acción propugnada por la Comisión Europea para combatir el cambio climático es muy ambicioso y comprende desde la definición de nuevos esquemas de comercio de certificados de emisión, extendiendo el que actualmente se aplica a los sectores energético y químico al transporte marítimo e introduciendo otros dos para los edificios y el transporte por carretera, hasta la atribución de un precio a los certificados que hasta ahora se asignaban sin coste. Asimismo, la Comisión tiene la intención de ir disminuyendo progresivamente el número de certificados puestos en el mercado.
Por si todo eso no bastase, está la famosa “taxonomía”, que calificará las inversiones en función de su carácter más o menos “verde”, de tal manera que los intereses de los correspondientes créditos serán mayores o menores según la nota medioambiental que se les atribuyan. Para redondear el cuadro, a partir de 2035 no se fabricarán vehículos con motor de combustión interna, que quedarán a extinguir, y sólo se comercializarán vehículos eléctricos de baterías o de pilas de hidrógeno, ojo, de hidrógeno a su vez “verde”, es decir, obtenido por electrólisis con electricidad suministrada por fuentes renovables y utilizando agua que no se detraiga de acuíferos o de cauces fluviales, lo que nos lleva necesariamente a la desalación del agua de mares u océanos. Y la guinda del pastel es la introducción de tasas en frontera a los bienes industriales importados para evitar la fuga de carbono.
El principio del precio único
Lo que la Comisión parece no haber tenido en cuenta es que el volumen de combustibles fósiles que no se consuma en Europa seguirá en el mercado mundial a un precio más atractivo y arderá en otros países, encantados de haber ganado competitividad frente a nosotros. Como ha señalado con acierto el profesor emérito de Economía de la Universidad de Múnich, Hans Werner Sinn, salvo que la UE guarde el carbón, el gas y el petróleo que su Green Deal nos ahorre en depósitos bien custodiados en territorio europeo, nuestro esfuerzo será inútil y nos llevará a la melancolía.
La electricidad que alimentará los nuevos vehículos medioambientalmente correctos procederá durante bastantes años de centrales no renovables, o sea, que eliminaremos los movidos por combustión interna, pero los eléctricos que los reemplacen circularán gracias a plantas de carbón y gas. Es bastante posible que el balance resultante sea que no sólo no disminuiremos las emisiones, sino que las aumentaremos, un pan como unas tortas. Además, la taxonomía de las inversiones y la coexistencia de diferentes esquemas de certificados de emisión dependiendo del sector violará el sacrosanto principio del precio único, base del funcionamiento de una economía racional. En cuanto a las tasas a los productos importados para frenar la fuga de carbón, los encarecerán en perjuicio del consumidor europeo.
Es evidente que Timmermans está feliz de obtener mediante los certificados de emisión que las empresas deberán pagar a costa de su competitividad global y las tasas de carbono en frontera, recursos propios de la UE que podrá dedicar a protección social para solaz de su alma socialista. Como siempre sucede con esta gente, son muy generosos con el dinero de los demás.
Nunca se había acometido antes un programa medioambiental de esta envergadura ni se había emprendido, salvo en tiempo de guerra, una planificación centralizada de semejante calibre en el Occidente libre. Europa se convertirá en una fortaleza verde atada por su proteccionismo climático en detrimento de la prosperidad y la calidad de vida de sus ciudadanos. Los recientes desastres materiales y humanos acecidos en Alemania y en Bélgica a causa de las terribles inundaciones demuestran que hemos de centrar nuestras prioridades en la mitigación de daños y no en elefantiásicos planes de reducción de emisiones que deteriorarán nuestra competitividad, bajarán nuestro nivel de vida y ni siquiera conseguirán los objetivos marcados, en otras palabras, socialismo real a tope.