Nicolás Redondo Terreros-Vozpópuli
- Hoy es más necesaria que nunca una estrategia política moderada y una ocupación de esos espacios centrales en los que los países progresan
En los españoles son reconocibles los actos de valentía, los gestos heroicos; el pueblo suele convertirse en sujeto principal de la vida pública española, sin las referencias y objetivos de progreso que suelen marcar las élites en los países amigos -en España las elites son penosamente sólo “poderosos”, dedicados a extraer todo lo posible y cuanto antes al Estado-. También es evidencia contrastada que a los españoles no nos gustan los esfuerzos continuados en el espacio público, ni mirar más allá del día que vivimos, ni que los límites de la organización social constriñan nuestra soberana individualidad. En realidad estas virtudes y estos vicios seguimos notándolos en nuestra vida pública. El rechazo a los esfuerzos carentes de resultados prácticos inmediatos, el aburrimiento, la incapacidad de valorar lo que hemos hecho o, mejor, lo que han hecho las generaciones precedentes, concluye en una incapacidad de planear el futuro, que nos arrincona en la improvisación, en la ausencia de reflexión sobre lo que nos amenaza, vicio que ha hecho imposible en nuestra historia moderna las políticas reformistas: nuestro emblema ha sido o “todo o nada”, volver a empezar continuamente.
Desde el propio Gobierno, despiadados neopopulistas, que tienen la congénita tendencia de confundir la gestión con la propaganda refuerzan una estrategia lenta pero inexorable de demolición institucional
Con este pasado, encumbrado por su repetición en la historia española, la responsabilidad de los políticos es sobresaliente y en España han sido demasiadas las ocasiones que se ha caracterizado por su precariedad y su egoísmo, casi siempre enredados en los intereses más pequeños y turbios. En el 78 del siglo pasado España inició -¡por una vez “volver a empezar” era inexcusable y justo-, un proyecto de largo aliento, en el que las voluntades individuales o grupales se disciplinaron, convirtiendo por una vez la unión del pueblo y los poderosos en acuerdo armónico. Pensamos que todos los fantasmas del pasado desaparecían ante la esperanza tangible de ser como nuestros vecinos. Pero lo que se nos presentaba excepcional se ha ido convirtiendo desgraciadamente en una excepción: los nacionalistas en Cataluña se han desembarazado de la engañosa, artificial y meditada contención; desde el propio gobierno despiadados neopopulistas, que tienen la congénita tendencia de confundir la gestión con la propaganda refuerzan una estrategia lenta pero inexorable de demolición institucional, y la ciega crisis económica, consecuencia de la pandemia, amenaza con provocar nuestro descuelgue de nuestros amigos y vecinos…¡ una vez más!
Esta semana se han concitado todas las fuerzas que están en juego en nuestra política para mostrar nuestra verdadera situación y hemos descubierto la ocupación del espacio público español por los vicios que creímos desterrados para siempre de nuestras vidas.
El encono tribal
Los terribles datos económicos, que esconden hambre, miseria y falta de esperanza de millones de españoles con nombre y apellido, no impide la gresca pequeña entre los miembros del gobierno ni la incapacidad de acuerdos nacionales para convertir la desastrosa situación, que sobrellevamos con miedo y resignación, en una oportunidad para ponernos al día. El encono tribal, las pomposas proclamas ideológicas que esconden falta de ideas y resignada procrastinación, se han adueñado de la política española cuando más necesaria era la conjunción sincera de esfuerzos.
Se han ocupado, mientras aumenta la desesperación entre los españoles, en mantener una campaña de debilitamiento de instituciones básicas como la jefatura del Estado, la justicia o el sistema autonómico español
A ese rampante sectarismo se une la silenciosa labor de destrucción del sistema de los populistas morados, nos recuerdan la obligación de penitencia por los pecados cometidos y aún por los que nos son ajenos. Siguen dispuestos a volver a empezar, deconstruyendo todo lo conseguido durante los años de lucha por la libertad y los que nos permitieron gozar de su dulce frescor. Se han ocupado, mientras aumenta la desesperación entre los españoles, en mantener una campaña de debilitamiento de instituciones básicas como la jefatura del Estado, la justicia o el sistema autonómico español, acomodados en las confortables instituciones que aborrecen. La culminación descarada ha sido su rechazo en el parlamento europeo a que la justicia española pudiera juzgar a Puigdemont. En realidad, su posición en el gran parlamento europeo ha sido más una impugnación a nuestro sistema de libertades que una defensa de los tres pintorescos personajes.
¡Tantos años y siglos queriéndonos parecer a nuestros vecinos, que eran sinónimo de libertad y progreso, para destruir todo el esfuerzo en una votación!. Los parlamentarios de otros países europeos, cuando hayan visto a un partido con responsabilidades de gobierno en España negarse a que se juzgue a unos ciudadanos españoles huidos de la justicia, no podrán dejar de pensar que no tenemos remedio . El golpe es brutal, nuestra situación bochornosa, nuestra confianza nula, nuestro prestigio acumulado ha quedado en los huesos.
Una jugada ambiciosa
Y por si esto no fuera suficiente, contemplamos atónitos como por una jugarreta política en Murcia, elaborada en silencio y lejos del ojo crítico de la ciudadanía, desencadena una crisis de envergadura incontrolable. Porque todo puede empeorar en este ambiente de negligencia moral, agrava la chusca maniobra el protagonista de la misma: Ciudadanos. Al partido que venía a centrar la política, a dar el valor verdadero a las cosas, a hacer sólo política con mayúsculas, lo vemos entretenido en una inadmisible politiquería de intercambios. ¿Es posible que no intuyeran siquiera las consecuencias de su acción en Murcia, teniendo en cuenta la problemática relación entre su partido y el PP en la comunidad de Madrid? En el caso de que tal cuestión les pasara desapercibida, la gravedad de la ignorancia aumentaría hasta el punto máximo, ése, que exclusivamente se puede soslayar con ceses y dimisiones. Si, por el contrario, era una jugada más ambiciosa, la solución también sería la impugnación definitiva de algunos líderes de Ciudadanos, por mentir, por abjurar de sus promesas de trasparencia y de las virtudes que supuestamente veían adheridas a la “nueva política “.
Sin embargo, en este ambiente sectario, en el que el odio vence a la razón, el egoísmo a los intereses generales, la conveniencia a la moral, el sillón a la responsabilidad, es más necesaria que nunca una estrategia política moderada y una ocupación de esos espacios centrales en los que los países progresan, mientras sus ciudadanos sólo sienten emociones fuertes en sus respectivos ámbitos privados.
Un proyecto nacional, que no dependa de los nacionalismos, que se enfrente a la furia independentista, que afronte reformas, que sepa que el acuerdo no es sinónimo de derrota o impureza
Hoy, cercanos al PSOE, desheredados de Ciudadanos y perplejos de otros partidos, necesitan certidumbre, seriedad y moderación. Por cierto, nadie debería confundir la moderación con la falta de ideas, con la debilidad o la cobardía. Un proyecto nacional, que no dependa de los nacionalismos, que se enfrente a la furia independentista, que afronte reformas, que sepa que el acuerdo no es sinónimo de derrota o impureza… que hable y no grite, que razone y no insulte requiere de fortaleza, valentía, coherencia y honradez intelectual, es más necesario que nunca.
Adenda: Mientras termino el articulo aparece en los medios de comunicación la noticia de la rectificación de varios parlamentarios murcianos de Ciudadanos. Esta reconsideración de los representantes del partido de Arrimadas impediría el cambio del gobierno autonómico. El ridículo raya con la obscenidad…da pena lo que está sucediendo en la política española. Ciudadanos, protagonista principal del vodevil murciano pero no único, nació en Cataluña defendiendo un proyecto nacional frente al nacionalismo, hoy en Murcia declara, contra su voluntad, que es una agrupación cantonal. Por desgracia la política española vuelve al cantón de Cartagena. ¡Disgregador y maldito cantonalismo español!