Vicente Vallés-El Confidencial
- Según la doctrina expuesta por el Gobierno el castrismo es más asumible que el franquismo, y pactar con Bildu es más asumible que el desatino de asistir a una misa por Franco
El Gobierno nos ha ilustrado esta semana a través de uno de sus partidos, Unidas Podemos, sobre la inconveniencia de utilizar «palabras gruesas» como ‘dictadura’ en referencia a la dictadura cubana. Por el contrario, ambos partidos del Gobierno sí se han referido con el término ‘dictadura’ a la dictadura franquista, como corresponde hacerlo.
El PSOE exigió a Pablo Casado que aclarara si «avala» esa dictadura franquista por haber asistido a una misa en la que se honró a Franco (dicen que no lo sabía). La exigencia se producía en las mismas comparecencias públicas que ambos partidos del Gobierno dedicaron a avalar su acuerdo con Bildu —partido heredero de ETA— para los presupuestos generales del Estado.
Conclusión: según esa doctrina, el castrismo es más asumible que el franquismo, y pactar con Bildu es más asumible que el desatino de asistir a una misa en la que se reza por Franco.
Los expertos en comunicación saben de la importancia de imponer tu relato para que no se imponga el relato del adversario
El lenguaje es una herramienta determinante en política. Los expertos en comunicación saben de la importancia de imponer tu relato para que no se imponga el relato del adversario. Solo puede ganar uno. Y, en esa tarea, el claro vencedor de este periodo político es Pedro Sánchez.
En sus inicios como líder político, al hoy presidente le venía estrecho el molde establecido por los padres fundadores de nuestra democracia durante la Transición. Ese molde pretendía ser la transposición española del sistema imperante en los países centrales de Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial: gobiernos moderados, de los que no participarían ni la extrema derecha ni la extrema izquierda, que fueron las fuerzas dominantes en los convulsos años 30, con las consecuencias conocidas. El último ejemplo es el nuevo gobierno de coalición en Alemania.
Pero en 2014, la irrupción de Podemos en el mercado electoral hizo temer a Sánchez que nunca sería presidente si limitaba sus opciones de pacto a los nacionalistas vascos y catalanes, como habían hecho PSOE y PP en anteriores periodos. Así, en 2016 proclamó que «el PSOE tiene que trabajar codo con codo con Podemos», en 2018 ganó la moción de censura gracias a partidos situados extramuros del sistema, y destruyó por completo la horma a partir de enero de 2020 cuando no solo convirtió en ministros a dirigentes de Unidas Podemos, sino que solidificó su poder con socios como ERC (Junqueras: «lo volveremos a hacer») y Bildu (Otegi: «tenemos a 200 presos en la cárcel y si para sacarlos hay que votar los Presupuestos, pues los votamos»).
Ferraz y Moncloa han conseguido que aquello que es posible y aceptable en la izquierda resulte inadmisible y detestable en la derecha
Sin embargo, esta operación, siendo imprescindible para Sánchez, no era suficiente. Sería solo la primera fase que le permitiría alcanzar el poder, pero necesitaría más para mantenerlo a largo plazo. De ahí que la segunda fase se pusiera en marcha en paralelo con la primera. Podría calificarse como «la fase del embudo». La parte ancha tiene el objetivo de que los votantes admitan como normal que el PSOE comparta el gobierno con Unidas Podemos, y tenga como socios a ERC y Bildu. La parte estrecha del embudo —y del relato— consiste en situar al PP en la extrema derecha si acepta el apoyo de Vox.
En resumen, Ferraz y Moncloa han conseguido que aquello que es posible y aceptable en la izquierda resulte inadmisible y detestable en la derecha. Toda la derecha es extrema derecha, incluso Ciudadanos, mientras que la extrema izquierda solo es izquierda. El diputado socialista Odón Elorza lo ha explicado a su manera: «¡ETA desapareció, aquí no hay terroristas! ¡Aquí lo que hay es franquistas, unas derechas de vocación golpista!». Es la doctrina oficial, expuesta crudamente y a gritos desde la tribuna del Congreso, mientras en el banco azul aplaudía el ministro de la Presidencia, brazo derecho de Sánchez.
La oposición va a rebufo. A eso se suman las infantiles y dañinas batallas internas en el PP entre Génova y la Puerta del Sol
Con esta estrategia triunfante, Moncloa consigue algo esencial: dominar la agenda política. El debate público se desarrolla sobre aquello que le interesa al Gobierno. La oposición va a rebufo. A eso se suman las infantiles y dañinas batallas internas en el PP entre Génova y la Puerta del Sol, y episodios tan vodevilescos como el ya citado de la presencia de su líder en una misa franquista, aunque se tratase —según la tesis oficial— de un lamentable despiste.
A finales de 1995, CiU (aún no se había suicidado con el ‘procés’) retiró su apoyo y dejó en minoría al presidente Felipe González. El PSOE tenía 159 escaños e Izquierda Unida, 18. Sumaban 177 diputados, dos más que la mayoría absoluta. Pero González no pactó con la extrema izquierda y convocó elecciones a riesgo de perderlas, como así ocurrió. Ahora, Pedro Sánchez ha solidificado su mayoría gubernamental con todo lo que hay a su izquierda, regionalistas, nacionalistas e independentistas. Once partidos. Porque, según el presidente, «sumar es la clave, buscar puntos de encuentro es decisivo, trabajar por alcanzar mayorías que representen las distintas sensibilidades de un país». Sin remilgos.