Llama poderosamente la atención que ningún ministro del Gobierno del PP, ni la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, requerida para ello, se haya prestado a ser entrevistado sabiendo el volumen de la audiencia de esta plataforma de ‘streaming’. Solo aparecen el entonces director del Gabinete de Mariano Rajoy, Jorge Moragas, y otro secretario de Estado. Por el contrario, además del expresidente de la Generalitat, opinan con profusión el actual y otros líderes independentistas. El mayor fallo del reportaje —en el que también hay aciertos— consiste en dejar colgada la historia, en no explicar cómo acabó la aventura ilegal de Puigdemont, en no indagar sobre las expresiones de ‘frustración’, ‘engaño’ y ‘fraude’ con que desde el propio mundo independentista se ha calificado el proceso que ayer mostró el feo rostro de la ira de los decepcionados un año después de aquel aciago 1-O.
En todas sus intervenciones en el documental de Netflix, Borrell se muestra sereno pero contundente y, sobre todo, rotundo y cartesiano contradictor de las tesis independentistas. Las afirmaciones anteriores del ministro de Exteriores, según las cuales Cataluña sería una nación sin derecho a la autodeterminación y que él preferiría que los políticos presos preventivamente no lo estuvieran, no son nuevas en Borrell y, sobre todo, no resultan incoherentes con sus posiciones. El Tribunal Constitucional ha admitido que Cataluña es una nación desde el punto de vista cultural o lingüístico, pero no nación política, porque la única que como tal reconoce la Carta Magna es la española. Y a esa tesis se han abonado desde hace tiempo Borrell y otros catalanistas indubitablemente enfrentados al propósito separatista.
En el caso del ministro de Exteriores, su postura no puede ser más clara. En la entrevista que con él publica ‘Letras Libres’ (septiembre de 2018), dice lo siguiente: “En la definición de nación de la ‘Encyclopédie française’ no aparece ni la historia, ni la raza ni la religión, nada. Ninguno de los elementos consecutivos de la identidad del ‘ancient règime’ tienen ahí nada que ver. Es un conjunto de ciudadanos que obedecen al mismo Gobierno. De ahí nace el ciudadano y por eso yo soy nacionalista en el sentido de la Revolución Francesa”. Pero más aún: en la misma entrevista, Borrell compara a Junqueras con el líder del Brexit, Nigel Farage, y dice que “se parecen como dos gotas de agua”. Y si hubiese alguna duda sobre las posiciones de Borrell, léase ‘Pasaje después del fracaso de la vía unilateral’, que es el epílogo del libro ‘Anatomía del procés’.
Quizás alguna derecha poco perspicaz no esté dispuesta a aceptar que es un activo para la unidad de España y para el entendimiento de la ciudadanía
Son importante voces desde la izquierda, como la del actual ministro de Exteriores y Cooperación. Además, incrustada en el Gobierno de Pedro Sánchez, con la autoridad moral que dispone en el socialismo este catalán que constituye toda una garantía de ‘pensamiento fuerte’ en tiempos de vaciedad intelectual y de ausencia de criterios sólidos. Quizás alguna derecha poco perspicaz o, sencillamente, escasamente leída no esté dispuesta a aceptar que Borrell es un activo para la unidad de España y para el entendimiento contemporáneo de la ciudadanía. Se confunde. Tanto por la trayectoria de Borrell como por su labor actual en el Gobierno, quizá callada pero eficiente. Aunque ayer no se mordió la lengua y enfrentó a Torra ante sus responsabilidades: preservar el orden público.
Escuchar las opiniones de Borrell en el reportaje de Netflix —que tendrá una audiencia millonaria— reconforta porque remiten a una personalidad referente en un país que, por la izquierda y en este asunto, alguna tiene pero con una alarmante escasez. Adquiere sentido recordarlo al año del infausto primero de octubre cuando se perpetró la insensatez de un referéndum ilegal que el Estado no supo gestionar, expulsó de Cataluña a sus más grandes empresas y obligó al Rey a rescatar la reputación del país.