EL MUNDO 26/09/13
ARCADI ESPADA
Veo al presidente Mas, en el debate de política general, hablando con una solemnidad que le viene aún más estrecha que la chaqueta. Como último recurso, dice, convocaré elecciones. Estoy dispuesto a llegar hasta este punto, insiste con la ofendida impostación del que declara la guerra a Polonia (toma nota, escriba). Bien. El presidente está dispuesto a convocar elecciones. Unas llamadas elecciones plebiscitarias donde prevé que haya dos opciones a elegir. Es decir, el presidente Mas no solo va a elegir su discurso, sino también el discurso de los otros. Es un abuso, ciertamente; pero no deja de ser una extensión de lo que ha pasado en Cataluña en estas últimas décadas. El presidente plantea esta posibilidad electoral como la disuasión definitiva y la amenaza máxima. Pero en realidad no deja de ser la exhibición de su debilidad. Porque, efectivamente, si no puede convocar la llamada consulta, si fracasa en su empeño de convencer al gobierno, o dimite o convoca elecciones. Plebiscitarias, sí, pero solo respecto a la carrera política de Artur Mas.
Para darse cuenta de que estas elecciones son solo recurso, ni mucho menos último, basta con imaginar lo que puede suceder al día siguiente, en el caso más favorable a sus intereses. Esto es, que el bloque separatista las gane. La pregunta elemental es qué diferenciaría el momento de la victoria del momento de la convocatoria. ¿Acaso habría una mayoría electoral distinta? El presidente Mas tendría esa mañana postelectoral el mismo problema que tiene ahora: elegir entre la democracia y la insurrección. Entre seguir yendo a La Moncloa en secreto o proclamar (en fin, ya me disculparán el verbo) lo que llaman la independencia unilateral de Cataluña. Es verdad que él, su partido y sus aliados pueden pasar del happening a la insurrección, tras el presunto plebiscito. Y es indudable que en ese caso se produciría un cambio sustancial. Pero se trataría del punto de partida de algo profundamente distinto. Del preámbulo a la única pregunta verdadera que puede hacerse en exclusiva a los catalanes: cuánto de su estabilidad y seguridad personal (personal, digo, eh, no colectiva: la farsa se acabó), de su vida y de su hacienda está usted dispuesto a arriesgar en la empresa llamada independencia. El presidente haría bien en tener las respuestas pormenorizadas antes de desabrocharse un solo botón de su chaqueta.