Puede que el último lugar en el que desease estar en estos momentos de imputación penal a Begoña Gómez es cerca del virulento Pedro Sánchez. No puede esconder su carácter irascible e iracundo cuando algo sale de su control y daña su posición de poder absoluto al dejar alguna de sus múltiples vergüenzas al aire. De repente, el Nerón surgido del baloncesto que ocupa la presidencia del Gobierno descubre que alguien no le obedece, que no se humilla ante él, que no se somete a sus deseos. Son conocidos los gritos que en La Moncloa ha dedicado a sus sirvientes, es decir, asesores, colaboradores mediáticos y resto de miembros del Gobierno, cuando sus planes no salen como desea.
Desde que salió a la luz que es doctor en Economía porque alguien hizo su tesis plagiando durante un verano, sabemos que el rechinar de la mandíbula de Sánchez y sus furibundas reacciones son una alarma para avisarnos de que algo malo ocultaba. Algo tan vergonzoso que si en España hubiese un régimen cercano a la democracia —tendría que haber decencia en los medios y el funcionariado para ello— sabía que tendría que dimitir inmediatamente, no acercarse a la política y preparar su defensa ante los tribunales. La baja de cinco días por incapacidad temporal al ser un hombre «muy enamorado» era una prueba de que trataba de controlar la imputación de su mujer que ya conocía y ocultó a los medios, mediante una manipulación de relato victimista apto para fronterizos con la subnormalidad posmoderna.
Fango, fascistas, bulos, extrema derecha, máquina del fango, cualquiera de estos apelativos que te condena al ostracismo lejos de los puestos de poder son los más suaves que pueden dedicarte desde el Consejo de Ministros
Sánchez actúa de forma tiránica, pero lógica, por instintos e incentivos. Ha comprobado su nivel de impunidad en esta sociedad de borregos sometida a ese líquido amniótico del PSOE que todo lo impregna, y todo se lo permite. Su táctica deportiva en política ha consistido en lanzar órdagos, regates, cambios de juego todo en una huida hacia delante sabiendo que ahí, ahí mismo, en saltarse toda norma el régimen le brindaba impunidad además de mantener el poder. Sánchez no tiene frenos, es colérico, se sabe acorralado, pero es consciente que tiene una oportunidad de impunidad con este régimen bananero partitocrático que rige en España, donde (casi) todo el poder reside en el líder, quedando (casi) todo a expensas de su forma de ser.
Ese casi no es el poder judicial, sino un juez solitario. En este caso el juez Peinado al que desde órbitas del Gobierno ya pretenden destruir con el arma de aniquilación masiva en la Europa de las libertades al acusarle de extrema derecha. Fango, fascistas, bulos, extrema derecha, máquina del fango, cualquiera de estos apelativos que te condena al ostracismo lejos de los puestos de poder son los más suaves que pueden dedicarte desde el Consejo de Ministros. Pero el único fango está en la insostenible corrupción que parece rodear al Presidente del Gobierno.
Se sabe que Begoña Gómez está siendo investigada por dos delitos de tráfico de influencias y corrupción entre particulares. El 5 de julio ha sido citada para declarar ante el juez sobre la investigación abierta así como su socio o colaborador el empresario aragonés Barrabés, que intenta retrasar su declaración con excusas.
Se sabe que Begoña Gómez escribió dos cartas de recomendación, no solicitadas en el proceso de contratación pública, en favor de la UTE de Barrabés, lo que probablemente propició que tuviese más puntos en la parte subjetiva de valoración consiguiendo la adjudicación de sendos contratos, por valor casi de quince millones de euros.
Se sabe que Carlos Barrabés ayudó a Begoña Gómez a montar su máster de Transformación Social Competitiva, donde él era profesor, y que comenzó a funcionar en octubre de 2020 en la Universidad Complutense de Madrid.
No se puede alegar que su marido, el presidente del Gobierno, no tuviese conocimiento de sus negocios y que haya sido ella en solitario la que haya utilizado su influencia a sus espaldas
Sobre este caso de Begoña y Barrabés, distinto al de Globalia y Javier Hidalgo, no se puede alegar que la mujer del presidente del Gobierno tiene derecho a ejercer su profesión cuando es esencial para el ejercicio de ésta su condición de primera dama de país subdesarrollado en el que han convertido España así como son esenciales las influencias de su marido casi todopoderoso en un país asfixiado por la corrupción.
No se puede alegar que su marido, el presidente del Gobierno, no tuviese conocimiento de sus negocios y que haya sido ella en solitario la que haya utilizado su influencia a sus espaldas. Pedro Sánchez presumió de Carlos Barrabés seis meses después de las cartas de recomendación de Begoña Gómez. En el discurso en el que presentó el Plan de Recuperación de Aragón tras la pandemia en 2021 puso como ejemplo de digitalización al grupo Barrabés, a quien había «tenido ocasión de conocer en primera persona». Y tanto. Ya era profesor del máster de su mujer entonces. La pandemia y el anuncio de lluvia de fondos europeos de resiliencia y digitalización fueron aprovechados con nuevos negocios por parte del establishment del régimen, ¿cómo se iba a quedar al margen del mayor business en España el matrimonio de la Moncloa que se cree dueño de ella?
La carta totalitaria
La presidencia de Pedro Sánchez es insostenible, es vergonzosa, es corrupta y es escandalosa. Sólo nos queda esperar que en su huida hacia adelante, hacia la impunidad, haga un plebiscito como el que hizo Pablo Iglesias e Irene Montero para que la militancia comunistoide les perdonase comprar un chalet con piscina en Galapagar y abandonar Vallecas. A Sánchez sólo le queda jugar esa carta totalitaria del concepto neodemocrático posmoderno de que los votos conceden impunidad penal. Si funciona con los golpistas con él también. Su mayor riesgo es su mayor oportunidad de salvación, convocar elecciones. El resultado de las europeas, previo a la declaración de Begoña no le salvará de ésta.