El principal obstáculo del entorno de ETA está en su propio círculo. No hace falta que busquen enemigos en el Estado democrático. «Que nadie impida a Batasuna terminar lo que ha empezado», dice Urkullu. Si la frase no fuese dirigida a la Justicia sino al dominio de ETA, muchos estarían de acuerdo. El monstruo lo crearon ellos.
Hoy la izquierda abertzale presentará sus nuevos estatutos, seguramente impecables y rigurosamente expuestos con la intención de volver a presentarse a las próximas elecciones municipales y forales. Si no tuviéramos memoria o fuéramos unos ignorantes se podría decir que han cumplido con el expediente. Y tendríamos «paz», como reclama desde Aralar Aintzane Ezenarro, y después gloria.
Pero, como todo el mundo sabe, la reconversión del entorno de Batasuna a la democracia requiere más condiciones que las emanadas del propio papeleo. Si fuera un partido más, se acogerían a la Ley de Partidos y volverían a pasar hasta el fondo, que hay sitio. Como, según sentencia del propio Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, se trata de uno de los tentáculos de ETA, tendrán que demostrar que su apuesta tiene mayor calado que el de su acuciante necesidad por volver a instalarse en las instituciones democráticas. «La legalización es un puente necesario para la pacificación», dice el lema de la plataforma Lokarri, que les va a dar cobertura durante todas estas semanas de publicidad.
Lo que subyace, en realidad, es la convicción de que la legalización hay que ganársela. Y quienes la necesitan no son otros que ellos mismos. La expectativa la han ido creando, desde Batasuna, por pura necesidad. Pero no son torpes. Y saben que el anuncio del cese de la violencia por parte de ETA provocó cierto alivio entre los ciudadanos amenazados que han empezado a liberarse de sus escoltas pero que, en general, están frente a una sociedad muy harta ya de promesas incumplidas, de treguas engañosas y de desmarques genéricos de la violencia.
Hoy, Rufi Etxeberria y sus socios saldrán al escaparate. Dispuestos a elevar la presión al máximo cuando los plazos para poder presentar sus candidaturas se van acortando. Hoy rechazarán la violencia. Citarán, probablemente, incluso a ETA. Pero sin aludir al pasado. Y, desde luego, no es probable que rompan con la banda. A partir del desfile de esta mañana renacerá la tensión política. Si bien es cierto que a algunos les parece una revolución que la izquierda abertzale haya pasado, en cuestión de un año, de justificar el terrorismo a callar ante cualquier episodio de violencia y ahora a cuestionarlo, a otros les supone un insulto a su inteligencia comprobar que, al cabo de cuarenta años y 857 asesinados, todavía Batasuna no haya roto con ETA.
Y como ya hemos conocido que la banda decidió el pasado mes de noviembre seguir con las armas, a los portavoces de la izquierda abertzale, por muy bien asesorados que estén hoy por abogados como Iñigo Iruin, si no anuncian su ruptura con los terroristas, su apuesta será puesta en entredicho como garantía del final de un ciclo abominable de la historia de Euskadi.
En el amplio espectro de sectores cansados que prefieren bajar la guardia de las exigencias por comodidad, se dan las principales coincidencias con el PNV a la hora de exigir lo mínimo para que los tentáculos de ETA puedan colarse a través de los filtros electorales. Consideran que «basta con que cumplan con la Ley de Partidos» y asienten cuando oyen a Iñigo Urkullu decir «que nadie impida a Batasuna terminar lo que ha empezado». Que la frase sería certera si estuviese bien orientada. A saber: si esta frase no fuese dirigida a la Justicia sino al dominio de ETA, que es quien siempre ha dirigido a la izquierda abertzale, muchos estarían de acuerdo.
Porque el principal obstáculo del entorno de ETA está dentro de su propio círculo. No hace falta que busquen enemigos exteriores en el Estado democrático, por ejemplo. El monstruo lo crearon ellos hace muchos años. Y se les va agotando el tiempo. Es eso, tiempo, lo que necesitan para hacer creer a la opinión pública que han cambiado, aunque sea forzados por la ilegalización. No basta con dejar de ser cómplices de los asesinos para convertirse en demócratas. La ciudadanía necesita pruebas. Por eso desde los colectivos de víctimas del terrorismo exigen a los terroristas y a quienes desde su entorno les han amparado, que renieguen de su historia. Que condenen no sólo la violencia futura sino la que nos ha sembrado las calles con 857 muertos.
No existe en este mundo nadie más libre de opinión que las víctimas, porque lo han perdido todo, cuando ETA mató a los suyos y, por lo tanto, ya no tienen miedo a nada. Desde el inspector Puelles, cuyo testimonio tan lúcido y firme sigue levantando ampollas en una parte de la sociedad vasca que aún está condicionada por la semilla del odio, hasta la familia de Fernando Múgica.
Ayer domingo sus íntimos, acompañados de Txiki Benegas y Alfonso Guerra recordaron al dirigente socialista asesinado hace quince años. Sus dos hijos manejan un reproche hacia los ciudadanos tan comprensivos con la izquierda abertzale -«demasiadas veces se ha mirado más hacia el mundo de Batasuna que a nosotros mismos»- y un diagnóstico: «Si la izquierda abertzale consigue estar en las elecciones, habremos dado un paso atrás». A partir de hoy a media mañana, la presión de Batasuna por volver a la legalidad habrá dado otra vuelta de tuerca.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 7/2/2011