Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 5/11/11
En el dominó que todavía hace pocos meses derribó a varios de los sátrapas laicos en los países árabes, y que ahora se ha cobrado también el régimen y la vida de Gadafi, muchos creyeron ver la señal definitiva de la entrada en razón del mundo árabo/islamista. Se presumía que de los gobernantes desparecidos de manera más o menos violenta, que no todo ha sido un camino de rosas a la tunecina, quedaría la positiva aportación laica, dando por esfumados a los recalcitrantes partidarios de la imposición de la ley coránica como regla superior de convivencia y con ello abriendo el paso a una democracia pluralista a la occidental, estable, próspera y pacífica. Cuando apenas se han acallado las estruendosas y justificadas manifestaciones de alegría popular por la caída de los dictadores nos encontramos con los inesperados chascos: en Túnez las primeras elecciones democráticas celebradas tras los años de hierro han dado una holgada victoria a partidos de orientación islamista, por mucho que los medios de comunicación se empeñen en dulcificar la noticia al añadirles el adjetivo de “moderados”; en Egipto, sumido en un notable caos administrativo, económico y politico, aparentemente de nuevo sometido a la tutela militar, todo apunta a los Hermanos Musulmanes como los vencedores de las elecciones, cuando éstas tengan lugar; en Libia, tras el espectáculo sanguiñolento del final del estrafalario líder, les ha faltado tiempo a los rectores provisionales del país para anunciar la vuelta a la “sharia”, con poligamia incluida; en Yemen se dilata la sucesión, a la que no es difícil predecir una continuación asimismo en manos de los islamistas.
A ello habría que añadir la incertidumbre siria, demostrativa de las capacidades mortíferas de un Assad dispuesto a morir matando -¡y pensar que se le tenía por un ilustrado reformista!-, las siempre existentes en los países del Golfo y la evidente preeminencia de Hezbollah en el Líbano. Por hacer un resumen comprimido de la situación.
El mundo occidental vivía en un incómodo compromiso con los regímenes ahora desaparecidos. El mercadeo de la estabilidad a costa de la libertad fue siempre un mal apaño, aguantado en aras de la “realpolitik” y para evitar males mayores, y ciertamente la desaparición de los jerarcas a los que hasta antes de ayer se prestaba consideración y respeto, impulsada además de manera imprevista y espontánea por revueltas populares, fue recibida con alivio. No parece que nadie lamente los acontecimientos y sus iniciales frutos. Pero el retorno del Islam como fuerza política única añade indudables incertidumbres de presente y de futuro. ¿Acaso no hay en el mundo árabe otra alternativa? ¿Están condenados sus ciudadanos a la torcida alternancia entre el dictador laico y la “sharia”? ¿No es posible concebir el funcionamiento de un sistema civil de libertades para todos sin diferencias religiosas y solo basado en un consenso constitucional que contemple la separación de la Iglesia y el Estado? ¿Cuál no será el poder de atracción del Islam político que, dejados en libertad de voto, los ciudadanos de los países árabes le apoyan masivamente? ¿Estamos quizás entrando en un nuevo ciclo de islamización que como el anterior, y después de contemplar su fracaso económico y social, volverá de nuevo a las manos de los que suelen organizar los cuartelazos? ¿Es ese ciclo infernal lo único que el futuro ofrece para las poblaciones árabes?
No cabe si no esperar con paciencia y prevención al desarrollo de los acontecimientos y modular las políticas correspondientes en función de sus alcances. Es imprescindible, por ejemplo, que las poblaciones árabes voten y que lo hagan con regularidad, transparencia y sin coacciones, aunque los resultados favorezcan a los partidos de orientación islamista. El error de Argelia en lo 90 de ahogar en una dictadura militar los resultados que dieron ganadores a esos partidos ha estado en el origen de muchas de las tragedias que ese país y otros del área han tenido que sufrir en las últimas décadas. Pero, qué duda cabe, nos encontraremos cada vez mas confrontados por una vecindad agreste, tan fascinada por el mundo occidental como dispuesta a socavar sin piedad sus fundamentos ideológicos y políticos.
Y la historia solo acaba de comenzar. Es evidente que la situación en Siria no puede continuar indefinidamente en el modo actual. Los movimientos palestinos para acceder a la estatalidad producen resultados tan espectaculares como pírricos y en el fondo contraproducentes para sus propios intereses (sin hablar de los de la UNESCO). Irán, los islamistas no árabes, tiene pendiente su propia primavera mientras Teherán continúa con sus proyectos atómicos, e Israel, en una crisis aguda de aislamiento, busca apoyos internos y externos para descabalgarlos por la fuerza. Los bien intencionados rezan para que al final la Turquía semi- islamizada de Erdogan sea el modelo. Entre tanto el explosivo “cocktail” está servido. Esperemos que la primavera no desemboque en un invierno. Que podría ser nuclear.
Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 5/11/11