Ignacio Camacho, ABC, 18/10/12
A partir de la aceptación de una consulta de autodeterminación, la desagregación nacional sería sólo cuestión de tiempo
COMO de costumbre, el nacionalismo ha comenzado a ganar la batalla de marcos mentales al pensamiento moderado. La idea de un referéndum a la escocesa se abre paso en sectores del centro-derecha y en una socialdemocracia cuya prioridad ante el conflicto soberanista parece centrada en encontrar etiquetas con las que diferenciarse del PP. La percusión continua de la matraca secesionista está logrando sus primeros efectos al crear una brecha de duda en la desfallecida opinión pública española; la división del adversario es la condición preliminar de su derrota.
El pacto angloescocés para una consulta de autodeterminación ha reforzado, como era previsible, el desafío segregacionista. El modelo de los nacionalistas catalanes y vascos ya no es Puerto Rico ni Quebec sino la Escocia de Alex Salmond, y a ese imaginario de referencia se están dejando arrastrar los socialistas que compiten por el mismo espacio político. Patxi López ha dado un grave paso en falso yendo más allá incluso que un PNV reagrupado ahora en la defensa del concierto fiscal y económico vasco. Su asunción de la tesis refrendataria es precipitada, frívola y pusilánime, y muestra —como ha señalado con valiente lucidez Nicolás Redondo Terreros—la debilidad intelectual del socialismo español, incapaz de encontrar y de defender posiciones propias. Pero también en una parte del moderantismo liberal ha comenzado a calar la idea de «hacer algo» para evitar la presentida colisión que plantea el tenaz envite catalán. Frente a un soberanismo agrupado y firme, porfiado e insistente, la cohesión de los partidarios de una nación plural pero igualitaria se resquebraja y hace aflorar la posibilidad seria de una concesión crucial disfrazada de punto de acuerdo. Eso significaría un punto de no retorno, una inflexión suicida. El referéndum no sería un compromiso sino una capitulación.
A partir del momento en que un Gobierno de España aceptase una convocatoria de autodeterminación territorial, la desagregación nacional sería sólo cuestión de tiempo. Los nacionalistas podrían perder la consulta la primera vez, pero ya contarían con una hoja de ruta precisa y clara para volver a intentarlo. Lo que les interesa no es la respuesta en sí misma sino la posibilidad de plantear la pregunta, es decir, el reconocimiento explícito de su soberanía emancipadora por encima del orden constitucional vigente. A base de insistir han logrado provocar las primeras grietas porque su convicción es más sólida y enfrente tienen a un Partido Socialista envuelto en la confusión y a un Gobierno con táctica de perfil bajo, decidido a no remover las olas. Por eso Mas y los suyos van ganando el debate. Y no sólo en Cataluña sino en el resto de España, donde falta unidad y liderazgo político para defender el derecho —y el deber— esencial de un Estado a no desintegrarse a sí mismo.
Ignacio Camacho, ABC, 18/10/12